ALMA
DE PUEBLO Y GENIO DIALÓGICO
Epístola y viaje
estelar por la vida creadora
del Maestro Otilio Galíndez,
el aguinaldo
libertador
A
las Pascuas
que
inspiran las calles de mi amor
y
viceversa
PRÓLOGO
Dedicatoria
A Mamá Felicita y Mamá
Ana:
dos Damas; cada una en su tiempo.
Con fragancias de
pueblos distintos,
pero unidos por el
inmenso amor
que cada una de ellas
introyectó
desde sus cálidos
vientres,
a dos seres de alto
valor espiritual:
Otilio y Orlando,
a quienes el curioso
destino
forjó su encuentro
.
Embriagarse no es raro, pero estarlo sin haber libado, sí.
Definitivamente, Orlando debió estar sumamente ebrio cuando me pidió
hacer el prólogo para su libro; y yo, otro tanto cuando le dije que sí. Me
dijo: - ¡sé que puedes! - Y yo le
respondí - ¡claro! -. - Revisa tu
correo que te voy a enviar mi libro-. - ¡Perfecto!
- Le dije cual beodo aún.
¿Cuántas veces nos fuimos de aventura etílica con Otilio quienes le
conocimos de cerca? Creo que la cuenta nunca la llevamos. De haber sido así,
igual la hubiésemos perdido. Sigo en mi embriaguez. Una vez leído el libro,
entendí el tipo de ebriedad en la que andaba Orlando. Otilio tuvo la suficiente
genialidad para sobriamente etilizarnos a todos, tan solo al conocerle.
Descifrar su obra literaria, amerita una soberana embriaguez de la cual jamás
podremos salir. El amigo Orlando Conde logra una proeza, al libarse hasta el
fondo al Maestro de Yaritagua; y, cual resaca, traernos como resultado esta
magnífica obra la cual sugerentemente tituló: ALMA DE PUEBLO Y GENIO
DIALÓGICO “Epístola y viaje estelar por la vida creadora del Maestro
Otilio Galíndez, el aguinaldo libertador”. ¡Salud!
En esta obra, el autor demuestra
su capacidad intuitiva; cualidad de avanzada intelectual ganada a través de la
interesante e intensa vida creadora que ha desarrollado en el amplio trajinar
de su existencia. Al vaciar su copa encontramos: Buen hijo, amigo, estudiante,
periodista, abogado, investigador, titiritero, poeta, coralista, articulista,
artista, teatrero, escritor, locutor, conferencista, profesor universitario,
narrador, cuentacuentos, fabulador, presentador, cantante de boleros, creador
de personajes como el famoso Tío Pascuas y otros tantos. Amante de la
nocturnidad, original conductor y productor de programas de radio y televisión,
constructor de encantadores pesebres, conversador y, además de otras
ocupaciones (esto lo digo con el mayor de mis afectos), cuidador de su adorada
Mamá Ana. Virtud pocas veces vista.
Otra especial característica en
Orlando: ¡compositor de canciones! destacando un hermoso aguinaldo titulado “Se
parece a Otilio”, paseándose con una bella narrativa por casi toda la obra
del Maestro. Esta forma tan gustosamente agitada de vivir de Orlando Conde, le
ha provisto de una especial manera de entender todo lo que llega a su vida;
condición que me lleva a pedirle, como le pidió el Maestro Otilio a su amada avecilla
canora en su libro de canciones infantiles: “Aprender de tu magia”.
Advierto su avanzada intuición, muy por encima de la razón para enfrentar sus
propios y duros retos. Así mismo, en el desarrollo de su obra ALMA DE PUEBLO
Y GENIO DIALÓGICO, encontraremos contenidos de las canciones de Otilio
Galíndez, poesía de Antonio Machado, Federico García Lorca y otros creadores de
alta relevancia, quienes sustentan de manera inequívoca el análisis aplicado
por Conde a la literatura poética de nuestro Otilio. Con sencillez y delicado
tacto, el autor nos presenta su original obra conversada cariñosamente con uno
de sus hermanos mayores, Emilio, a quien ilustraba con imágenes venidas del
recuerdo infantil y su temprana juventud. Recuerdo una vez a Orlando -con algunas copas- dirigirse enfáticamente hacia mí en la mesa de
un restaurant: - ¡odio a la gente que tiene una respuesta para todo! -
Me dejó pensativo y está en lo cierto, ya que una persona que tiene respuesta
para todo debe ser sabia; si no, un perfecto charlatán. Estoy seguro que se
refirió a lo segundo. En este trabajo la oportunidad está abierta para que
otros puedan responder también -seguro
los hay- y no yo solo.
Entrando de lleno a mis
apreciaciones sobre esta obra del académico Orlando Conde, expongo lo
siguiente:
Comenzar hablando de Otilio
Galíndez es relativamente fácil; y digo relativamente fácil porque cualquiera
en un café o un bar, en una plaza o esquina, puede establecer una conversación
con otro cualquiera y hablar de Otilio. Pero, hablar del Maestro Otilio
Galíndez, en las dimensiones que él estableció su discurso sonoro y su
poética dialéctica, ese proceso intelectual que permite llegar a través de la
música y del significado de las palabras a las realidades trascendentales o
ideas del mundo inteligible, ese mundo que algunos ignoran pero del que nadie
escapa ileso; ese mundo de la palabra sencilla pero profunda; ese mundo de la
metáfora donde a veces cuesta navegar; ese mundo del fino intelecto donde se
piensa y se dice lo estrictamente necesario; ese mundo, no es abordable por
cualquiera. Es necesario un riguroso proceso de pensamiento crítico,
disciplinado, para dar alcance intelectual a la obra de OTILIO; sí, OTILIO con
mayúscula sostenida - de ahora en adelante, aparecerá su nombre en mayúscula;
porque cantar a OTILIO, aparentemente se nos hace fácil, pero los académicos de
la música ante las melodías de OTILIO, han tenido que sentarse y analizar con
detenimiento esta propuesta que, sin pensarlo, OTILIO sencillamente
construyó.
Así mismo, en su dinámica
poética, OTILIO propone un lenguaje novedoso que pareciera entrar en lo contradictorio,
pero que, sin pensarlo también construyó. Entonces aparecen dos OTILIO:
uno músico y otro poeta; ambos dignos de estudio. Estos dos OTILIO son acertadamente analizados
por el escritor con la extrema delicadeza de un científico antropólogo, ante el
precioso hallazgo de su incesante búsqueda. A cada uno lo ubica en un
espacio bien definido con características propias y los enfrenta en
contrapunteo analítico, para luego abrazarlos de nuevo en uno solo.
Los músicos, quizá se adelantaron
ante los investigadores de literatura, y dieron su veredicto a favor de lo que
encontraron musicalmente. A esto, es necesario recordar lo que el estricto
músico Antonio Estévez comentó: “…estamos ante un caso raro que la
academia no me enseñó… estamos ante la neo-canción venezolana...” Esta
sincera aseveración, evidencia el inmediato reconocimiento a OTILIO como
creador de una nueva forma de dar discurso a la música, y que la academia debe
asumir su inclusión para el estudio (se conocen tímidos y pocos trabajos al respecto).
Pensar en un músico poeta o
filósofo, pudiese parecer para algunos algo insólito, quizá difícil de
conseguir; pero, se vienen encontrando músicos con refinado gusto por la
pintura, literatura, poesía, coleccionistas de arte; en fin, músicos que no
solo han cultivado la música, sino otros órdenes cercanos a su arte y,
desarrollando gran habilidad en su conducción. De modo que creer que un
músico pueda extraviarse por los laberínticos caminos de la literatura, poesía
o filosofía, es: ido tempore.
Hace aproximadamente una década,
me atreví junto a un reducido grupo de amigos estudiar y analizar con detalle
la poética de OTILIO. De ese atrevido análisis concluimos en un: “Pensamiento
Otiliano”, y dada la cercanía de un célebre encuentro guitarrístico,
hicimos la propuesta de llevar esa ponencia, siendo amablemente incluida en
dicha programación. Las reacciones no se hicieron esperar, destacándose la de
un insigne Maestro de la guitarra, de reconocida trayectoria nacional e
internacional: “Conozco a Otilio como compositor, más no como filósofo”.
Este connotado guitarrista, nunca se acercó a nuestra ponencia, solo dejó
llegar sus palabras. En ningún momento establecimos que OTILIO fuese filósofo,
solo que su obra, inclusive su proceder, se enmarcaba dentro de un contexto
filosófico, digno de un proceso serio de estudio. Este ligero comentario,
reveló la importancia que se le suscribe a las melodías de OTILIO y, lo poco o
nada de interés al contenido literario de su obra, negando así la posibilidad
de que OTILIO tuviese la capacidad intelectual para ello.
Es allí donde diligentemente, mi
dilecto amigo el periodista Orlando Conde, posa su mirada escrutadora, su
ingenio literario y, cual Diógenes con su lámpara encendida a plena luz
del día, encontrar, lo que otros con su arrogante suficiencia, han oscurecido la
posibilidad de descubrir y enriquecer aún más, las melodías de OTILIO
que jactanciosamente interpretan.
Creo, en mi opinión, que OTILIO se movía dentro de una
disciplinada ética de pensamiento crítico, irreverente, “agresivo”, transformador, humanístico y contundente; además,
de conocer muy bien el alcance de sus propósitos estéticos.
Bien explica Adolfo Salazar,
en su Nota preliminar dedicada a las clases sobre Poética Musical,
dictadas por Igor Stravinsky en una universidad norteamericana, lo
siguiente: “La época del clasicismo francés estuvo llena de escritos acerca
de la Música, aunque esta vez no fueran músicos, propiamente, quienes
escribieron sobre ella, sino filósofos. Con lo cual se pudo advertir que es
preferible que un músico como Grétry hable de
Filosofía, a que filósofos como D'Alembert y Diderot hablen sobre Música”.
Aclaramos un poco, retrocediendo
en el tiempo, que la diatriba en cuestión tiene su larga y vieja data; así que,
los necios del siglo XXI que aun insisten en continuar con este tema, deben
seriamente abrevar en la rica fuente de la historia de la música para
argumentar mejor sus apreciaciones o, inteligentemente callar. Beethoven,
quien en su tiempo estaría obstinado de tanta habladuría sentenció: “La
Música es una verdad más alta que la que ofrecen todas las filosofías”.
En este interesante ensayo, el
autor nos ofrece una magnífica oportunidad para darnos cuenta que: OTILIO, un
hombre sencillo, impregnado de humildad, venido de un pueblo de oficiosos y
curtidos labriegos, no solo por el sol abrasador y las inclemencias del tiempo,
sino también en conocimientos y sabidurías adquiridas de lejanas generaciones y
de naturalezas andadas, logró trascender con su universo y con el acervo de
tantos pueblos laboriosos, mágicos, lúdicos, ingenuos y de grandezas
humanísticas de proporciones casi empíreas, y hacernos llegar donde su caminar
marcó huella, parte de esa carga (su obra) que cual Niño Jesús nos fue
obsequiando en forma de “aguinaldo, ñapa o presente”, conociendo
ampliamente el sentido de la alteridad.
A continuación, estas sencillas
palabras de OTILIO dichas en alguna entrevista, nos da indicios de su constante
e inquieto pensamiento si se quiere, “dual”, donde reconoce con su
característico humor, la llegada a su mente de letra y música a la vez: “Mis
canciones son pedacitos de alegrías por aquí, y pedacitos de tristezas por allá
¿y porque no? de los guayabos también. No tengo necesidad de buscar en libros,
ni de escuchar una canción para hacer mis versos; en ocasiones me asusto,
porque me vienen las letras con música incluida, y miro a la virgencita y le
digo: ¿Madre, tú me estas soplando?”. Agrego yo: simplemente la poiesis en plena acción.
El fabulador Orlando, nos va conduciendo
con afable sencillez a lo que OTILIO, en su particular propuesta melódica,
utilizó para decirnos en su también particular poética, la forma de su pensar;
donde por supuesto, la especulación al respecto puede aparecer en cualquier
momento tanto para uno como para con el otro. Pero, a diferencia de la “critica” que
pueda surgir para ambos, el trabajo limpio y acucioso de OTILIO y de Orlando,
queda en una especie de blindaje, dada la honestidad y pureza aplicada en ello;
lo cual, manifiesta una ética no convencional que nos mantiene rigurosamente apegados, bajo los
principios que la saludable literatura-musical nos exige por sí misma. De modo
que, descifrar a OTILIO leyendo a Orlando, es un repensar al interpretar
sus obras, atreviéndome a decir que entrarían en el contexto correcto.
He aquí otro pequeño párrafo
explicativo de la cosa creada, la actividad del
pensamiento, la filosofía de la música en palabras de Adolfo
Salazar.
“Lo
que, sin embargo, diferenciaba a los viejos escritores de fines de la Edad
Media de los del siglo pasado es, justamente, el punto de la Poesía.
Poesía, la actividad poetizante, el nous poietikós, es lo que se refiere
a la actividad creadora. Lo que se refiere a la cosa creada es el nous
kritikós, la crítica. ¡Fuera de lo puramente preceptúa!, los
viejos escritores se referían, con la agudeza crítica que les permitía el
estado de los conocimientos en su época, al resultado de la obra creada,
no a la gestación de la obra, a la labor de creación, a la actividad poética.
Esta segunda parte de la Filosofía de la Música que examina la obra
desde antes de su nacimiento y, una vez nacida, desde el punto de vista de su
misión en el mundo abierto, es una actividad del pensamiento filosófico
referido al arte, más propia de nuestro tiempo”. (*) Subrayado del
prologuista.
Estamos entonces, ante una actividad
(la de Orlando) que va más allá del presente, la cual se perfila como ariete
demoledor de muros erráticamente edificados, donde se han cobijado y cobijan
aun, quienes mantienen una dura posición ante la cosa creada por el
hombre sencillo, humilde, que simplemente vive su cotidianidad y, que medido
bajo los falsos preceptos usados por aquellos sesudos cacofónicos quienes creen
poseer la verdad absoluta, le desvalorizan de inmediato y establecen límites
que hacen pensar al desprevenido, que ese creador no puede avanzar más y ser
capaz de sobreponerse a ese cerco que le fuese preceptuado.
Orlando demuestra todo lo
interesante que en OTILIO surge, al mirarse en ese marco de investigación el cual
trata de ser amplio en todo el factor creativo, pero, acentuándose más en el
aspecto literario.
OTILIO ha trascendido todas las
barreras, gracias a la autenticidad irrefutable de su obra; aunque, no ha sido
el único, por lo menos es el precursor del “lied” venezolano por
excelencia, dándose cuenta de ello el compositor y guitarrista Maestro Luis
Ochoa, haciendo un elaborado y cuidadoso trabajo para distintas voces solistas
con acompañamiento de piano. El resultado fue sorprendente y satisfactorio desde
todos los puntos de vista; además, de haber recibido el aval y reconocimiento
de músicos y críticos de mayor autoridad y prestigio de nuestra patria
grande.
El autor busca conectar al lector
con un OTILIO no pasivo en sus escritos, así como tampoco en sus melodías;
ambos materiales, poesía y música, obedecen a un logicismo íntimamente ligado a
un pensamiento de acción, de compromiso, de preguntas y respuestas que llevan
sin remilgos a la reflexión. Por esto, y muchas otras cosas, el lector en su
imaginación aclarará y le pondrá orden de acuerdo a su interés y aplicación que
crea conveniente; sin duda, llegará a un buen veredicto. Sobre todo, aquellos
músicos que han trabajado haciendo arreglos a las obras de OTILIO, les aseguro
luego de leerlo, un mejor desempeño al realizar sus nuevos trabajos.
Por último, agradezco a Orlando
por compartir su ebriedad. ¡Salud!
ABNER SILVA
Donde el sol brilla,
agradecido de tanto amanecer festivo pero siempre en añoranza, por la ausencia
de su luna que ha preferido embriagar la oscuridad; allí, donde se musicalizan las pisadas de
héroes que marcan despacito su andar a caballo,
la niñez parece una espuma juguetona, entre montículos y hojarasca. Al
fondo, se escucha un instrumento de cuerdas que cristaliza una travesura al
ritmo de un alegre danzón. En el paisaje, de tierras yaracuyanas, charquitos
dibujan espejos para la seductora Reina de La Montaña, atraída por la soledad de
un hombre bueno que bebe el imaginario licor de las letras, en una barra del
lejano oeste, según la lectura que él mismo hace a una novela de Don Marcial
Lafuente Estefanía, pluma de jean y chaleco de sheriff.
Como luceros en fiesta nocturna, se apersonan canciones que brotan de
las colinas, de los aposentos, de los caseríos donde las sombras conversan sus
estilos. Y ese caballero que, solitario, escribe y canta, las retoma para
devolvérselas con una magia tan amorosa y pura como la estrella que brilló aquella
célebre noche en Belén.
Acerca de ese hombre bueno, se extienden las alas del discurso
reflexivo, epistolar, analítico y viajero de las palabras que salen del alma y
prenden la luz aunque no sea diciembre.
Un
regalo de Pascuas que rima con Emilio y los Tres Reyes Magos
Emilio,
queridísimo hermano:
Fíjate una cosa. Así como
recuerdo cuando tú volabas papagayo por los terrenos asoleados de Catia, donde
siempre se colaba, de lo más caraqueño, un olorcito a florecitas de manzanilla
y aguacate maduro, y yo me acercaba con
mis pantaloncitos cortos para decirte que mi mamá nos llamaba para
almorzar, así mismo recuerdo cuando, muchachito, me puse a elaborar mi primer
Nacimiento, con la ayuda de Marjorie, la prima que tú también quisiste mucho,
en el apartamentico del Bloque 6 de El Silencio, en esa Caracas -año 1964, aproximadamente- tan sentida todavía de los efectos del
pérezjimenismo, entre otras dictaduras.
En
medio de esa factura artesanal de mi pequeño Belén casero, Marjorie se puso a cantar, mientras
escuchábamos en la radio, un aguinaldo que hablaba de un pescador embustero
que, supuestamente, se había ido con una sirena a pasar la Navidad. Con el tiempo, me enteraría que se trataba de
La Restinga, una parranda -no pocas veces, interpretada como
gaita- escrita por el Maestro Otilio Galindez.
Pero… te subrayo una particularidad. Tú me conoces y sabes de las
ocurrencias que me afloran porque me gusta mucho sacarle provecho a las
coincidencias, por llamarlas de alguna manera. Resulta que, después de tantos años, en
medio de las soledades que mi mamá y yo compartimos, ella me cuenta que tú
naciste, hermano, muy débil, al punto de que el médico partero no te daba
muchas esperanzas de vida. Asegura ella que tu sanación fue un milagro para que
luego te convirtieras en el hombre útil, generoso, cariñoso y besucón que
siempre fuiste. Desde esa debilidad tan tuya, mi mamá te llamaba triponcito. Así le decían las mamás
humildes a los chiquiticos. Los tripones eran los bebecitos del corazón
maternal del pueblo cuyo despertador eran los pájaros, y las madrugadas tenían
el aroma del guayoyito colado. Era la primera fragancia del día.
Y
es precisamente el Maestro Otilio, el autor de Mi tripón. Una de las
canciones de cuna más hermosas que he escuchado. Allí, nuestro Otilio se atreve, muy de
arrullo, cantadito al currutaco, a una clara invitación: engañar al coco porque ya no asusta, como sí
asustaba -y mucho- dentro de la oscuridad de mi niñez, Y supongo
que de la tuya, también.
El
calendario marca sus pasos, querido hermano.
La Navidad pasa a ocupar un espacio muy estelar en mis rincones y
oraciones. Juegos, comidas, canciones, bebidas, antojos; estudios de
Derecho -traumáticos y alegres, a la
vez- en la Universidad Católica Andrés
Bello, en cuya experiencia orfeónica, como integrante de la Coral, me enamoré
mucho más de las Pascuas que ya llevaba en el corazón, gracias a mi mamá y a
sus talentosas manos, entusiasmadas, cada temporada decembrina, a elaborar
centros de mesa y adornos especiales con los que saturaba el hogar de un olor
muy especial, mezcla de pan de jamón,
adhesivo spray y hallacas andinas preparadas por mi madrina. Era todo un elixir
universal que llenaba mis vacaciones interminables de una esperanza febril para
ser exitoso y feliz para toda la vida.
Entonces, sin querer, Otilio entraba a mi
hogar con las parranderías creadas junto con mis amigos y amigas, para cantar
aguinaldos y gaitas, de casa en casa, y así, nos sentíamos inventores de la
Navidad. Llegábamos a las puertas de cada hogar visitado, en la Caracas del
consumismo y la nocturnidad de la bohemia juvenil, y, muy prendidos, le
cantábamos a una cara bonita, lo que pregonaba
Galíndez (1992): “Señorita,
póngase una bata. Tráígame una lata
para yo tocar” (p. 90)
¡Claro! Era el Maestro Otilio
quien nos acompañaba y no lo sabíamos porque cantábamos como si la letra y el
episodio fueran nuestros; como genuinos de nuestra voluntad; de nuestras musas
callejeras; originales de nuestros trasnochos decembrinos que hacían de las
Pascuas, las nuestras, una aventura digna de una comedia musical en
la pantalla gigante del cine mundial al estilo de The Sound of Music, La Novicia Rebelde, de mi infancia.
La
marca de Otilio Galíndez (1992) en mi biografía también se posicionaba a través
de las voces de Jesús Sevillano -Son Chispitas a veces tus ojos” (p. 19); Lilia Vera
-Ahora que el invierno se mece
entre las hojas” (p. 16); Esperanza Márquez –Duerme mi tripón, vamos a engañar la lechuza (p. 27)- y la sentida poesía, al máximo descriptiva de
la pobreza íntima de los caseríos latinoamericanos: ”¿Qué piensa la muchacha que pila y pila?
¿Qué piensa el hombre torvo junto a la
vieja?” (p. 13)
Esa
letra última corresponde a Pueblos
tristes, danza interpretada por mucha gente, incluidas las voces de
estudiantes universitarios. Fíjate, Emilio, que yo no me atrevía a cantarla en
público. Yo, estudiante universitario ucabista, no me atrevía. Me parecía una
pieza de altísimo respeto que merecía un tributo distinto al mío, en mi canto.
Sin
conocerlo en persona todavía, Otilio se convertía en un integrante de la
familia. Era como tú, es decir, como mi hermano, o como mi papá. Alguien
sumamente cercano, en consanguinidad y en tránsitos comunes, en la poesía y
cantos venezolanos. Por eso, lo quería conocer. Merecía conocerlo. Mi
admiración incluía a otros dos grandes de la composición: Luis Laguna y Henry
Martínez. Eran los tres. Luis, Henry y Otilio. A los tres, los interpretaba.
Con el mayor respeto y dedicación. Desde el paseo cuidadoso por cada una de las
letras de sus creaciones. Eran los tres. Los Tres Reyes Magos de las Pascuas
mías.
Pero Otilio, además, es el sonido que rima perfecto con tu nombre, Emilio. Otilio con Emilio. Y tú, también te llamabas Manuel. Manuel Emilio. Y Otilio tuvo un hijo
–el tercero- llamado Manuel.
¡Otra casualidad! ¿Qué te parece? ¿Que si logré conocer a Otilio? ¡Claro!
Conocí al Maestro Otilio y al Maestro Henry Martínez. No pude conocer al
Maestro Luis Laguna. Cuando me instalé en Maracay, ya el gran compositor había
fallecido. Sí pude conocer a su hijo Luis, con quien compartí algunas veladas
estelares y, de alguna manera, pude expresar mi admiración al poeta de la
triada, dibujado en mis altares de la música popular. Y es también mi amigo, el Maestro Henry, como
lo fue –y lo “es”- Otilio. Un verdadero
regalo de Pascuas.
Un
pueblo vestido con zapatos para salir decente a la calle.
Ya
instalado en Maracay, como periodista, tuve la oportunidad de conocer al
guitarrista Luis Ochoa, gran compositor, magnífico intérprete y un
extraordinario ser humano. Me cuenta
Luis que se va para la casita de Otilio, a vivir allá, en el Barrio José Félix
Ribas, del Municipio Mario Briceño Iragorry, del estado Aragua, porque está
dedicado a abordar las composiciones del Maestro para llevarlas a formato más
académico, para que sean interpretadas por solitas y piano. Para ese momento,
en 1992, Elecentro publica Las Canciones de Otilio Galíndez, gracias al apoyo de Luis, quien hace las
notaciones musicales de 45 composiciones del Maestro Otilio.
En
esa oportunidad, Luis me indicó que, residenciado en la casita de Otilio,
precisamente estaba trabajando en torno a las piezas musicales del compositor
de La Restinga, y que, con todo
placer, haría la mediación para que yo conociera al Maestro y, además, lo
entrevistara con ocasión del libro publicado.
El
primer contacto fue vía telefónica. ¡¿Hablando yo con Otilio Galíndez?! ¡No me lo podía creer! Y él… ¡como si me conociera de toda la
vida! ¡Un placer, hermano!” –me
dijo. Y, muy emocionado, lo esperé en
la sede del diario El Periodiquito, de Maracay, donde, para entonces, yo prestaba
mis servicios como reportero, dedicado con mucha pasión, a los escenarios de la
fuente de cultura en la región aragüeña. La cita fue acordada. Y allí se
presentó puntual aquel hombre de sencillez fuera de este mundo, de andar
rapidito, como si llegara tarde; con su estatura media, gruesa, en la que se
estampaba una media sonrisa, muy de gente
a la expectativa; atento, muy atento, con los ojos en apertura
espléndida que no era temor sino empeño en conocer nuevas experiencias de
diálogo. ¡Era el gran Otilio Galíndez! Y su entrada era la expresión de un
pueblo vestido con camisa crema, de cuadros,
y un pantalón clásico gris, con
los zapatos “…de los señores que cuidan sus cosas para que duren y pueda uno salir
decente a la calle”. Así, igualito, se lo escuché decir a tanta gente de la
urbanidad cotidiana, la del pueblo que valora, aunque no sea la moda.
De esa entrevista, Otilio -desde
ese momento, amigo-, en su hablar pausado, con ese cuidado suyo a cada palabra,
me dijo algo, a propósito del libro que le publicara Elecentro. Lo dijo con la
onda de la melancolía que se desvanece lentamente ante la buena nueva:
-¡Ay,
amigo! Al fin mis canciones serán cantadas como debe ser.
-Y… ¿Cómo es eso, Maestro?
–enseguida le repliqué extrañado.
-Es que mucha gente canta mis canciones y le
cambia la letra o la interpreta en la nota que no es.
-Dígame un ejemplo.
-Por ejemplo, en la pieza La Restinga, la
tendencia es cantarla con la letra: “Perdona, amigo”.
-¿Y no es así?
-¡Nooo!
La historia que recoge esa parranda es el diálogo que tiene el pescador
que regresa a su casita, después de su dura labor todo el día, y le dice a su
esposa: “Perdona, mija, que no he pescado nada”
Para mí, fue todo un descubrimiento. A montones de grupos gaiteros, les
escuché interpretar la pieza, y, en efecto, la letra era difundida con ese
error. Y yo, desde jovencito, la interpretaba de esa manera, tal y como se la
había escuchado a mi prima Marjorie, cuando la cantaba mientras me ayudaba a
elaborar mi primer pesebre. Toda una revelación. Comprendí que el Maestro
Otilio era un compositor muy celoso de sus obras, realidad que queda sembrada
cuando me comenta: “Si te pones a
ver, yo no he compuesto muchas
canciones. Si tomamos en cuenta mi edad
-para entonces Otilio, confesaba tranquilo 63 años- he
compuesto, hasta ahora, sólo una canción y media por año, aproximadamente. Lo que pasa es que yo tardo mucho en mostrar
mi trabajo. Hasta que yo no siento que la obra está lista, no la difundo”.
Así
era Otilio, Emilio. Un sensible perfeccionista de su creación.
Un hombre pueblo lleno de pueblos. Un
espejo liberador en forma de aguinaldo
Mientras tanto, el Maestro Luis Ochoa, extraordinario compositor,
creador tan dedicado y comprometido con la música, lo que le traería, con el
tiempo, importantes reconocimientos a nivel nacional y mundial, trabajaba la
obra de Galíndez porque creía en él, en ese artista de la palabra y de la
música que revolucionaba la difusión del sentimiento de un pueblo. Y desde la
propia atmósfera del hogar de Otilio y Felicita, su mamá, Ochoa emprende esa
búsqueda de la maestría que respiraba en las composiciones de Otilio, el amigo,
el hermano, el poeta de la sencillez, el bohemio de la nocturnidad hogareña.
Dos grandes creadores en plena faena dialógica, musical y, especialmente, muy
humana.
La
convivencia se presenta como la génesis de un sagrado dualismo creador que se
adentra en los amores de un pueblo que se esculpe dentro de un formato
académico, muy propio de la incansable labor atrevida, entregada, muy viva,
inquebrantable y robusta del Ochoa innovador y travieso, inspirado en la obra
de Galíndez que comienza, desde su admiración, para seguir un disciplinado estudio que
amalgama la extraordinaria belleza de lo popular con la gracia estética de la
música académica, proyectada en partituras que se visten de piano y de voz.
Fueron veintisiete canciones de Otilio las consagradas por la magia de
Ochoa, y la tarea de un año fue llevada a espectáculo, el miércoles 27 de marzo
de 1996, en el Teatro de la Ópera de Maracay, con el auspicio de la, para
entonces, Dirección de Promoción y
Difusión del recordado CONAC; la
desaparecida Fundación Teatro de la Ópera de Maracay y el Conversatorio de
Música del estado Aragua, todo para alcanzar la publicación del libro 27 CANCIONES DE OTILIO GALÍNDEZ, arregladas
para voz y piano por Luis Ochoa, que contaría con el apoyo de la UCV y las
Editoriales Oberture y El
Aragüeño.
Esa
noche, Emilio, fue de especial significación para la historia musical de Aragua
y de todo el país. El ávido espectador y el reportero cultural se unían en la
misma persona, para luego dedicarse a la redacción de una nota reportaje que,
bajo el titulo OTILIO, AHORA CON VOZ DE
SOPRANO, fue publicada en los espacios del diario El Periódico (El
Periodiquito), del estado Aragua, el lunes 1 de abril de ese año 1996. No fue un trabajo ni el cumplimiento
de un labor periodística; ni siquiera la dedicación narrativa para su
lucimiento en una oportunidad mediática impresa. Fue realmente un privilegio,
un testimonio de vida inolvidable, una cita de lujo con la poesía musicalizada
y la redimensión de la humanización ya construida y revelada.
La
velada transitó por la interpretación de varias obras de Otilio, entre ellas: Pueblos tristes y Son Chispitas, a cargo de la soprano
Haidée Nieves; Ahora y En
Silencio, en la voz soprano de Norma Herrera; Caramba y El
Niño y la Sombra, en la voz soprano de Lola Linares; Tiene sentido el Joropo
y Candelaria, con el tenor Luis Reyes; De una
tarde al Alba, Rizos de Ondas y El Son de los no Descubiertos, en la
voz de bajo de Abner Silva; y Mi
tripón, Sin tu mirada y En la
Primavera, a cargo de la mezzosoprano Ingrid García.
La
ocasión inspiró el reconocimiento presentado por Conde (1996), en el reportaje
ya referido que se transcribe a continuación:
“El trabajo de arreglos y dirección musical
de Luis Ochoa impacta de una manera definitiva. No sólo ratifica del joven
creador su desbordado talento y su disciplina, sino también la dedicación, la
entrega de su amor, de su profesión, de sus conocimientos en torno a este nuevo
formato que le regala a la composición del Maestro Otilio Galindez. Se
evidencia en cada pieza el profundo conocimiento que tiene Ochoa de la música,
de la poesía, del sentimiento humano, del alcance social y hasta geográfico de
la composición Galideciana” (p. 10)
Ese dominio de Ochoa en torno a la creación de Galíndez, demostrado en
el concierto comentado, lo dispuso a una labor de mucho respeto a la obra del
autor yaracuyano: “Se ha intentado -expresó Ochoa en el tríptico programa de
mano del concierto- un tratamiento armónico-contrapuntístico
acorde con las infinitas posibilidades que estas canciones ofrecen a cualquier
músico deseoso de recrearlas, respetando las intenciones primigenias del
compositor”. (Idem)
Sin
embargo, la valoración del trabajo expuesto por Conde, en esa oportunidad, dio
pie a una importante reflexión:
Las piezas de Otilio experimentan una
nueva proyección alejada (…) de su esencia popular, lo que desde este punto de
vista y, por supuesto, insistiendo en el invulnerable respeto que siento por
Ochoa, podría resultar una distorsión de la pieza conforme a la idea inicial
(…) concebida (Ibidem)
Es
decir que el tratamiento musical que Ochoa le inyecta a la propuesta otiliana, podría
alejarlo un tanto de la esencia popular, corazón y plataforma medular de la
composición de Galíndez, y presentarse una suerte de desviación de la pieza,
conforme a su génesis, tan importante en la obra de Otilio. No obstante, la
aprobación del autor a esa transformación, resultado de una labor de
convivencia y jornada mutua, significó la consideración de un visto bueno por
parte del gran Maestro de la evocación del alma y geografía del pueblo, desde
esa identidad que lo marca y que muy bien supo entender y dibujar el creador en
su obra. Ochoa lo entendió. Otilio lo aprobó.
En
ese mismo reportaje, Otilio fue calificado como un hombre pueblo lleno de pueblos, fundamentado en que el Maestro hace
recordar al poeta Antonio Machado –autor
español que influye, en alguna medida, en Galíndez como compositor, lectura admitida en el trabajo elaborado por
el poeta Pedro Ruiz (2007). Son de
Machado los versos de La
Copla -algunos cantautores aseguran que no son de Antonio sino de su
hermano Manuel- y la máxima: “de tu poesía se adueñe el pueblo, lo que en
propiedad hayas perdido, lo ganarás en eternidad”. Divino gozo del poeta
Machado (consulta en línea, 2018), expresado de la siguiente manera:
Hasta
que el pueblo las canta,
las
coplas, coplas no son,
y
cuando las canta el pueblo,
ya
nadie sabe el autor.
Tal
es la gloria, Guillén,
de
los que escriben cantares:
oír
decir a la gente
que
no los ha escrito nadie.
Procura
tú que tus coplas
vayan
al pueblo a parar,
aunque
dejen de ser tuyas
para
ser de los demás.
Que,
al fundir el corazón
en
el alma popular,
lo
que se pierde de nombre
se
gana de eternidad. (s/p)
Y
eso es lo que ha ocurrido con Otilio. El pueblo se adueñó de su poesía tan
amorosa y Otilio se eternizó. Pero se abre la puerta a una inquietud:
¿Realmente Otilio fue absoluto propietario de su obra? ¿O acaso fue que supo
ser espejo transparente, limpio, puro del alma del pueblo? Probablemente, nunca
Otilio se adueñó de alma alguna; nunca quitó, ni tomó prestado. Todo lo
contrario. Otilio reveló, desnudó, transparentó la realidad popular de una
manera poético-musical muy especial. Otilio lo que presenta es una propuesta de
liberación a través de la canción popular. Creo que Otilio fue un espejo
liberador que se regaló al pueblo como aguinaldo. En eso, se parece mucho a ti,
Emilio, porque tú también fuiste un regalo popular de unas Pascuas que logramos
fueran permanentes.
En
Otilio, la sencillez es metáfora de sí misma
Dentro de ese proceso de conocer a Otilio Galindez, a través de su obra
musical; de su familia; de sus amigos; y
del trato directo con él, en ese discurso expresado en el marco del diálogo
alcanzado en ocasiones cortas pero significativas, se levanta la teoría de las
dos almas.
Se
trata de la hipótesis que defiende la idea de la confabulación de dos seres internizados en un solo hombre; dos
naturalezas que, además, se confrontan; emprenden una suerte de batalla muy a
lo Florentino y el Diablo, el famoso texto poético de Alberto Arvelo Torrealba,
en esa desnudez muy adulta, o, acaso, también la simpática colisión de la
fuerza física y básica de Tío Tigre frente a la astucia e inteligencia roedora
de Tío Conejo, plasmada en los cuentos del querido Rafael Rivero Oramas, el Tío
Nicolás, disfrutada por los niños y niñas de mediados del siglo XX. Ese dualismo
se condensa, se complementa, se fusiona, en la personalidad del Maestro Otilio,
el querido autor yaritagüense, protagonista activo en su mocedad, en los campos
de su tierra natal, nutrida de leyendas, de espantos, de visiones; del encanto
de la naturaleza, donde la fauna y la flora se humanizan y hacen travesuras. Y
así queda reflejado también en su obra musical.
Para entender mejor esta reflexión acerca
de la obra otiliana, conviene revisar un poco lo que Rodolfo Modern explica
acerca de la obra de Herman Hesse, autor que formó parte de las lecturas
realizadas y analizadas por Otilio, dentro de su desarrollo como ser humano,
sensibilizado hacia la realidad social de su entorno y del cual se nutren sus
composiciones. Modern (1979) asegura
que:
Fidelidad, sobre todo a sí mismo, es la suprema consigna hessiana. Pues
el reconocimiento honrado y a fondo del Yo se convierte en el único supuesto
válido para salvar la vida y, en consecuencia, el mundo dentro del cual cada
vida se halla inscrita y ello mediante la adquisición de la conciencia lúcida
del abismo que cada uno es. Como también de allí parte la posibilidad de tender
el puente hacia los otros, hacia ese universo soñado de una armonía universal,
(…). Sólo cada hombre, y nadie más que él, podrá, siempre que cuente con el
necesario coraje espiritual, romper las falsas ataduras, las convenciones
vacías o caducas. (p. XI)
Encuentra uno en Otilio esa especie de paralelismo hessiano, pues en la
obra del Maestro yaracuyano se advierte esa necesidad de nutrirse de los demás,
de los episodios del pueblo al cual él pertenece en total protagonismo y lo
hace partiendo de esa revisión, ese agite, esa confrontación consigo mismo,
realizada permanentemente con la mayor honestidad y autenticidad, al punto de
sincerar dolores y despechos, presentados siempre, en mayor o menor grado, como
motivación de sus obras, aun en las más alegres. Por ejemplo, en el aguinaldo
de parranda tan contagiosa, tan pícara, tan sabrosita ¡Ay, qué maravilla! (Galíndez, 1992):
Coro:
Entre
pecho y espalda un picante
Si
en los tragos no se me desmanda
Usted
puede también ser cantante
Y
acompañarnos en esta parranda
¡Ay
qué maravilla, si yo despertara
¡Ay,
qué maravilla, si yo despertara
Y al
abrir los ojos, tus ojos mirara
¡Ay qué
maravilla, mi boca en tu boca
¡Ay
qué maravilla, tu boca en la mía
Porque
así las Pascuas más Pascuas serían (p. 113)
El
Maestro Otilio, en esta pieza, presenta quejas, expuestas con la sencillez tan
característica, espontánea, auténtica y vigorosa de su obra, pero que se cuelan
resbaladizas, como jaboncito en agua de río, y pasan sin fracturar la esencia
de la fiesta decembrina, presentada como jolgorio del pueblo, a quien invita a
participar, siempre que no se haya pasado de traguitos.
En
una primera mirada, Otilio se asoma al mundo con una imagen de hombre
propietario de una sencillez conmovedora y envolvente; fresca, muy honesta; es
una marca que lo delata, lo define; le da presencia instantánea. No sabe uno
quien llega primero, si esa sencillez, en una especie de cantar que anuncia la
cercanía del alma del poeta, o si es Otilio quien llega como haciendo lobby
magistral a la sencillez. Será, entonces, que son la misma cosa. Otilio
reencarna la sencillez en su figura, en su andar, en su discurso accesible,
liviano; en su lenguaje pausado; en el barítono cálido del timbre de su voz.
Esa sencillez del Maestro es el alma de alguien que sabe escuchar; de quien
prefiere callar antes de hablar impulsivo, desmedido, y evitar así, en lo
posible, las heridas.
En
su obra musical, Otilio, el compositor,
mantiene su sencillez en las formas, en el lenguaje, en la descripción
sintética de la localidad, de la geografía escogida; también la mantiene en la
melodía, pero el alma expuesta, difundida, es fácilmente comparable con un bisturí:
sencillo, pero directo; desgarrador, profundo, inclemente; en actitud de
reclamo; muy sobrio y elegante, pero incisivo, apasionado y alejado del temor
al golpe, se muestra dispuesto, franco y resuelto en coraje para mostrar su
angustia en ataque.
Entonces, Emilio. No es un Otilio. Son dos los Otilio que se integran al
estudio. Son dos. Comedido, el primero; Otilio, el dócil; el ser del diálogo de calle; el cercano, el
modesto paisano de la discreción como regla.
Y Otilio, el segundo, es el
combativo y desgarrador; el alma inconmensurable que agita, conmueve,
estremece, sin medida ni consideración alguna, y en el que siempre se cuela un
pedacito de tragedia. En ese enfrentamiento, permanece inquebrantable,
invulnerable, la sencillez elevada como metáfora de sí misma, y, en esa lucha, el diálogo se abre paso consigo mismo,
lo que produce luego un casamiento entre ambos seres y, acto seguido, es la
poesía la que siempre sale victoriosa.
En
la obra El lobo estepario, leída
también por Galíndez, dentro de sus preferencias literarias, Hesse (1979), al
referirse al personaje de Harry, indica que
…muchos artistas principalmente
pertenecen a esta especie. Estos hombres tienen todos dentro de sí dos almas,
dos naturalezas, en ellos existe lo divino y lo demoníaco, la sangre materna y
la paterna, la capacidad de ventura y la capacidad de sufrimiento, tan hostiles
y confusos lo uno junto y dentro de lo otro, (…). Y estas personas, cuya
existencia es muy agitada, viven a veces en sus raros momentos de felicidad
alto tan fuerte y tan indeciblemente hermoso, la espuma de la dicha momentánea
salta con frecuencia tan alta y deslumbrante por encima del mar del
sufrimiento, que este breve relámpago de ventura alcanza y encanta radiante a
otras personas. Así se producen, como preciosa y fugitiva espuma de felicidad
sobre el mar de sufrimiento, todas aquellas obras de arte, en las cuales un
solo hombre atormentado se eleva por un momento tan alto sobre su propio
destino, que su dicha luce como una estrella, y a todos aquellos que la ven,
les parece algo eterno y como su propio sueño de felicidad. (p. 29 y 260)
Esta valoración presentada puede ser advertida en alguno de los textos
de las canciones de Otilio. En Mi tripón, por ejemplo, debajo de esa
dulzura de la melodía típica de un arrullo para un pequeñito, se presenta la
invitación, de lo más atrevida, a engañar a la lechuza, ave emblema de la oscuridad, y al coco, figura del imaginario colectivo, presente en
el folklore de varios países de América Latina y de Europa, especialmente, de
España y Portugal, que se remonta desde el siglo XV, es decir, desde hace más
de cinco siglos, amenazando a los pequeños que se portan mal o no quieren ir a
dormir, para castigarlos o para llevárselos; el propio emblema del temor, del
acecho en contra de los niños y niñas desobedientes, en la famosa canción de
cuna Duérmete niño, duérmete ya, que
viene el Coco y te comerá, pero que
Otilio, muy a su estilo, se le enfrenta como un desafío, una actitud en contra
de ese enemigo invasor, a quien ya se le ha perdido el miedo, según lo expuesto
en su propuesta poético-musical (Galíndez, 1992).
Duerme
mi tripón
vamos
a engañar la lechuza
y a
engañar al coco que ya no asusta
Duerme
mi tripón (p.27)
El
combate reflejado, en esa invitación al engaño como estrategia de lucha hacia
la liberación, hacia el rompimiento de ataduras coloniales, herencia cultural
de la invasión europea, tan imperialista y castradora, dominio al que ya se le ha perdido el miedo, expone también una tragedia, en la imagen muy
romántica -retrato lorquiano en
negativo, es decir, positiva y encantadora-
desarrollada por Galíndez (1992) en su canción de cuna, cuando describe
que el sol perdió la luna
Que
mañana el sol
Brillará
en tu cuna
Y te
contará
cómo
fue que un día
perdió
la luna
Duerme
mi tripón (p. 27)
En
la parranda oriental Vaya un
pecado, Otilio muestra la cultura
del chisme, de los comentarios malsanos, en perjuicio de las parejas que tienen
todo el derecho a buscar la intimidad para quererse, bajo una luna grandota
como la que tiene la Isla de Margarita. Galíndez (1992):
Vaya
un pecado, digo yo
que
Margarita tenga una luna grandota
Y
bajo esa luna hermosa
Salir
a tomar la brisa
Dicen
que a Pedro y a Juana
Los
cargan de boca en boca en boca
Y
dicen que Juana es loca
Y
Pedro es un tarambana (p.37)
De lo más atrevido, “Otilio 2”, en su faceta de poeta compositor, delata lo
que no haría, en principio, “Otilio 1”, el ser humano comedido, la palabra cuentagotas,
monumento extremo a la sencillez, invadido por las limitaciones agresivas
impuestas por la sociedad que debe habitar y que le obligan a cuidar sus
dichos, pareceres, opiniones. Esa
expresión poética otiliana encuentra su materia prima en la gracia y sabiduría
del pueblo, desde donde el creador la extrae en toda su verdad, la expone,
después de filtrarla con la magia de su verbo y música, y ocurre el milagro de
la fusión, del casamiento, del acuerdo entre “los dos Otilio”; entre el Tío
Tigre y Tío
Conejo, para plasmar esa creación única que atrae y envuelve y que se
constituye en un canto de liberación, de rompimiento de la estructura
tradicional para registrar, fotografiar, dignificar, eternizar el alma del
pueblo.
A
propósito de la canción liberadora, la
propuesta musical difundida como estandarte que intenta romper, desanimar,
fracturar elementos y valores heredados de otras culturas o inmersos en el
sentir de un pueblo sometido a imposiciones o dictaduras de culturas foráneas,
en perjuicio de su identidad, conviene atender lo expuesto por Santos (2011)
citado por González (2016) y su tesis de la dialogicidad que se presenta en el
canto popular:
Este canto, esta voz emanada desde el
interior, revela no pocas cosas del individuo. El ser individual tiene un
universo interno en constante e indisoluble relación con el mundo exterior
donde se desenvuelve. Es necesariamente individuo al tiempo que forma parte del
colectivo que lo contiene. Se produce entonces, cuando cantamos, un ejercicio dialógico
en distintos niveles y dimensiones en las que se involucran, en su sentido más
amplio, diversas cosmovisiones que, sin embargo, pueden referirse a sistemas
similares de comprensión de los procesos humanos y entenderse a través de la
traducción intercultural (p. 1 y 2)
Conforme a esta reflexión, se refuerza la tesis del dualismo del ser, la
hipótesis de las dos almas, expuesta y defendida para explicar la visión
dialógica del Maestro Otilio Galíndez, en su creación como compositor. Ese dualismo encuentra su base en el canto,
la interpretación vocal, como ese instrumento que posee el individuo para
expresar el sentimiento descrito, construido en el texto de su obra.
Pero ese instrumento es considerado como la voz emanada del universo interno del ser en constante
relación con su entorno, al punto de que sólo puede ser considerado individuo
cuando es valorado como parte del colectivo donde se encuentra inmerso. Es por
ello que, forzosamente debe producirse, consciente o inconscientemente, un diálogo
entre esa voz interna y el colectivo, lo que significa la interrelación
cultural del ser humano.
En
el caso de Otilio, de acuerdo a la tesis aquí pretendida, esa interrelación de
su canto, de esa su voz interna con el exterior, toda su composición es la
condensación poético-musical de dos seres que, en una primera fase, entran en
conflicto puesto que se trata de dos visiones o cosmovisiones: una, el
resultado del proceso selectivo del creador Otilio 1, empoderado de los
elementos culturales que definen o se dinamizan en la sabiduría de un pueblo,
empoderamiento del que siempre ha sido partícipe protagónico puesto que el
Maestro viene de esa alma popular que nunca abandonó, para que después sean filtrados por la otra
cosmovisión, la de Otilio 2, en su impactante
proceso de gran creador crítico que activa
-segunda fase- todo un proceso
hermenéutico de los signos expuestos en esa plataforma colectiva, a través de
una acción dialógica impulsada y hasta dibujada con preguntas, despechos,
evaluaciones, calificaciones, enfrentamientos con Otilio
1 hasta entrar -tercera y última fase- en una suerte de amalgamiento de los “dos seres” que da como resultado una
propuesta cargada de poesía y armonía musical que conmueve en grado extremo, a
niveles de genialidad puesto que se trata de una creación que viene del alma
popular sometida a una especie de agudo e inclemente purgatorio crítico,
revolucionario, que conduce a una propuesta liberadora, depuración y elevación
de ese sentimiento colectivo, con la permanencia, aun más transparente de la
sencillez que caracteriza la obra otiliana.
Es
decir, Emilio, entrañable hermano, que la obra de Otilio Galíndez es el
producto de la sagrada e impactante mezcla
sencillez-profundidad, que tanto se admira en la creación del autor
yaritagüense y digna de la atención analítica que valora su gran legado a la
historia musical del país.
Alma
de pueblo + Genio dialógico = Otilio Libertador
Todo canto liberador, entonces, tomando como premisa la propuesta musical
otiliana, está constituido por los siguientes elementos:
1)
La sabiduría del pueblo creada a partir de sus experiencias de vida, a través
de los valores aprendidos en la familia, en la escuela, los vecinos
(costumbres, tradiciones, interrelaciones).
2)
El conocimiento, la aplicación de lo aprendido sistemáticamente a nivel de la
formación académica, a lo que se agregan comportamientos que se accionan a lo
largo de esa formación y que se interconectan o, incluso, se enfrentan con ese
saber popular
3)
La expresión, es decir, el resultado de la integración especial de los dos
elementos anteriores: una importante heterogeneidad, dibujada en la definitiva
expresión del arte vocal, enmarcada dentro de la idea de la transformación
social, ese camino hacia la ruptura de estructuras cuasigastadas y
sobrevivientes, que responden a las aspiraciones de la cultura de un pueblo
que, al verla cristalizada en la propuesta poético-musical, interpretada
vocalmente, se identifica con ella, la eterniza, la hace suya totalmente, la
populariza, la difunde con todo el éxito que, en efecto, se logra.
La reflexión obliga a sintonizarse
con lo defendido por González (ídem):
el canto liberador, esas formas de
ver(nos) y de crear(nos) que involucran, por un lado el saber popular que nos
transmite nuestro entorno, que se ve reflejado en la música elaborada por el
pueblo basada en sus tradiciones -y sus modos de relacionarnos- que se escuchan
generalmente en la infancia y la adolescencia en un ambiente familiar y, por el
otro, la enseñanza de la academia, que tiene una visión más bien escolástica
del tema, y que reproduce esquemas eurocéntricos tanto en la producción como en
la enseñanza de la música. A estas se adicionan las prácticas liberadoras que
se van produciendo a lo largo del trayecto primero formativo y luego
profesional. En el caso de la enseñanza para el canto liberador hay fuentes de
conocimiento que interconectan, relacionan, facilitan y transversalizan las
mencionadas, manifestando distintas cosmovisiones o maneras de ver/entender el
mundo desde la gran diversidad que lo contiene. El ejercicio que se intenta
plasmar aquí es el de integrar esas fuentes de conocimiento de diverso origen,
tamizadas por las visiones y experiencias que se suceden a lo largo de un
aprendizaje que está lejos de acabar y que va enriqueciéndose y transformándose
a medida que se produce en diferentes tiempos y espacios. Este ejercicio no es
otro que el de hacernos preguntas permanentemente intentando encontrar
respuestas, entendiendo que tanto las respuestas como las preguntas son siempre
provisorias (p. 3)
La
obra de Otilio Galíndez es continente, sin duda, de todos los elementos
explicados: sabiduría popular (experiencias
con valores familia, amigos,
vecinos); conocimiento (académico y
experiencias nuevas) y expresión
del arte (composiciones y canto),
hacia la transformación social). Pero, además, la propuesta poético-musical
otiliana ha sido instrumento de aprendizaje colectivo, en virtud de las
inquietudes e interrogantes que se revelan y que buscan incesantemente
respuestas, todo al ritmo de la indetenible dinámica social.
Ese
canto liberador de Otilio Galíndez puede apreciarse en varias de sus
piezas. En Mi tripón, comentado ut supra, esa canción de cuna se presenta, en
primer lugar, como un espejo del saber del pueblo, cuando habla del coco,
figura heredada y divulgada por el grupo primario constituido por la familia,
la escuela, los vecinos, influidos, a su vez, determinantemente por la cultura
europea y africana que define la condición multiétnica, intercultural,
pluricultural y diversa del pueblo venezolano, su identidad y sentido de
pertenencia, y se muestra como un símbolo de terror, de castigo, de temor y
miedo, que Otilio, desde ese sentir del pueblo, pretende romper, desaparecer,
humillar con la indicación muy clara de que “…ya
no asusta”.
Mi tripón constituye una composición poético-musical,
con una dosis de ternura sin límites, en la que
Otilio alma de pueblo, en un
primer paso, se empodera (o
re-empodera) de los elementos culturales
propios, muy propios de la sabiduría de esa gran comunidad y alma a la que él
pertenece. Desde ese rol, el Maestro observa, evalúa, se identifica aun más con
el sentimiento que aspira proyectar. Luego, en un segundo paso, Otilio genio dialógico asume el rol del
creador que, con su poesía, eleva pero también emplaza, critica, desnuda,
confronta el resultado de la evaluación realizada. Se trata, entonces, del
encuentro entre Otilio 1, alma del pueblo, y Otilio 2, genio dialógico, enfrentamiento con
desenfadados misiles de preguntas, de nostalgias que ríen y alegrías que
lamentan; de despechos que no piden permiso ni escuchan clemencia para
poder alcanzar la llaga desde donde
saldrán, libres y aventureros, versos, canciones, serenatas, danzas,
aguinaldos, parrandas, después de que ambos seres se integren para regalarle al
mundo una obra de asombrosa fusión de sencillez con profundidad.
Desde
la perspectiva simbólica, ¿No es el coco,
dentro del lenguaje o discurso infantil, la representación de la
transculturización; del dominio de la cultura foránea; restos de la inyección
cultural del siglo XV; una expresión conservadora que refuerza la imposición de
elementos culturales que se han colado inteligentemente dentro de la dinámica
de las tradiciones venezolanas? ¿No se trata, acaso, de una forma de dominio
cultural que el pueblo aspira exterminar y liberarse y que el Maestro Otilio, desde una visión
dialógica y de confrontación, expone, denuncia, critica esa realidad y lo hace
a través de su propuesta, cuya sencillez más cruda de esa verdad invasiva,
mantiene inquebrantable, a la vez, que la eleva a las dimensiones del arte
poético-musical?
En
el aguinaldo a lo divino ¿Dónde vives?, el Maestro yaritagüense (Galíndez,
1992), parte de la pregunta, de la inquietud que va expresada directamente en
interrogantes que reflejan un reclamo: la búsqueda de un niño que, dormido, lo
va a despertar con una serenata.
¿Dónde
vives niño hermoso?
¿Dónde
tienes tu mirada?
¿Dónde
se cierran tus ojos
Para
despertarte con mi serenata (p. 98)
¿Y
quién es ese niño? Pues, en una primera
instancia, la respuesta es la figura de Jesús, el personaje bíblico del
Cristianismo, recién nacido, imagen central de la celebración navideña en el
mundo. Si esa es la búsqueda, quiere decir, entonces, que ese Niño se encuentra
perdido. Es decir, es la manera muy sintética de Otilio de presentar la
realidad actual del extravío de la verdadera celebración de la Natividad,
festejo que, al parecer, se ha olvidado del homenaje al Niño Jesús, para
desviarse hacia otros destinos que rompen con el verdadero motivo.
Dicho de otra manera, el Otilio
alma de pueblo observa la realidad del Niño Jesús perdido, desaparecido, dormido, y el Otilio genio dialógico pregunta, reclama, pide,
a modo de crítica social, la respuesta que le señale la presencia del Niño
Jesús “vivo” pues, siente el temor de
que haya “muerto”. Pero el acuerdo, la integración, la fusión de ambos seres
logra que el gran Maestro de la Navidad venezolana concluya, en su propuesta
poético-musical, que el Niño Jesús no está “muerto” sino que está “dormido” y
será despertado con una serenata.
Esa interpretación se evidencia en los versos asignados a la voz
solista:
La
noche colmada de tanto lucero
Se
presenta linda y clara
Para
alumbrar la llegada
Del
Niño Jesús que quiero
La
noche es de mirra, de incienso y de pino
es
de hallaca y de aguardiente
y
está el mundo reverente
para
recibir al Niño (idem)
Se
aprecia en las estrofas transcritas que el autor encuentra al Niño que busca,
al que quiere, gracias a la claridad y transparencia de la noche colmada de
luceros que no sólo lo despierta sino que el Niño llega y que el mundo lo
recibe reverente, entre mirra, incienso y pino, y también entre hallacas y
aguardiente.
De
una manera asombrosamente sencilla y de una síntesis y profundidad
inmejorables, Otilio rescata, revive no sólo la imagen del Niño Jesús del mundo
cristiano sino del Niño Jesús que él quiere, el mismo que quiere el pueblo,
rodeado de sus tradiciones que, además, frente a la reverencia al Niño que
llega, lo recibe de una manera descrita con una mezcla o simbiosis abrupta,
realista, muy irreverente y desinhibida: mirra, incienso, pino, hallacas y
aguardiente, es decir, todos los símbolos extraídos, por una parte, de la
historia bíblica y los presentes de los Reyes Magos; de la tradición europea y
del famoso pino de invierno; y, por la
otra, de la comida y bebida de la
tradición nacional decembrina.
Otro ejemplo muy revelador se advierte en la pieza Dime
si es Pascua. En ese conocido
aguinaldo a lo divino, el proceso creativo responde al esquema del canto
liberador, cuando el autor (Galíndez, 1992), en primer lugar, desde la acción del
re-empoderamiento del sentir del pueblo, comienza a emplazar a José y a María,
la famosa pareja de la sagrada familia bíblica, para preguntarles, a modo de
ironía, dentro del mismo perfil que se cumple en el aguinaldo ¿Dónde vives?, ya analizado, que si es
posible calificar de Pascua a una
fiesta, una celebración, donde no se menciona al Mesías ni se le canta al Niño
Jesús
Pascua
donde no se nombra el Mesías
Dime
si es Pascua, José
Si
no le cantan al Niño Jesús
Dime
si es Pascua, preciosa María (p. 96)
Nuevamente, el Maestro
Otilio alma de pueblo, observa la
realidad que le lastima, desde el pueblo,
allí ubicado y empoderado porque es allí donde siempre ha pertenecido, y
luego, Otilio genio dialógico, parte del esquema o formato interrogativo y
de intercambio, cuando conversa, con José y María, inteligentemente presentados
desde la ambigüedad que los identifica, o bien con los íconos principales de la
historia génesis de la Natividad, o bien con la gente sencilla del pueblo,
representada con esos mismos nombres, tan queridos y populares en nuestra
cultura, y después Otilio -integración de “los dos Otilio”- repite el
cuestionamiento social a la celebración navideña que se olvida o descuida la
imagen central y motivación medular de la gran fiesta decembrina, como lo es
Jesús Niño, en la idea muy dramatizada de que se trata de recordar su
Natalicio, en virtud de la trascendencia histórica de su vida, episodio que se
enfrenta al desbordamiento del consumismo, la frivolidad; la música comercial
alejada de esas tradiciones más genuinas, más representativas de la época
decembrina.
La
genialidad del cantautor yaracuyano, en esta pieza, se encuentra en ese provecho que el Maestro
alcanza de la síntesis y la sencillez más elemental y, a la vez, más profunda,
experiencia poético-musical que se repite en toda la obra de Otilio y la
identifica como una de sus más sobresalientes características. Se trata de un
manejo excepcional de los signos engendrados en personajes, geografías,
expresiones, lo que hace de Galíndez, una importante referencia para el
análisis semiológico, estudio que también se percibe en los personajes que
aparecen en la siguiente estrofa, también incluida en el famoso aguinaldo Dime si es Pascua
Allá
va la mula, allá va la mula
Allá
va la mula llorando el olvido
Allá
va la estrella que llora también
Allá
van los Reyes dejando a Belén (idem)
El
creador aguinaldero describe una sentida nostalgia, casi tangible
materialmente, a través de los
principales protagonistas de la conocida historia de Belén que dividió el
tiempo. Otilio dibuja el paso resignado de la mula que llora
el olvido al igual que la estrella también. Después incorpora a los Reyes que
se alejan tristes de la famosa ciudad de Palestina.
Se
trata de la selección de elementos de la elaboración del Nacimiento
tradicional, representación del Natalicio de Jesús, para el mundo católico,
infaltables en todo pesebre tradicional: María, José y Jesús Niño; la mula
(acompañante en la peregrinación de la pareja); el buey (fuerte y laborioso);
la estrella (la luz guía) y los Tres Reyes Magos (la humanidad visitante). ¿A
qué olvido se refiere el autor? ¿Por parte de quién o de quiénes se presenta
ese supuesto olvido?
De
una manera asombrosamente sintética, simbólica, extremadamente sencilla y profunda,
el Maestro Otilio, como artífice del canto liberador, insiste en la denuncia de
la imposición mercantilista que logra en la sociedad, la supremacía en
perjuicio de las tradiciones más sentidas del pueblo que afectan su identidad y
sentido de pertenencia, y lo hace a través de la genialidad reflejada en el uso
inteligente de los símbolos que se proyectan en todo el pesebre decembrino.
Para ello, Otilio sólo acude a tres elementos fundamentales y que son
sempiternos en la elaboración de todo Nacimiento, por muy modesto que sea. En
primer lugar, escoge a la mula, representación de lealtad, servicio y humildad, y en su evocación parece describir su
exclusión, su despido, cuando señala la lejanía expresada con el término “Allá va” y describe el llanto que no
es otra cosa que el dolor del pueblo creyente, representado en esa figura.
En
segundo lugar, la estrella, luz
conductora, guía y brillo del suceso histórico trascendental, que también
llora la exclusión que experimenta en la lejanía y distanciamiento similar al
de la mula.
Se
trata, entonces, de esa suerte de tratamiento igualitario para dos elementos de
la tradición navideña, proyectados en dos dimensiones distintas: el pueblo
humilde, leal y servicial, representado en la mula, humanizada en la prosa
otiliana; y la entidad suprema, brillante, orientadora representada en la
estrella que también llora el destierro.
Los Reyes Magos constituyen el tercer elemento escogido por el
compositor. El trío constituye la representación de la diversidad de pueblos y razas que, en el marco del panorama
desalentador, llegan a su destino pero lo dejan, y, de acuerdo al perfil de la
melodía empleada por el compositor, lo hacen resignados, decepcionados,
desesperanzados. Es el pueblo humanidad, testigo de esa otra celebración
pseudonavideña que venera la imagen nórdica de un Santo que entrega regalos
montados en un trineo movido por renos.
El
canto liberador advertido en las piezas escogidas, analizadas anteriormente y
que forman parte de la obra poético musical del Maestro Otilio, responde al
esquema dialógico, muy utilizado en el discurso otiliano, no sólo como recurso
para describir un determinado episodio que el compositor desea
redimensionar -el diálogo expresado en
los aguinaldos de parranda La Restinga y en Muchacha, por ejemplo- sino también como puente que impulsa la
interacción entre el compositor-creador genio
dialógico y el compositor-creador alma
popular (hallada en sí mismo por cuanto él es engendrado en ella), a quien
dirige su mensaje, no con la verticalidad de un emisor marcado por la visión
comunicacional conductista que apuesta al receptor pasivo sino como un
comunicador que se ubica dentro del esquema del empoderamiento del pueblo,
convertido en emisor horizontal dentro del verbo y melodía presentado por
Galíndez en su propuesta.
Dicho de otra manera, la mirada galindeciana, a través de su
creación -una creación colectiva en la
que alma popular y genio dialógico participan activamente-
muestra la integración de un diálogo permisivo al pueblo para que, junto al
poeta, asuma también la responsabilidad emisora y construyan juntos, a través
del discurso poético de Otilio, esa propuesta que dialoga con el mundo. Allí se
encuentra la clave de su trascendencia, su impacto social y su repercusión en
el mundo de la canción popular que logra, incluso, dosificar un poco el
discurso académico.
¡La
participación crítica y el canto liberador!
Esta perspectiva del estudio que aborda el canto liberador que se
encuentra en el discurso de Otilio recuerda inevitablemente al discurso
freireano de la educación como práctica de la libertad.
Freire
(2010), en su concepción de la educación como un proceso co-responsable entre
educador y educando, como una actividad que se asume con la participación
activa y protagónica tanto del educando como del educador; como un escenario
para la transformación del individuo y,
por tanto, de la sociedad misma, explica lo siguiente:
…la posición normal del hombre (…) no
sólo (es) estar en el mundo sino con él, trabar relaciones permanentes con este
mundo, que surgen de la creación y recreación o del enriquecimiento que él hace
del mundo natural representado en la realidad cultural (p. 98)
La
postura del maestro brasileño expresada en el texto transcrito revela el
proceso dialógico que se desarrolla conforme a la fórmula estar en el mundo
y estar con el
mundo; lo que plantea, entonces, el
diálogo, no como un intercambio o interacción
con el receptor sino desde el receptor, lo que convierte a éste en otro escritor,
corresponsable del proceso comunicacional presentado.
¿No es eso, acaso, lo que se advierte en la creación galindeciana?
Otilio, en su obra poético-musical ¿no es el alma del pueblo reflejada en sus
costumbres, tradiciones, términos coloquiales, quejas, reclamos, lo que él
proyecta, difunde, transmite, fotografía, a través de sus composiciones, al
punto de hacer del pueblo protagonista de esa responsabilidad compartida? ¿No
es precisamente Otilio, en su composición, quien transparenta y traduce el
sentimiento más sencillo y profundo del colectivo popular al que evoca,
redimensiona, eleva más que representar, a través de su creación?
Esa visión Otilio-freireana puede observarse en varias piezas del
cantautor yaritagüeño. En Dime si es Pascua, no sólo es el diálogo que
el autor presenta con José y con María, máximos representantes bíblicos del
acontecimiento del Natalicio de Jesús, sino que es también el diálogo con José
y con María, la gente del pueblo venezolano, puesto que el aguinaldo no indica
directamente que se trata de los padres del Redentor. Otilio presenta la
ambigüedad, el dualismo basado en esa realidad cultural que el Maestro re-crea
y enriquece con sus versos.
Y
la otra manera de dialogar, muy a lo Otilio, es embriagarse de esa nostalgia
del pueblo, al punto de dejarse empoderar por el alma del pueblo para que se
proyecte, en los personajes de la mula, la estrella y los Reyes, ese reclamo y
esa crítica social, sin que se fracture la sencillez de esa condición colectiva
y humana. Todo lo contrario, la redimensiona y la convierte en metáfora de sí
misma.
En Muchacha, el autor de
Yaritagua (Galíndez, 1992) dialoga con una representante joven alegre de
cualquier hogar de un pueblo. Pero también dialoga con la señora de la casa que se anda
escondiendo, típica conducta de las amas de casa que afloran su timidez ante el
grupo de parranderos que sorpresivamente llega a la casa.
La
señora de la casa
que
no se me ande escondiendo
Y
traiga el palito que le estoy pidiendo
Porque
ya nos…
Vamos
a Belén, Muchacha
Que
allá una linda estrella que brilla
Alumbra
el camino
Vamos
a Belén (p. 101)
En
el diálogo planteado en ¿Dónde vives?, Otilio hace una importante crítica social
ante el hecho del Niño dormido que es necesario despertar con una serenata. Se
refleja una sentida crítica social a la exclusión de la figura central de la
celebración navideña, muy parecido a la crítica reflejada en Dime
si es Pascua, ya analizada. El
genio de Otilio Galindez pareciera basarse en la filosofía de Mannheim, citado
por Freire (idem), cuando se refiere a la democratización de la cultura, fundamentada en esa participación colectiva y
creativa conjunta que parte principalmente de las bases populares. “En la medida en que los procesos de
democratización –enfatiza Mannheim- se hacen generales, se hace también más
difícil dejar que las masas permanezcan en su estado de ignorancia” (p. 96)
Explica
Freire (2010) también que la participación crítica es una “forma de sabiduría”,
y que esa democratización de la cultura “sólo
le sería posible transformarse en pueblo, capaz de optar y decidir por medio de
la participación crítica” (idem).
Como corolario de todo lo expuesto, forzoso es concluir que el verdadero
ejercicio de libertad comienza a partir del diálogo y de la participación
protagónica que entraña la criticidad como garantía de la democratización de la
cultura. Es decir, que todo canto
verdaderamente liberador debe basarse en esa sabiduría popular que encuentra
sus raíces en las tradiciones tejidas en la niñez y mocedad que se forman
dentro de la familia, sabiduría que se proyecta a través de la oportunidad que
otorga todo proceso dialógico, dinámica interactiva, caldo de cultivo ideal
para el desarrollo de la crítica. Esa influencia familiar se combina con la
enseñanza formal y sistemática de la academia, invadida por los valores
coloniales.
“Yo tengo tantos hermanos que no los
puedo contar”
La
incidencia familiar, en el Maestro Otilio, encuentra su energía medular en
Santiago Galíndez, su papá, carpintero; y, muy especialmente, en su mamá,
Felicita Gutiérrez, costurera, quienes inciden, de manera determinante, en el
amor del cantautor por la música. Así lo expone el propio Otilio, conforme a
entrevista registrada por Ruiz (2007): ”Fue mi papá y mucho más mi mamá quienes me
indujeron a tener amor a la música, a la naturaleza y a todo el trabajo del ser
humano” (p. 12).
Es
el mismo Ruiz (1990) quien logra dibujar el verbo de Rosa Felicita:
“Desde niñita –dice Felicita- la
música y la poesía me han fascinado. Me gusta cantar aunque no sé y también me
aplico a la poesía. Yo me levanto cantando. Es que la música es tan importante
para los seres humanos, es tal vez como el pan, es alimento del espíritu, en
esta casa diariamente se canta” (p. 72)
¿Te fijas, Emilio? ¡Otra coincidencia, hermano! Felicita, la mamá de Otilio, era costurera y
se la pasaba cantando. Igualito que mi
mamá. ¿Recuerdas? Ella cosía en su
máquina de pedal y con su voz de soprano modesta, todo era una propuesta para
la difusión de tangos gardelianos. Y la “novia” de Otilio -así se refería el Maestro, cuando hablaba
de su mamá, la bella dama, invidente que
enseñaba a mirar con el alma- cosía y
cantaba, pero, además, escribía. Así lo explica Ruiz (idem):
Y es que sorprende la capacidad de
recordar de Felicita en cuya voz escuchamos canciones antiguas, que a su vez
escuchó, allá en su niñez pueblerina. Luego va hasta la máquina de coser y
allí, junto al dedal, agujas y lazos de colores que teje para sus nietas,
encontró (…) versos escritos “en los momentos en que me llega algo” (p. 73)
Pero la familia en Otilio no es sólo la consanguínea. También están
unidos a su existencia otros integrantes muy especiales. Es una familia muy extensa
y, desde luego, también influye en su tarea de gran creador. El poeta Ruiz
(ibidem) lo refleja:
“Me
recuerdo jugando con la tierra y el conuco. Siempre ha habido ríos, caños,
acequias, de antes y de ahora, porque mi infancia esto llena de mucho amor.
Cuando se es niño no se extrae esa estela que forma las cosas desagradables.
Por eso soy campesino, no se me ha quitado ni se me quitará. Tengo el orgullo
de haber vivido con los animales, con las matas y con la gente. (idem)
Y
esa vinculación familiar marcada por su Sebastián y Felicita y por sus queridos
parientes de la naturaleza, corresponsables de su crianza, se manifiesta en su
obra musical.
En
Mi Bella Dama, danzón dedicado a su
mamá, el cantautor yaracuyano (Galíndez, 1992) serenatea a Felicita y reconoce
la gracia de la influencia maternal que se gestó desde las canciones de cuna y
en las historias que seguramente esa dama le narró. El siguiente fragmento de
la pieza lo revela:
Oye
Tesoro
mío
Este
danzón robado
Del
viejo libro
De
tus recuerdos,
De
tus arrullos
Y de
tus cuentos” (p. 78)
La naturaleza es la otra familia de Otilio. Esa suerte de consanguinidad
y fraternidad con el medio ambiente siembra las bases para que el Maestro pueda
ser calificado como cantautor ecológico.
No son pocas las piezas que revelan esa realidad.
En
el romántico y conmovedor vals titulado Ahora,
Galíndez (1992) acude al entorno ambiental para evocar y reclamar al ser
querido, a quien se extraña y se desea el regreso, en razón del cambio atmosférico
que, en el fondo no es, en realidad, sino una nueva disposición del corazón
enamorado:
Ahora
que el invierno se prende de las hojas
Ahora
que amanecen charquitos en el patio
Ahora
que los caños rebosan de agua clara
Mira
el conuco verde oí los turpiales”
Vaya
paisano dígale que canto solo
que
ya rompí con el silencio del verano
Ahora
que el invierno se prende de las hojas
Ahora
que amanecen charquitos en el patio
Ahora
que los caños rebosan de agua clara
mira
el conuco verde oí los turpiales (p. 16)
Nuevamente, el célebre cantautor de Yaritagua se luce con el juego
inteligente de los signos que convierte en verdaderos íconos que representan un
estado emocional. El protagonista narrador celebra la despedida del verano que
lo había encerrado en un silencio que logra romper con el canto que necesita
compartir con el ser querido. Es decir, un alma callada, seca, agotada,
consumida, –el silencio del verano;
observa que el tiempo, el ahora, le brinda una nueva oportunidad, con un
cambio extremo, opuesto, distinto -“el invierno se prende de las hojas”;
luminoso, fresco -“amanecen charquitos en el patio”;
abundante, transparente -“los caños rebosan de agua clara”; y el alegre, festivo, colorido
renacimiento -“mira el conuco verde, oí los turupiales”.
En una pieza muy breve, expresada en una descripción poética con versos
libres, sin rima alguna, Otilio narra, en primera persona, el sentimiento del
protagonista que se siente solo y dialoga con el coterráneo para aspirar el
regreso del afecto añorado, distante, ausente, perdido –“Vaya,
paisano, dígale que canto solo”- y
le expresa la transformación percibida, a través de sus “hermanos”, su “familia”, la naturaleza.
De
la misma manera, el proceso se repite en Caramba,
donde el querido autor (Galíndez, 1992) pregona y expresa su queja al ser
que no ha correspondido con sus expectativas amatorias y, para ello, el
invierno y la lluvia son ahora elementos presentes en una escena para la
tristeza y la información dialógica, respectivamente.
Caramba,
mi amor, caramba
lo
bello que hubiera sido
Si
tanto como te quise
así
me hubieras querido
Caramba,
mi amor, caramba
Pasar
el invierno triste
Mirando
caer la lluvia
Que
tantas cosas me dice
Caramba,
mi amor, caramba
Caramba,
mi amor caramba (p. 22)
El reproche del protagonista revela también la pérdida de cosas que
hubieran ocurrido de haberse ejercido el romance aspirado.
Caramba,
mi amor, caramba
Las
cosas que nos perdimos
Los
chismes que tanto escucho
Entre
las piedras y el río
Caramba,
mi amor, caramba
El
viento con las espigas
aromas
de caña fresca y
amargos
de mandarina”(idem)
El
poeta recurre a su querida familia del campo para incluir las habladurías que surgen del choque entre
lo que se encuentra detenido -las piedras- y lo que corre y fluye -el
río; entre lo que se desliza en
escape fugitivo y lo que se queda conmovido, agitado, pero sin
desplazamiento -el viento con las espigas; y
el remate de la combinación de fragancias dulces, refrescantes, con la acidez
que viene de lo que dulce fue –amargos de mandarina. Encuentra así. Otilio, en la naturaleza, una
complicidad en favor de la poesía elevada desde la sencillez que le rodea.
¿Y
qué se advierte en el aguinaldo El
poncho andino? En esa pieza, Otilio hace gala de su capacidad descriptiva
de una ternura muy elevada y de unas dimensiones gráficas tan gigantes y
palpables que no sólo es música. Es pintura, también. En ese aguinaldo, Otilio proyecta una imagen fácilmente
comparable a un óleo sobre el lienzo donde se desborda el paisaje de los
queridos páramos andinos. Y no es exageración decir que hasta el frío se cuela
en el alma porque el Maestro (Galíndez, 1992) logra nuestra incorporación a “su
obra pictórica”, abrigados, al lado del
“Niño Jesús “…de mejillas coloradas”.
Coro
Con
un poncho andino y un sombrero,
muy
alegre por el páramo cantando
Con
un poncho andino y un sombrero,
cabizbajo
por el páramo llorando
Estrofas
El
niño Jesús de bellos frailejones
lindos
ramos pone al pie de una cruz
y en
medio del frío solo y tiritando, caminaba
El
niño Jesús el que sonríe y llora
ése
niño adora y tiene la virtud
de
reír llorando de llorar riendo, en la vida
El
niño Jesús mejillas coloradas
vive
en la montaña bajo el cielo azul
tiene
por amigos vientos y quebradas, que murmuran (p. 94 )
Alegrías y tristezas se amalgaman en este hermoso aguinaldo pictórico, en el que el Maestro Galíndez vuelve a acudir
a su familia Naturaleza para identificar al Niño Jesús, “de bellos frailejones”, que “vive
en la montaña bajo el cielo azul” solito y tiritando en medio de los fríos
parameños que le ponen las mejillas coloradas y… “tiene por amigos vientos y quebradas que murmuran”. Para Otilio, definitivamente, el Niño Jesús
está en todas partes. Su poesía, su pluma y su “pincel”, lo ubican,
especialmente, en los muchachitos libres y protegidos por esa atractiva inmensidad
de los campos sureños, cuyo techo es el cielo y el abrigo es un poncho.
Pero la exquisitez de la ecología, de la flora, de la fauna, combinadas
con las leyendas que, de tanto nombrarlas, se hacen verdad, se aprecia en la
conmovedora tonada Flor de Mayo, en
la que la “pluma-pincel” de “Otilio ecológico” (Galíndez, 1992), vuelve a
lucirse para rendirle honores espléndidos a la querida Naturaleza. Se aprecia
en el paisaje: “Mañana que vas llegando
rayito de sol que siento. Llévame por la sabana; llévame sabana adentro” (p.
32); en
las gotas de lluvia: “Agüita de hojitas
verdes, perlitas madrugadoras” (idem); en la humanización del campo: “Cabalgando en mi rucio paraulato, brota mi copla
y responde el llano (idem); y en la escena de las ánimas en fuga al
escuchar el canto madrugador: “Fantasmas
de sombra y luna, espantos y aparecíos. El gallo de mi totumo ahuyenta con su
cantío” (idem)
En el
merengue Mariana, el Maestro Otilio campesino
(Galíndez, 1992) regresa de manera
imponente, definitiva y con un gran convencimiento al campo, a su origen que
hace lucir en un particular ejercicio comparativo: los vehículos automotores, “toros que son ruedas ojos de diablo y metal”
(p 46) y los edificios, “un montón de palomares que al cielo quieren
llegar”.(p 46) Y la comunicación dialógica se presenta para mostrar su amor
por el ambiente natural de su tierra:
¿Es
que ya no te gusta
La
niebla y el solecito?
¿Es
que ya no te gustan
Los
viejos en sus burritos?
¿Es
que ya no te acuerdas, Mariana
Del
agua fresca
De
las flores Mariana
Ni
de la huerta?
¿Es que
ya no te gusta el maizal? (p 46)
Y son otras muchas las frases en las que el Maestro de Yaritagua (Galíndez,
1992) rinde homenaje al entorno ambiental, incluido como elemento comparativo
brillante, entre su música y sus versos. “…
el bongocito de mi corazón” (p. 75), del danzón El Bongocito, imagen que aparece en Tiene sentido el joropo, en cuyos versos se tributa al género
musical con el ejercicio de ilustres símiles extraídos de la naturaleza y de esa
especial vinculación de los seres vivos con el medio ambiente:
“…el
joropo es la tormenta
y tú
eres bongo ligero
dice
que el viento llanero
juega
con tu pelo hermoso,
cuando
lo bailo contigo
tiene
sentido el joropo” (p.49 )
El
gigante océano es humanizado por Galíndez (1992) en la danza Ese
mar. ¿Acaso no logra el Maestro la
visualización tangencial del azul como una persona que observa, que sabe, que
reflexiona y hasta responde?
Ese
mar parece como si supiera
que
las noches todas
me
las paso en vela.
Ese
mar parece
rumorar
tu olvido
como
si supiera (p. 42 )
En
el vals, Son Chispitas, las
comparaciones utilizadas por Otilio (Galíndez, 1992), estremecen al mismo
ecosistema:
Estrellitas
fugaces parecen
Tus
ojos que a veces
Me
miran mezquinos
Cual
palomas
Que
inquietan volaran
Cual
chispitas
Cual
cocuyos
Así
miras tú
Así
miras tú (p.19)
En
el danzón Suelo Buscarte, el entrañable autor yaracuyano (Galíndez 1992) no
disimula para emprender una búsqueda singular por el medio ambiente y le otorga
un rol protagónico a las hormigas, al humo, a las garúas, a la neblina, a las
nubes y hasta de los soles que ya no alumbran
Suelo
buscarte, amor,
En
las hormigas
En
el inquieto volver
Sobre
mis pasos
Suelo
buscarte, amor,
detrás
del humo
En
el silencio
Y en
la tristeza
De
las garúas
Suelo
buscarte, amor.
En
la neblina
Mirar
febril un punto
En
el espacio
Suelo
buscarte
en
las mil formas
De
las nubes
Y en
la distancia
De
aquellos soles
Que
no te alumbran (p.68)
El
ejercicio comparativo que hace el Maestro Galíndez (1992) con el uso
inteligente del entorno ambiental se muestra muy romántico en el son Es la
primavera, en cuyos versos el compositor humaniza el agua clara y la verde
montaña con quienes dialoga en una suerte de confesión de amor y dolor de
ausencia por el ser amado
Unos
me dicen
Que
yo no tengo porvenir
Otros
que vivo tan solo
Para
contemplarla
Ay,
agua clara
Que
juegas por su cuerpo tibio
Cómo
ignorar su hermosura
Para
no adorarla
………
Unos
me dicen que la razón
Ya
la perdí
Otros
que en vano me empeño
Para
conquistarla
Verde
montaña que escuchas
Desgranar
su risa
Cómo
saberla tan libre
Para
no desearla (p.72)
Con el sol, con la luna; con la tarde
cansada y la noche fresquita y muda; con la luz del alba; con ríos y caminos,
con la montaña, Otilio busca complicidad para poder dormir a su carricito, en Mi tripón Y para honrar a Ernesto Che Guevara, el Maestro (Galíndez, 1992) encuentra connivencia con
la naturaleza que rodeó la vida guerrillera del famoso comandante -aguas, grillos, liebres, pájaros, lluvia,
follaje y el verde oliva.
Y
dijeron las aguas
De
sus anhelos
Y
los grillos
De
su sueño ligero
Y
las liebres
De
sus ágiles pasos
Remedaron
su canto
Los
pajarillos
Y la
lluvia
Le
dispuso al follaje
En
su nombre
El
color verde oliva (p.59)
Se
trata de la canción Al Che. La magia
galindeciana muestra su destreza con la simbología que determina la descripción
poética y muy sinóptica del héroe revolucionario, dentro del marco de la
sencillez que tanto caracteriza la obra de Otilio y que, sin duda alguna,
embelesa.
Atención muy especial, merece el aguinaldo de parranda El Niño Jesús de Ahora (Galíndez, 1992)
puesto que se trata de una pieza en la que se percibe una interesante cantidad
de elementos en torno a los cuales el análisis semiológico encuentra un
interesante panorama que no tiene desperdicio, amén de las figuras que hacen un
altar a la Naturaleza.
El
Niño Jesús de ahora
Tiene
asombro en la mirada
Alza
las manos al cielo
Viendo
la tierra sin nada
El
Niño Jesús de ahora
Tiene
asombro en la mirada (p. 104)
Otilio, en su rol alma de pueblo ha
observado la imagen tradicional del Niño Jesús, ícono expuesto en muchos
espacios, localidades, hogares, con sus ojos muy abiertos y sus manos alzadas,
con la piernita izquierda levantada y la barriguita prominente, típica de los
neonatos. De allí, parte el poeta de Yaritagüa para “humanizarlo” e interpretar
su manera de mirar como sorpresiva, de estupor, de susto, cuando Jesús
chiquitico observa ante sí un panorama desolado, vacío, seco, lo que representa
una reflexión muy crítica del compositor hacia el entorno social que le ha
tocado vivir, el que va describiendo a lo largo de todas las estrofas que le
sigue, y lo hace a través de la imagen símbolo de la Natividad cristiana, así
como también entiende que la imagen de las manitas alzadas del recién nacido
representa -aquí aparece Otilio, como genio dialógico- una suerte de invocación al cielo, una
elevación, una imploración o rogativa hacia el Ser Supremo, al percibir un
escenario que lo conmueve porque lo advierte en condiciones alejadas de sus
expectativas sociales.
Esa desolación se reafirma en la estrofa siguiente en la que Galíndez
(1992) insiste, pregunta, emplaza:
¿Qué
quieren, señores míos,
Mañana
esperar de mí?
Si
me está matando el frío
Como
frailejón de aquí
¿Qué
quieren, señores míos
Mañana
esperar de mí? (p.104)
Otilio, Maestro, en su postura de genio
dialógico, se dirige a señores míos,
lo que puede entenderse a alguna autoridad, instancia, poder público, en una
especie de reclamo por parte del niño, niña
-o cualquier ser humano pueblo o la humanidad entera- que siente el dolor de la desatención -“matando
el frío”. El aguinaldo utiliza el símil “como
frailejón de aquí”, lo que podría, entonces, ubicar el paisaje descrito en
la localidad de los andes venezolanos.
La
crítica se empecina, en la siguiente estrofa, en la que el protagonista
responde y hace una advertencia, y para ello, el creador utiliza nuevos
símbolos vinculados con elementos del medio ambiente:
No
busques agüita clara
Donde
metiste los pies
Si
quieres limpiarte el alma
Y
también saciar la sed
No
busques agüita clara
Donde
metiste los pies (Idem)
Es decir, Otilio genio dialógico, acude al “agüita clara” para representar
conductas comprensivas, tolerantes, pasivas;
“los pies” para el irrespeto o
la intromisión sin permiso; y la frase “si quieres limpiarte el alma y también
saciar tu sed” para significar la simultaneidad del ejercicio de acciones
generosas para desarrollar ambiciones desmedidas, a modo de correspondencia.
Nuestro Otilio -la integración de
alma pueblo con genio dialógico- se presenta como creador de un aguinaldo de
parranda donde la sabiduría de un pueblo expresada, en el caso de El Niño Jesús de Ahora, en las
descripciones del entorno social que rodea a ese Niño que se muestra conmovido,
triste, confundido, decepcionado ante esa realidad, se amalgama con la
dialogicidad que el autor construye entre ese Niño y la humanidad, para dar
como resultado una propuesta poética, que se combina perfecta con la
musicalidad del género aguinaldo, típica para la expansión de la temporada
navideña venezolana, pero, además, con
un nivel muy crítico que delata esa intensidad de canto liberador. Así se
observa en los siguientes versos finales, en los que también resaltan el uso
del símil a partir de “sus hermanos” de la Naturaleza, y todo, como siempre,
con el lucimiento genial de la sencillez y la profundidad, cabalgando
simultáneas.
Pobrecito
el campo mío
No
quiere reverdecer
Porque
le han secado el río
Que
lo hiciera florecer
Pobrecito
el campo mío
No
quiere reverdecer
El
Niño Jesús de ahora
Tiene
mucho en qué pensar
Levantarse
con la aurora
Y
ponerse a trabajar
El
Niño Jesús de ahora
Tiene
mucho en qué pensar (Idem)
Toda esta divina cualidad del Maestro Galíndez, en la que se evidencia
la notable y sentida incidencia de su familia heredada o consanguínea, y su
familia escogida, cristalizada en la biodiversidad del medio ambiente,
expresada en los ríos, en los charcos, en las nubes, en el viento; en los
campos, en la tierra, en el sol y la
luna y en la flora y la fauna, todos protagonistas en su obra musical, hace
recordar Los Hermanos, una linda
milonga del gran folklorista argentino: Héctor Roberto Chavero Aramburo, conocido
como Atahualpa Yupanqui, referido por el Maestro Jesús Soto, citado por Ruiz
(2007), precisamente para valorar la trascendencia del trabajo poético-musical
del Maestro de Yaritagua:
“He tratado de descifrar el original fenómeno
de Galíndez para terminar aceptando que los milagros no se descifran, ellos nos
envían destellos orientadores en dirección de un futuro de gracia. Otilio
Galíndez pertenece al elenco de los
elegidos: Guti Cárdenas, Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, entre otros”. (p.
94)
Los Hermanos (consulta
en línea, 2018) es una pieza revestida también de una sencillez y hondo sentido
humano, y en la que el querido Atahualpa (consulta en línea 2018) - “el
que viene de lejanas tierras”, en quechua-
arropa con un altísimo sentimiento fraternal a toda la humanidad y lo
refleja de la siguiente manera:
Yo
tengo tantos hermanos,
que
no los puedo contar,
en
el valle, la montaña,
en
la pampa y en el mar.
Cada
cual con sus trabajos,
con
sus sueños cada cual,
con
la esperanza delante,
con
los recuerdos, detrás.
Yo
tengo tantos hermanos,
que
no los puedo contar.
Gente
de mano caliente
por
eso de la amistad,
con
un rezo pa’ rezarlo,
con
un llanto pa’ llorar.
Con
un horizonte abierto,
que
siempre está más allá,
y
esa fuerza pa’ buscarlo
con
tesón y voluntad.
Cuando
parece más cerca
es
cuando se aleja más.
Yo
tengo tantos hermanos,
que
no los puedo contar.
Y
así seguimos andando
curtidos
de soledad,
nos
perdemos por el mundo,
nos
volvemos a encontrar.
Y
así nos reconocemos
por
el lejano mirar,
por
las coplas que mordemos,
semillas
de inmensidad.
Y
así seguimos andando
curtidos
de soledad,
y en
nosotros nuestros muertos
pa’
que naide quede atrás.
Yo
tengo tantos hermanos,
que
no los puedo contar,
y
una novia muy hermosa
que
se llama libertad. (s/p)
Sin duda, la pieza referida se parece mucho al sentir que se advierte en
la obra de Otilio porque el Maestro de Yaritagüa permanentemente incluye en su
poesía, en sus cantares y versos, a sus “hermanos” y “hermanas” esparcidos por
el mundo de la ecología y con quienes compartió crianza y a quienes siempre
rinde homenaje con el recuerdo, la protagonización estelar de la gente,
incluidos “nuestros muertos”, quienes
partieron antes que él, como ocurre, por ejemplo, con la pieza A Víctor (consulta en línea, 2018), tributo al gran cantautor chileno
Víctor Jara, mártir de la dictadura militar que derrocó al Presidente Salvador
Allende, en cuya letra se divisa claramente la participación de los pájaros,
del viento, del río, del mar, integrados todos en una melodía muy imponente,
exquisita, gloriosa, eterna, corresponsabilidad con el Maestro Roberto Todd.
Una de sus mejores composiciones, sin duda.
No
puede borrarse el canto
con
sangre del buen cantor
después
que ha silbado el aire
los
tonos de su canción.
Los
pájaros llevan notas
a
casa del trovador;
tendrán
que matar el viento
que
dice lucha y amor. ( )
Tendrán
que callar el río,
tendrán
que secar el mar
que
inspiran y dan al hombre
motivos
para cantar.
No
puede borrarse el canto
con
sangre del buen cantor,
tendrán
que matar el viento
que
dice lucha y amor.
Tendrán
que callar el río,
tendrán
que secar el mar
que inspiran
y dan al hombre
motivos
para cantar.
Tendrán
que parar la lluvia,
tendrán
que apagar el sol,
tendrán
que matar el canto
para
que olviden tu voz (s/p)
El
“blandurómetro” de Otilio
Y
toda esa maravillosa complicidad familiar, de alianza estratégica ecológica que
muy bien sabe Otilio hilvanar con una destreza semiológica admirable, también
se observa, de manera muy particular, en sus canciones para niños y niñas,
concentradas en Aprender de tu magia, libro que hipnotiza porque se lee y se escucha.
Son veinte canciones breves, su letra y partitura, que, como muy bien señala el
poeta Hernández en el prólogo, constituyen
“… un recorrido por el país de los
sueños donde es posible toda invención, todo sonido salido de un ramaje, de la
flor invencible del trópico, de la verdura reveladora de Yaracuy, del incesante
baile aéreo del tucusito”. (p. 5)
En esa divina colección de canciones es importante aclarar lo siguiente.
En primer lugar, de acuerdo a su autor, son veinte canciones breves, en virtud
de la restricción de cada uno de sus versos y la extensión y duración de cada
una de las piezas musicales, expresadas
en diferentes géneros, pero, en realidad, como dice el poeta Hernández, citado
por Conde (1999)
“Son veinte los milagros que Otilio nos
baja de su cielo. Son veinte suficientes milagros, escritos e inscritos para
que desde hoy los leamos, y más, mucho más allá del diario testimonio, los
cantemos, como se canta a Dios desde su altura” (p.
17)
Si
se aprecian en profundidad, son veinte canciones inmensas, ilimitadas, no sólo
por el sentido invalorable de su poesía, sino porque se trata de piezas que
seducen al punto que motivan cantarlas montones de veces, y, en sus letras, la semiología es una cátedra referencial de
altura, en la pluma de Otilio, y, además, se trata de la incorporación mágica,
muy mágica, de la fauna universal, en especial, la de los pájaros que, en esa
selección, el Maestro escogió, en su gran mayoría, aves cantoras: la paraulata,
el periquito, el arrendajo, la urraca, el canario, el jilguero, el turpial, el
sinsonte, el ruiseñor, la gaviota, la lechuza, el cardenal, el azulejo, el
picaflor. El colibrí. El resto de los protagonistas lo complementan, hermanos y
hermanas muy entrañables: el caballo, la gacela y el elefante, como cuadrúpedos
de estampa señorial y de estelar fortaleza;
la iguana y la pereza, asombrosos seres que habitan entre los árboles,
con envidiable placidez; el comején,
gracioso: y la mariposa y el
cocuyo, encantadores insectos, muy
apreciados por el autor a lo largo de sus propuestas literarias; el ratón y el lirón, en su especial travesura
roedora; y hasta la serpiente, de atrevida y exclusiva mención en esas
canciones, escritas para toda la humanidad. Como lo dice su autor: “…pretende llegar con su letra y su música
al corazón de niños y adultos (p. 4).
El
compañero Otilio (Galíndez, 1999) le canta a la paraulata, en una especie de
confesión que comparte con el árbol. Y es tanta la admiración que tiene por su
magia, que le sirve de inspiración definitiva para que el libro y los versos,
aires de llanura, tengan el mismo
título.
Aprender De Tu Magia
Avecilla
de tierna serenata
¡quién
pudiera tenerte el año entero!
Y
abrazado del árbol compañero
Aprender
de tu magia
Aprender
de tu magia,
Paraulata
(p.6)
Otilio, con este repertorio tan singular, se presenta como el Dr. Dolittle de la canción popular
puesto que se muestra como el gran Maestro del diálogo con la fauna. Lo hizo
con la paraulata y con el periquito también, seducido por el verde de su
estampa
Alas Esmeralda
Trúa,
trúa, trúa capitancito jade
Trúa
periquito esmeralda
Dame
la patica trúa
Que
la tormenta allá viene y viene y viene
Que
la tormenta me abraza
Que
la tormenta me abraza
Que
la tormenta cesó trúa (p.8)
Esa dialogicidad con la fauna, se refleja
igualmente en la canción infantil Caballito
De Esperanza: ¡Arre caballito blanco
que llevas a mi abuelo encima” (p.10); en el Bambuco A Todas Las Flores. “Lloriqueando
por ahí, a todas las flores dejas ¡picaflor de tantas quejas! Inconstante
colibrí” (p.38) y en el son Don
Lirón.
Parecen
cosas de algún farsante
-díjome
Don Lirón
Que
un elefante corra y se espante por un ratón
-díjome
Don Lirón
Pero
no sufra ni se confunda Don Paquidermo
-díjome
Don Lirón
Y no
se asombre si el chisme zumba mientras yo duermo
-díjome
Don Lirón
-díjome
Don Lirón (p.44)
En cuanto al ejercicio de la dialogicidad con sus semejantes, de manera
individual o colectiva, el compendio de canciones incluye a Serpentino,
Canción Infantil: “Está resplandeciente
la mañana, subamos la montaña, la brisa es un derroche de frescura; nos vamos a
internar en la espesura ¿Pancho detente no agarres la serpiente! (p.14); el
vals Trinos Amarillos: “Aquí se vino a estar la primavera, Es el
campo su reino, su santuario. Si amor es compartir ven compañera ¡aquí que
tanto trinas los canarios!” (p.20); la canción Serenata Tímida: “Me apena un
poco tu desvelo; me apena el tono de mi voz; por ti quisiera ser jilguero,
turpial, sinsonte o ruiseñor” (p.24); la canción FruFrú. “Las gaviotas al
volar son remedios de tu olvido, de tu garbo al caminar y el frufrú de tu
vestido”(p.26); y el danzón Si Se
Pierde El Maíz: “Sólo piensas huir,
sólo sabes decir que la siembra te mata. ¿Qué será de mi vida sin ti si se pierde
el maíz o se muere la vaca?(p.42)
En
todas las piezas comentadas, pertenecientes al querido muestrario Aprender De Tu Magia, se cumple la
teoría del dualismo galindeciano que advierte en Otilio Galíndez el alma de
pueblo y el genio dialógico, para luego integrarse los dos en una propuesta
musical de canto crítico, liberador y muy educativo
Con la imagen de la paraulata, Otilio describe –alma de pueblo- el talento
vocal de esa ave típica de los llanos venezolanos: avecilla de tierna serenata; le confiesa -genio
dialógico- su admiración: ¡Quién pudiera tenerte el año entero!; y
luego, se integran en un delicioso aire de llanuras, para evaluar,
redimensionar, sentenciar de mágica, la energía de esta virtuosa ave de canto
variado y bien modulado, de timbre relajante, musa de tantos escritores,
poetas, músicos: “Y abrazado del árbol
compañero Aprender de tu magia Aprender de tu magia, paraulata”.
El
esquema se repite en la Canción Infantil Alas
De Esmeralda. El Otilio alma de pueblo se presenta con el
sonido onomatopéyico del periquito para dibujar su figura y su color verdecito:
“Trúa, trúa, trúa capitancito jade Trúa
periquito esmeralda”(p. 8); Otilio genio
dialógico se asoma también con el mismo uso de la onomatopeya: “Dame la patica trúa Que la tormenta allá
viene y viene y viene”(Idem). Y luego, Otilio aparece integrado para
saludar a esa especie que es excelente como compañero y mascota: “Que la tormenta me abraza Que la tormenta me
abraza Que la tormenta cesó trúa”(Idem)
En
la Canción Infantil Caballito De
Esperanza, el alma pueblo de
Otilio describe la imagen de un caballo blanco
-ícono que se relaciona, en la mayoría de las veces, con héroes
guerreros- identificado con un evento
muy especial: “…llevas a mi abuelo encima”(p.10)) El genio dialógico le solicita
avanzar más rápido, a través de la expresión arre. Para luego presentar una linda propuesta musical, a través de
la cual rinde homenaje, de una manera extremadamente sencilla y sintética, a
ese héroe, ese paladín, hombre insigne y valiente, que para la admiración de
los niños, suelen ser sus abuelos, hombres adultos mayores o personajes que
marcaron historia como los grandes próceres. De allí que la canción muy bien
podría ser referencia musical para la imagen ecuestre de Simón Bolívar o
Francisco de Miranda, como ejemplos.
En
la Canción Infantil Serpentino, el alma pueblo de Otilio describe la
atmósfera de un paseo campestre: “Está
resplandeciente la mañana” “...la
brisa es un derroche de frescura..” (p.14) El genio dialógico se dirige a un grupo, a un colectivo: “subamos la montaña”! “nos vamos a internar en la espesura” (Idem)
Y luego se dirige a alguien en particular para prevenir la amenaza ¡Pancho detente. No agarres la serpiente”!
(Idem)
En
Trinos Amarillos, vals, el alma pueblo del autor hace una pintura
del paisaje visitado por una estación del año: “Aquí se vino a estar la primavera Es el campo su reino, su santuario”
(p.20). El genio dialógico invita
al amor, a la compañera y lo hace a través de la especie de pájaros cantores: “Si amor es compartir, ven compañera aquí
que tanto trinan los canarios” (Idem)
El
alma pueblo, en la canción Serenata Tímida, describe el dolor
causado por el desvelo de alguien y por el tono de la voz, como probable causa
de esa vigilia: El genio dialógico se
desarrolla durante toda la propuesta para concluir en un símil que resuelve, al
final, una dulce canción en la que el autor repite la inmensidad de sus dotes
de sencillez, síntesis y profundidad, tejida bajo un título inmejorable.
Me
apena un poco tu desvelo
Me
apena el tono de mi voz
Por
ti quisiera ser jilguero,
Turpial,
sinsonte o ruiseñor (p.24)
El
alma pueblo y genio
dialógico de Otilio en su canción Frufrú,
se presentan de manera simultánea: descripción, comparación y diálogo, en
apenas cuatro líneas, donde las gaviotas constituyen la principal referencia en
su vuelo, en su caminar y ese detalle onomatopéyico del sonido que hacen las
plumíferas marinas muy parecido al roce de telas de seda. Toda la canción en un
símil, muy sencillo y encantador, nueva demostración del Maestro de su
admirable ingenio para expresar tanto en poquísimas palabras.
Las
gaviotas la volar
Son
remedos de tu olvido
De
tu garbo al caminar
Y el
frufrú de tu vestido (p.26)
En
la canción Caprichos De Estrellas,
Otilio Galíndez como alma pueblo describe
cartas de amor para su ser querido con
el uso del símil, para lo cual la protagonización esta vez la asumen las
palomas (vuelo, mensaje) y las gacelas (rapidez, agilidad, recorrido, mucha distancia). El genio dialógico del Maestro se plasma en
la respuesta directa que, según, impone su estrella: ¡que no volvieran! “...ni las palomas ni las gacelas”. (p.28).
Con la pieza, el autor estremece la distancia, el olvido y destierro para siempre.
Para presentar una crítica singular al caballero, encantador de oficio,
seductor en colectivo, Otilio, alma de
pueblo, en el simpático bambuco A Todas Las Flores, utiliza la imagen
del pájaro picaflor y así describe su faena: ¡picaflor de tantas quejas, inconstante colibrí! (p.38) Y, a la
vez, el genio dialógico denuncia al
vibrón: “Lloriqueando por ahí a todas las
flores dejas”. (Idem)
Si Se Pierde El Maíz, es un divino
danzón que transparenta una declaración de amor muy particular, en la que el alma pueblo percibe un escape del ser
pretendido quien declara su rechazo a la siembra. El genio dialógico del compositor declara, con una pregunta, la
sospecha de la fatalidad por la posible ausencia. Para todo eso, utiliza el
maíz y la vaca, alimentos que podrían desaparecer por culpa de esa huida.
Sólo
piensas huir
Sólo
sabes decir
Que
la siembra te mata
¿qué
será de mi vida sin ti
Si
se pierde el maíz
o se
muere la vaca? (p.42)
Y
toda una propuesta educativa, muy didáctica y graciosa constituye el son Don Lirón, en el que el alma pueblo describe la imagen, que
parece falsa, de un elefante espantado por un ratón pero el genio dialógico,
desarrollado también a lo largo de toda la pieza, logra que sea el propio Lirón
quien reconozca y le diga al Paquidermo
que él es un gran dormilón.
Todos los análisis expuestos, en torno a las canciones incluidas en Aprender de tu Magia, revelan la gran
Maestría y genialidad del gran autor “yaracuyaragüeño”
en el manejo inteligente de la semiología para alcanzar la síntesis del mensaje
deseado, con expresiones poéticas y
musicales que alientan la profundidad del pensamiento y el sentido educativo
por construcción sin abandonar la sencillez del creador plasmada en toda la
obra como un gran estandarte agitado para el encanto de infantes y adultos. Esa
realidad, ha sido inspiración para presentar la siguiente descripción, levantada dentro del mismo marco en que se
presentan esos maravillosos versos, y para la que no se ha pedido permiso
alguno porque la musa es así, caprichosa y mágica:
De
haber existido
un
medidor de ternuras,
seguro
que Otilio lo hubiera inventado
pero,
con esas canciones,
el “blandurómetro”, de tanta dulzura,
hubiera
explotado.
La
luna grandota, brillante, parrandera y liberadora de Otilio
En casi todo el universo de sus piezas musicales, el Maestro Otilio
Galíndez deja colar una huella de nostalgia, de añoranzas; de vacíos; de una
tristeza que se disfraza o se cuela bajo la inmensidad de colores rítmicos, de
signos encantadores, de gracia muy conmovedora que reflejan comparaciones o
símiles que mucho ayudan a la síntesis y la sencillez que corona el estilo del
gran compositor, cuyas propuestas son casi una pintura. Uno escucha o canta a
Otilio y observa su obra como si fuera un lienzo, un paisaje en acuarela.
Esa tristeza del cantautor de Yaritagua adquiere un brillo especial
cuando en su “paisaje” se incorpora la luna. Desde esa perspectiva, pareciera
advertirse una ligera influencia del gran poeta de España, Federico García
Lorca, que formó parte de las lecturas realizadas por el Maestro y cuya poesía
presenta una fuerte vinculación con la magia del enigmático satélite a modo de
una fuerza exterior muy poderosa pero que siempre gira alrededor de eventos
fatídicos. Gamboa (2013) explica que la luna en la obra de García Lorca:
“…simboliza la fuerza externa, ajena a la
voluntad humana que guía sus caminos. La luna lorquiana es tan poderosa como
macabra. Uno de los mitos que él mismo desarrolló es el de la luna como una
bailarina de la muerte” (20).
Para Cooper citado por Gamboa (idem):
la luna simboliza el poder femenino, la Diosa Madre, y es la oposición del
sol que simboliza el poder masculino. La luna es el ojo de la noche y el sol es
el ojo del día. La luna representa las fases del nacimiento y la muerte por la
razón de su resurrección. Simboliza también la inmortalidad y la eternidad.
(…). La luna llena significa la totalidad, plenitud, fuerza y poder espiritual.
El cuarto menguante es funeral, la luna menguante representa el aspecto
siniestro y demoníaco, mientras que el cuarto creciente o la luna creciente es
la luz, el crecimiento y la regeneración”. (21)
Importa, entonces,
hacer referencia a alguna muestra de la obra de Lorca para recordar su
vinculación con la luna, esa visionaria de la muerte, compañera del desenlace
fatídico. Así se puede apreciar en el Romancero
Gitano (consulta en línea 2018) –entre
las lecturas realizadas por el Maestro Galíndez- concretamente en el Romance
de la Luna:
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
Cómo canta la zumaya,
¡ay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando (p. 2)
Claramente, en este bello Romance, de
Lorca, la luna se ajusta a la muerte de un niño, junto a otros símbolos como el nardo, de
perfume penetrante, envolvente y hasta venenoso, y la zumaya, ave nocturna, de
canto silbón, vinculada a presagios. La luna “va por el cielo con el niño de
la mano”.
En Bodas de Sangre, Acto Tercero, Cuadro
Primero (consulta en línea, 2018), la luna habla y se transparenta como
artífice de la muerte: “…deja un cuchillo
abandonado en el aire que siendo acecho de plomo quiere ser dolor de sangre;
“…esta noche mis mejillas tendrán roja
sangre”; “¡Que quiero entrar en un
pecho para poder calentarme! ¡Un corazón para mí! ¡Caliente!, que se derrame por los montes de
mi pecho”.
Luna:
Cisne
redondo en el río,
ojo de las catedrales,
alba fingida en las hojas
soy; ¡no podrán escaparse!
¿Quién se
oculta? ¿Quién solloza
por la maleza del valle?
La luna deja un cuchillo
abandonado en el aire,
que siendo acecho de plomo
quiere ser dolor de sangre.
¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada
por paredes y cristales!
¡Abrid tejados y pechos
donde pueda calentarme!
¡Tengo frío! Mis cenizas
de soñolientos metales
buscan la cresta del fuego
por los montes y las calles.
Pero me lleva la nieve
sobre su espalda de jaspe,
y me anega, dura y fría,
el agua de los estanques.
Pues esta noche tendrán
mis mejillas roja sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¡No haya sombra ni emboscada.
que no puedan escaparse!
¡Que quiero entrar en un pecho
para poder calentarme!
¡Un corazón para mí!
¡Caliente!, que se derrame
por los montes de mi pecho;
dejadme entrar, ¡ay, dejadme!
(A las
ramas.)
No quiero sombras. Mis rayos
han de entrar en todas partes,
y haya en los troncos oscuros
un rumor de claridades,
para que esta noche tengan
mis mejillas dulce sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¿Quién se oculta? ¡Afuera digo!
¡No! ¡No podrán escaparse!
Yo haré lucir al caballo
una fiebre de diamante.(s/p)
La obra de Galíndez proyecta la fuerza, muy autónoma e integral de la
luna llena. Pero, a diferencia del gran poeta de Granada, para Galíndez la luna
brilla, alumbra; la luna amanece, deslumbra. Es una luna parrandera. Es la luna
grandota, poder espiritual para los
enamorados. Es decir, que la luna galindeciana es una luna antilorquiana. A
diferencia de la luna de Lorca, la luna de Galíndez es un símbolo de
nacimiento, de anuncios precursores, de esperanza, de transparencia universal
muy humana. Eso puede advertirse en muchas de sus obras.
En la danza Pueblos Tristes,
la luna se presenta como una luz que amanece para alumbrar ese mundo de
oscuridad que rodea, en términos generales, el panorama descrito en la poesía
de Otilio, que revela, de una manera muy sencilla, directa, desgarradora y sin
anestesia, la realidad de muchos pueblos no sólo de Venezuela sino de nuestra
América. Es una luna elocuente. No es cómplice ni culpable: Es demostrativa
puesto que declara, denuncia, delata, evidencia. El alma pueblo de Otilio se combina maravillosamente con el genio dialógico para integrarse en el
Otilio como cantor liberador y crítico social y hasta religioso. La luna
transparenta la verdad de la mujer que labora incansable; del hombre indolente
a la vejez; huraño, violento frente al tiempo que corre implacable; al sonido
de las campanas, calificadas de quejas; a la imagen barata de un santo
cualquiera, iluminado por una vela desgastada en aceite salpicado de polvo y
mugre; al perro desgarbado, flaco y masilento, imagen del hambre, impuesta por
el Creador.
¿Qué piensa la muchacha que pila y pila?
¿Qué piensa el hombre torvo junto a la vieja?
¿Qué dicen campanas de la capilla?
Con sus notas ¡qué tristes! Parecen quejas
Y esa luna que amanece
Alumbrando pueblos tristes
Qué de historias
Qué de penas
Qué de lágrimas me dicen
En el fondo hay santo de a medio peso
Una vela que muere en aceite sucio
Más allá viene un perro que es puro hueso
Con ladridos del hambre que Dios le puso (p.13)
En
la canción de cuna Mi tripón, la
luna se presenta como símbolo de la mujer en el drama de su separación del
hombre -el sol-, expuesta como elemento vital, en virtud de
que el sol confiesa haberla “perdido”, y ahora, según se aprecia en las frases
construidas como parte fundamental de la dulzura de la canción, se
responsabiliza de atender al infante cuando amanezca, para enseñarle el paisaje
natural que algún día emprenderá en su tarea de vivir.
Que
mañana el sol brillará en tu cuna
Y te
contará como fue que un día
perdió
la luna
Duerme
mi tripón
Abrirá
tus ojos la luz del alba
Y te
enseñará ríos y caminos y la montaña
Duerme
mi tripón (p.27 )
Pedro y Juana se dejan embriagar por la luna llena de la Isla de
Margarita, “mar adentro en una piragua”. En este episodio expuesto en la
parranda oriental Vaya un pecado,
Otilio (Galíndez, 1992) acude a la luna como símbolo del amor y cómplice del
“pecado”, ante la encantadora realidad de que a “Juana le gusta el mar y ese Pedro es pescador”, y su relación,
condenada a las habladurías de la vecindad, es absolutamente reivindicada por
el autor… y “la luna grandota y hermosa de Margarita”
Vaya
un pecado
Digo
yo
Que
Margarita tenga una luna grandota
Y
bajo esa luna hermosa
Salir
a tomar la brisa (p. 37)
En
Vienes cual luna, merengue oriental,
el Maestro (Galíndez, 1992) vuelve al símbolo lunar, tan oriental como lo es en
Vaya un pecado, para referirse a la
mujer enamorada, en un símil que, además, la reivindica como un elemento
cargado de esperanza, dentro del escenario del hombre que sueña y ansía pasar
la noche con el ser amado para darle calor y compañía a su soledad.
No
sabes corazón
No
sabes corazón
Que
cuando el sol se pierde en lontananza
Vienes
cual luna de Oriente enamorada
Para
llenar mi pecho de esperanza (p. 84)
En
Luna decembrina, el Maestro Otilio
(Galíndez, 1992) le rinde un homenaje a la luna de Caracas, en Navidad. Se
trata de un célebre aguinaldo de parranda que el cantautor de Yaritagua dibuja,
estima y emplaza a la luna llena que en Diciembre brilla como “reina
caraqueña”; parrandea, se emborracha y hasta engaña, en tiempos de Pascua, porque ha estado, según, “escondida siempre detrás de la loma” y.. “allí
fíngese dormida”.
La
luna decembrina, de Otilio es una luna que ilumina la llegada del último mes
del año donde todo se despierta en la Navidad. Otilio destaca el sabroso valor
tradicional de la parranda callejera,
testigo de la apertura de las flores; del hablar de los tambores y,
sobre todo, es la luna que destaca la invitación que hace cualquier grupo de
aguinalderos a la gente, a la señorita para que se incorpore a los cantores
parranderos, con cualquier objeto para tocar porque nada se escapa con la
Navidad.
Prendan
la luz que es diciembre
Son
las doce abran la puerta
Todo
se despierta con la Navidad
Mi
parranda está mirando
Cómo
se abrieron las flores
Y
hasta los tambores
Pretenden
hablar
Señorita
póngase una lata
Tráigame
una lata
Para
yo tocar
Cualquier
palo sirve de charrasca
Pues
nada se escapa
Con
la Navidad
Oye
luna decembrina
Mi
pueblo sale de ronda
Oye
luna no te escondas
Siendo
su mejor vecina
Mi
lunita navideña
Brilla
con tu redondez
Porque
en diciembre te ves
Como
reina caraqueña
Esa
luna parrandera
va
conmigo casa en casa
Y
por eso se la pasa
En
constante borrachera
Está
la luna escondida
Siempre
detrás de la loma
Allí
fíngese escondida
Y
cuando es pasca se asoma (p. 90)
Para Otilio definitivamente, la Navidad es
la ocasión bendita para renacer; para cultivar la alegría máxima y colectiva, y
la luna es un inmenso farol que ilumina, que libera y acompaña de casa en casa
Y
muy agradecido a Dios, Otilio tiene como protagonista a una niña con ojitos
rayados, a quien le pide cumpla el mismo
agradecimiento y le de un beso a su pobre amado en diciembre. En esa historia,
aparece la luna como símbolo de luz, en tal magnitud que parece ser que
deslumbra en la noche navideña, para poner ante los ojos de la niña, el amor: “a un rendido amante”.
Dale
gracias Dios
Dale
gracias Dios
Dale
gracias Dios
Dale
gracias Dios
Dale
gracias Dios
Dale
gracias
Niña
de ojitos rayados
Un
beso en diciembre
A tu
pobre amado
Una
luna deslumbrante
En
la noche navideña
A tu
balcón caía
Era
el astro que ponía
Ante
tus ojos
A un
rendido amante
Era
el astro que ponía
Ante
tus ojos
a un
rendido amante (p. 121)
Diciembre
se vino con el poeta de Yaracuy
Mi siempre recordado Emilio:
Hablar con Otilio, fue siempre un homenaje a la vida. Tanto como lo fue
tu existencia en la fraternidad de la familia y en los laberintos del corazón.
Donde tanta gente cabe. No es casual recordar nuestros encuentros de amor
dentro de la magia de la Navidad, en la que Otilio siempre estuvo y está
presente. Con su poesía, su música, sus canciones, su conversación que
traspasaba los límites de la calidez; su esencia de caballero gentil, de
sencillez sobre humana, de diálogo pausado, meticuloso y transparente.
Otilio amaba la Navidad como se ama lo que
guardamos en las páginas de un libro que nos vigila el sueño en la noche; como
se registran las muñecas de trapo en la memoria. Su amor a las Pascuas se
reflejaba en sus espacios habitacionales con el Niño Jesús permanente, vivo;
rodeado de la liviandad de Felicita y alumbrado por las anécdotas de los amigos
y amigas que hicimos visita, alguna vez, para libar sueños, entre las ilusiones
de festejar, encuentros musicales llenos de nuevas historias y aplausos
Tanto
fue Otilio, en su casita, en el Barrio José Félix Ribas, muy cerquita de la
Urbanización Caña de Azúcar, del Municipio Mario Briceño Iragorry, del estado
Aragua, que siempre lo recuerdo dulce en su mención a Felicita, bautizada como “mi novia” y la manera tan especial de
referirse a esa distinguida dama. En esos espacios tan hogareños, Otilio
recibía a los amigos y amigas, y allí todas y todos hacíamos Navidad en ese
Diciembre que él se había traído de su pueblo Yaritagua. El Niño Jesús estaba
permanente, aun en Semana Santa, en su casa, con esa sonrisa y esa mirada
serena de agradecimiento. Las serenatas eran una fija y así estimo que se debe
a Otilio el verbo aguinaldear, punto departida para su eternidad. Eran los
momentos ideales para ejercitar la memoria en la que Yaritagua y su luna,
siempre eran protagonistas estelares. Ir a visitar a Otilio, era bañarse de
azúcar y cabalgar sueños hasta el amanecer.
Encontrarse con el Maestro en su casa del Barrio Ribas era la
oportunidad para ejercer el imaginario. Como el pesebre era cálida figura
endémica y vital, sólida, arraigada y muy compañera, durante todo el año, era
como una especie de nuevo Belén, una bendita posada para el abrazo, iluminada
por Felicita, la propia estrella de ese Nacimiento. Y, por supuesto, era la
convocatoria ideal para parrandear hasta al día siguiente. Y si se trataba del
tiempo decembrino, pues, la celebración llegaba hasta los cielos, con hallacas
y vino que todo el mundo llevaba.
Se le ocurre, entonces, al ahora creador de estas páginas en su honor,
crear una canción merengueada y llena de aguinaldo gustoso, en la que Otilio se
parece al pescador que se enamoró de una sirena, según el relato de su enojada
mujer, en Nochebuena (La Restinga). Y se parece a la historia de Pedro y Juana,
“pecadores” en el malecón de “laila”. (Vaya
un pecado). Y también se parece al
trovador que arrulla y duerme a su muchachito (Mi tripón) Por eso, algunas propuestas del Maestro Otilio, aparecen
combinadas en esa pieza. Fragmentos de: Niña
de ojitos rayados; Dime si es Pascua; El Poncho Andino; ¡Ay, qué maravilla!; Luna
decembrina; Son Chispitas; el
Son de los No Descubiertos; Sin tu mirada; Pueblos Tristes y Caramba,
se pueden apreciar en la letra, del aguinaldo titulado Se parece a Otilio. que enseguida se transcribe:
Diciembre
se vino
con
el poeta de Yaracauy
En
este pesebre
sonríe
siempre el Niño Jesús
Canta
serenata
que
aguinaldean la eternidad
Yaritagua,
luna, memoria y paz
Aragua
de azúcar para soñar
Dicen
que José
se
atrevió a contarle
al
Ángel Gabriel
para
que su casa
fuera
posada como Belén
Cantar
parrandas y tamborear hasta amanecer
Hallacas,
roncito, verso y clavel
Para
celebrarlo junto con él
(Coro)
Se
parece a ti ese pescador
Que
de una sirena,
en
la Nochebuena,
Se
enamoró
Se
parece a ti, en el malecón
Vaya
un pecado, digo yo
Se
parece a ti ese trovador
Que
arrulla la mar
para
descansar
Duerme
mi tripón
Se
parece a ti toda la ciudad
Se
parece a Otilio la Navidad
Se
parece a Otilio la Navidad
Ojitos
rayados
tiene
la niña que yo pinté
Dime
si es pascua
o es
por la gracia de mi pincel
Con
un pocho andino
¡Ay,
qué maravilla, tu corazón
Con
un beso dale gracias a Dios
Y
prendan la luz porque ya llegó
Esas
estrellas que son chispitas
Son
lo que son
Sin
tu mirada los pueblos tristes
lloran
de amor
Caramba,
caramba, cantor, caramba
qué
te pasó
El
vuelo amarillo que madrugó
campanas
se quejan por el adiós
(Coro)
Fue en diciembre de 2017, en el escenario del Teatro de la Ópera de
Maracay, cuando fue estrenado Se parece
a Otilio, dentro del evento organizado por la Núcleo Arsenal El Limón, del
Sistema de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Aragua, bajo la
dirección de Daniel González, en homenaje a Simón Díaz y Otilio Galíndez,
encuentro navideño en el que participaron Coro Sinfónico Juvenil de Aragua; Orquesta
Alma Llanera Cumbre Azul, Coros del Núcleo Arsenal El Limón; Coral Polifónica
de la Universidad de Carabobo, núcleo Aragua; Los Madrigalistas de Aragua;
Grupo Aragua En Cantos; el Colectivo de Fabuladores de Aragua; el Tío Pascuas,
el cuentero de la Navidad venezolana, y la Camerata de Aragua, bajo la
dirección de Jhíbaro Rodríguez, quien asume la corresponsabilidad del arreglo
vocal de la pieza, junto con el Maestro Abner Silva. Antes de esa brillante
ocasión, la pieza fue objeto de un preestreno en la Tercera Edición del
Festival de Fabuladores y Narradores Populares, celebrado en el mes de junio de
2017, en el Teatro de la Escuela de Arte Dramático de Aragua, ubicada en La
Barraca, de Maracay. Allí, la pieza fue interpretada por el Tío Pascuas,
cuenticantor, con el acompañamiento de la Camerata de Aragua, bajo la dirección
del Maestro Jhíbaro Rodríguez.
Tener la mágica convicción de que el Maestro alma de pueblo y genio
dialógico escuchó, desde su nuevo plano, ese aguinaldo, completaría la enorme
satisfacción de que ese sentimiento interno vivido en la composición e
interpretación de la propuesta, reafirma la poesía ecológica de Otilio Galindez, colmada de una profundidad
patria que merece la gloria de su canto, interpretado en cada verbo venezolano.
En ese vuelo de palabras que son caminos de praderas al cielo, la sencillez y
la dulzura compiten para tener la primicia y el mismo o mayor brillo que esa
luna decembrina, cuya luz especial y radiante, ilumina durante el año completo
los corazones de los pueblos que no quieren ser más nunca tristes.
Otilio
aguinaldea todo el año, una y otra vez
El
vuelo de Otilio a otras dimensiones fue un sábado. El 13 de junio de 2009. Fue
un golpe, un estallido, una fractura impactante y sorpresiva. Fue como si, de repente, todo quedara en
silencio, mudo; sin brisa y sin pájaros. Costaba respirar porque Otilio era
oxígeno. Con Otilio se fue una parte de nosotros. Y, entonces, montones de voces nos reunimos,
el domingo 14 de junio, alrededor de su
figura inerte. Pero resulta que Otilio estaba vivo en cada una de las voces.
Todos cantábamos como si lo hubiéramos ensayado. Era un concierto magnífico, en
el que las lágrimas lamentaban la partida del Maestro pero, a la vez, se
ratificaba la eterna presencia de un ser cultivado y germinado desde el pueblo
y absolutamente lleno de los pueblos que se asomaban en cada uno de sus versos
y su música. Todo fluía exactamente como fluía Otilio, expandido, de manera
simultánea, por los aires del despecho y
la alegría, porque el Maestro derramaba sus letras y su musicalidad en el mismo
obelisco por donde circulaba hacia la cima, su alma y su genio de trovador
libertario.
Una
y otra vez, cantamos sus canciones. Una y otra vez. Como colectivo que grita
consignas para subrayar su creencia y su fe. Una y otra vez para sentir a
Otilio hasta siempre. Lo miramos, lo aplaudimos; lo lloramos y lo recordábamos
con alegría, con orgullo, con una satisfacción sin precedentes.
Al
día siguiente, llevamos sus restos al cementerio de San Joaquín, estado
Carabobo. Y en esa generosidad de la Naturaleza, ya no éramos tantos. Entre las
tristezas, estaban los abrazos de dos célebres intérpretes de la obra otiliana:
Lilia Vera y Cecilia Todd. Fue Lilia
quien habló por todo el universo de cantores y cantoras. Le habló directamente
al Maestro y le agradeció su entrega, su amor, su inteligencia de hombre
pueblo.
Comprendimos todas y todos, que la esencia del canto de Otilio es una
lucha por la libertad, internizada en quienes hicimos de su historia un mapa
hecho de niños, niñas, paisajes, árboles, ríos, animales y sueños que
protagonizaron las historias de cada uno de sus manifiestos poéticos-musicales
y que siguen en esa misma ruta educativa y aleccionadora que pone a brillar a
la luna sin necesidad de que sea diciembre, desde cuyos días de tanto amor supo
inventar el verbo aguinaldear.
Referencias
1.- Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/bodas-de-sangre-
775113/html/e32c9cf0-6208-4769-8961-485fac1ebf7b_2.html
2.- Biografía de Atahualpa Yupanqui.
https://www.plusesmas.com/nostalgia/biografias/atahualpa_yupanqui/
3.- Canciones. Com. diario digital de música de autor
https://www.cancioneros.com/nc/4465/0/a-victor-otilio-galindez-roberto-todd
4.- Conde, Orlando. Otilio, ahora con voz de
soprano. El Periódico. Diario de Aragua... Maracay, Ciudad Jardín, Estado
Aragua. 1 de abril de 1996.
5.- Conde, Orlando. Son veinte milagros, por
eso Otilio no puede ser breve. Diario El Periodiquito. Maracay, Ciudad Jardín,
19 de enero de 1999.
6.- Freire, Paulo. La educación como práctica
de la libertad. Siglo veintiuno editores. Buenos Aires. 2010.
7.- Freire, Paulo Cartas a quien pretende enseñar. 5ta. Edición. siglo veintiuno
Editores. México. 1995
8.- Galíndez, Otilio. Las canciones de Otilio
Galíndez. Elecentro C.A. Electricidad del Centro. Filial de CADAFE. Febrero
1992.
9.- Galíndez, Otilio. Aprender de tu magia.
Editorial Canora. Julio 1999. Pág. 4
10.- Gamboa, José. La luna en tres obras
poéticas de Federico García Lorca.
https://www.diva-portal.org/smash/get/diva2:620732/FULLTEXT01.pdf
11.- García Lorca, Federico. Romancero Gitano
Selección Poética
http://www.paginadepoesia.com.ar/escritos_pdf/lorca_rg.pdf
12.- González, Fabiola José. Canto liberador.
Una propuesta descolonizadora. https://issuu.com/cantoliberadorotiliogalindez/docs/ensayo_cr__tico_mayo
2012
13.- Hernández, Alberto. Magia. Prólogo
Aprender de tu magia, Otilio Galíndez. Editorial Canora. Julio 1999.
14.- Hesse, Herman. El Lobo Estepario. Obras
selectas Herman Hesse. Dimían. Siddharta. El Lobo Estepario Círculo de
Lectores. España. 1979.
15.- Letras. Com https://www.letras.com.br/atahualpa-yupanqui/los-hermanos
16.- Machado, Manuel. La Copla. Poetas
Andaluces.
http://www.poetasandaluces.com/poema/303/
17.- Modern Rodolfo E. Introducción. Obras
selectas Herman Hesse. Demian Siddharta. El Lobo Estepario. Círculo de Lectores.
España. 1979.
18.- Peralta, Sara y otros Otilio Galíndez: Exponente de la Música
Popular de Raíz Tradicional. Universidad de Carabobo. Área de Estudios de
Postgrado. Maestría en Cultura Popular Venezolana. Maracay. Diciembre 1992
20.- Ruiz, Pedro. Otilio Galíndez. Poeta que
canta a la Patria. Gobernación Bolivariana de Trujillo. Coordinación Trujillana
de Cultura. Fondo Editorial Arturo Cardozo. 2007. Fundación Editorial el perro
y la rana.
21.- Ruiz, Pedro. La Memoria de Aragua.
Volumen I. Colección El Periodiquito. Maracay, Venezuela. 1990.
22.- Ruiz, Pedro. Dos poetas cantan la
patria. Ramón Palomares y Otilio Galíndez. Biblioteca Popular para los Consejos
Comunales. Serie Las artes y Los oficios. Fundación Editorial el perro y la
rana. Marzo 2018. www.elperroylarana.gob.ve/dos-poetas-cantan-la-patria/ Caracas. Venezuela.
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