Ensayos

 

 

ALMA DE PUEBLO Y GENIO DIALÓGICO

Epístola y viaje estelar por la vida creadora

 del Maestro Otilio Galíndez,

el aguinaldo libertador

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

 

 

A las Pascuas

que inspiran las calles de mi amor

y viceversa

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PRÓLOGO

Dedicatoria

A Mamá Felicita y Mamá Ana:

 dos Damas; cada una en su tiempo.

Con fragancias de pueblos distintos,

pero unidos por el inmenso amor

que cada una de ellas introyectó

desde sus cálidos vientres,

a dos seres de alto valor espiritual:

Otilio y Orlando,

a quienes el curioso destino

forjó su encuentro

.

 

Embriagarse no es raro, pero estarlo sin haber libado, sí.

Definitivamente, Orlando debió estar sumamente ebrio cuando me pidió hacer el prólogo para su libro; y yo, otro tanto cuando le dije que sí. Me dijo: - ¡sé que puedes! - Y yo le respondí - ¡claro! -. - Revisa tu correo que te voy a enviar mi libro-. - ¡Perfecto! - Le dije cual beodo aún.

¿Cuántas veces nos fuimos de aventura etílica con Otilio quienes le conocimos de cerca? Creo que la cuenta nunca la llevamos. De haber sido así, igual la hubiésemos perdido. Sigo en mi embriaguez. Una vez leído el libro, entendí el tipo de ebriedad en la que andaba Orlando. Otilio tuvo la suficiente genialidad para sobriamente etilizarnos a todos, tan solo al conocerle. Descifrar su obra literaria, amerita una soberana embriaguez de la cual jamás podremos salir. El amigo Orlando Conde logra una proeza, al libarse hasta el fondo al Maestro de Yaritagua; y, cual resaca, traernos como resultado esta magnífica obra la cual sugerentemente tituló: ALMA DE PUEBLO Y GENIO DIALÓGICO “Epístola y viaje estelar por la vida creadora del Maestro Otilio Galíndez, el aguinaldo libertador”. ¡Salud!

 

En esta obra, el autor demuestra su capacidad intuitiva; cualidad de avanzada intelectual ganada a través de la interesante e intensa vida creadora que ha desarrollado en el amplio trajinar de su existencia. Al vaciar su copa encontramos: Buen hijo, amigo, estudiante, periodista, abogado, investigador, titiritero, poeta, coralista, articulista, artista, teatrero, escritor, locutor, conferencista, profesor universitario, narrador, cuentacuentos, fabulador, presentador, cantante de boleros, creador de personajes como el famoso Tío Pascuas y otros tantos. Amante de la nocturnidad, original conductor y productor de programas de radio y televisión, constructor de encantadores pesebres, conversador y, además de otras ocupaciones (esto lo digo con el mayor de mis afectos), cuidador de su adorada Mamá Ana. Virtud pocas veces vista.

Otra especial característica en Orlando: ¡compositor de canciones! destacando un hermoso aguinaldo titulado “Se parece a Otilio”, paseándose con una bella narrativa por casi toda la obra del Maestro. Esta forma tan gustosamente agitada de vivir de Orlando Conde, le ha provisto de una especial manera de entender todo lo que llega a su vida; condición que me lleva a pedirle, como le pidió el Maestro Otilio a su amada avecilla canora en su libro de canciones infantiles: “Aprender de tu magia”. Advierto su avanzada intuición, muy por encima de la razón para enfrentar sus propios y duros retos. Así mismo, en el desarrollo de su obra ALMA DE PUEBLO Y GENIO DIALÓGICO, encontraremos contenidos de las canciones de Otilio Galíndez, poesía de Antonio Machado, Federico García Lorca y otros creadores de alta relevancia, quienes sustentan de manera inequívoca el análisis aplicado por Conde a la literatura poética de nuestro Otilio. Con sencillez y delicado tacto, el autor nos presenta su original obra conversada cariñosamente con uno de sus hermanos mayores, Emilio, a quien ilustraba con imágenes venidas del recuerdo infantil y su temprana juventud. Recuerdo una vez a Orlando  -con algunas copas-  dirigirse enfáticamente hacia mí en la mesa de un restaurant: - ¡odio a la gente que tiene una respuesta para todo! - Me dejó pensativo y está en lo cierto, ya que una persona que tiene respuesta para todo debe ser sabia; si no, un perfecto charlatán. Estoy seguro que se refirió a lo segundo. En este trabajo la oportunidad está abierta para que otros puedan responder también  -seguro los hay-  y no yo solo.

Entrando de lleno a mis apreciaciones sobre esta obra del académico Orlando Conde, expongo lo siguiente:

Comenzar hablando de Otilio Galíndez es relativamente fácil; y digo relativamente fácil porque cualquiera en un café o un bar, en una plaza o esquina, puede establecer una conversación con otro cualquiera y hablar de Otilio. Pero, hablar del Maestro Otilio Galíndez, en las dimensiones que él estableció su discurso sonoro y su poética dialéctica, ese proceso intelectual que permite llegar a través de la música y del significado de las palabras a las realidades trascendentales o ideas del mundo inteligible, ese mundo que algunos ignoran pero del que nadie escapa ileso; ese mundo de la palabra sencilla pero profunda; ese mundo de la metáfora donde a veces cuesta navegar; ese mundo del fino intelecto donde se piensa y se dice lo estrictamente necesario; ese mundo, no es abordable por cualquiera. Es necesario un riguroso proceso de pensamiento crítico, disciplinado, para dar alcance intelectual a la obra de OTILIO; sí, OTILIO con mayúscula sostenida - de ahora en adelante, aparecerá su nombre en mayúscula; porque cantar a OTILIO, aparentemente se nos hace fácil, pero los académicos de la música ante las melodías de OTILIO, han tenido que sentarse y analizar con detenimiento esta propuesta que, sin pensarlo, OTILIO sencillamente construyó.

Así mismo, en su dinámica poética, OTILIO propone un lenguaje novedoso que pareciera entrar en lo contradictorio, pero que, sin pensarlo también construyó. Entonces aparecen dos OTILIO: uno músico y otro poeta; ambos dignos de estudio.  Estos dos OTILIO son acertadamente analizados por el escritor con la extrema delicadeza de un científico antropólogo, ante el precioso hallazgo de su incesante búsqueda. A cada uno lo ubica en un espacio bien definido con características propias y los enfrenta en contrapunteo analítico, para luego abrazarlos de nuevo en uno solo.  

Los músicos, quizá se adelantaron ante los investigadores de literatura, y dieron su veredicto a favor de lo que encontraron musicalmente. A esto, es necesario recordar lo que el estricto músico Antonio Estévez comentó: “…estamos ante un caso raro que la academia no me enseñó… estamos ante la neo-canción venezolana...” Esta sincera aseveración, evidencia el inmediato reconocimiento a OTILIO como creador de una nueva forma de dar discurso a la música, y que la academia debe asumir su inclusión para el estudio (se conocen tímidos y pocos trabajos al respecto).

Pensar en un músico poeta o filósofo, pudiese parecer para algunos algo insólito, quizá difícil de conseguir; pero, se vienen encontrando músicos con refinado gusto por la pintura, literatura, poesía, coleccionistas de arte; en fin, músicos que no solo han cultivado la música, sino otros órdenes cercanos a su arte y, desarrollando gran habilidad en su conducción. De modo que creer que un músico pueda extraviarse por los laberínticos caminos de la literatura, poesía o filosofía, es: ido tempore.  

Hace aproximadamente una década, me atreví junto a un reducido grupo de amigos estudiar y analizar con detalle la poética de OTILIO. De ese atrevido análisis concluimos en un: “Pensamiento Otiliano”, y dada la cercanía de un célebre encuentro guitarrístico, hicimos la propuesta de llevar esa ponencia, siendo amablemente incluida en dicha programación. Las reacciones no se hicieron esperar, destacándose la de un insigne Maestro de la guitarra, de reconocida trayectoria nacional e internacional: “Conozco a Otilio como compositor, más no como filósofo”. Este connotado guitarrista, nunca se acercó a nuestra ponencia, solo dejó llegar sus palabras. En ningún momento establecimos que OTILIO fuese filósofo, solo que su obra, inclusive su proceder, se enmarcaba dentro de un contexto filosófico, digno de un proceso serio de estudio. Este ligero comentario, reveló la importancia que se le suscribe a las melodías de OTILIO y, lo poco o nada de interés al contenido literario de su obra, negando así la posibilidad de que OTILIO tuviese la capacidad intelectual para ello. 

Es allí donde diligentemente, mi dilecto amigo el periodista Orlando Conde, posa su mirada escrutadora, su ingenio literario y, cual Diógenes con su lámpara encendida a plena luz del día, encontrar, lo que otros con su arrogante suficiencia, han oscurecido la posibilidad de descubrir y enriquecer aún más, las melodías de OTILIO que jactanciosamente interpretan.

Creo, en mi opinión, que OTILIO se movía dentro de una disciplinada ética de pensamiento crítico, irreverente, “agresivo”, transformador, humanístico y contundente; además, de conocer muy bien el alcance de sus propósitos estéticos.

Bien explica Adolfo Salazar, en su Nota preliminar dedicada a las clases sobre Poética Musical, dictadas por Igor Stravinsky en una universidad norteamericana, lo siguiente: “La época del clasicismo francés estuvo llena de escritos acerca de la Música, aunque esta vez no fueran músicos, propiamente, quienes escribieron sobre ella, sino filósofos. Con lo cual se pudo advertir que es preferible que un músico como Grétry hable de Filosofía, a que filósofos como D'Alembert y Diderot hablen sobre Música”.

Aclaramos un poco, retrocediendo en el tiempo, que la diatriba en cuestión tiene su larga y vieja data; así que, los necios del siglo XXI que aun insisten en continuar con este tema, deben seriamente abrevar en la rica fuente de la historia de la música para argumentar mejor sus apreciaciones o, inteligentemente callar. Beethoven, quien en su tiempo estaría obstinado de tanta habladuría sentenció: “La Música es una verdad más alta que la que ofrecen todas las filosofías”.

En este interesante ensayo, el autor nos ofrece una magnífica oportunidad para darnos cuenta que: OTILIO, un hombre sencillo, impregnado de humildad, venido de un pueblo de oficiosos y curtidos labriegos, no solo por el sol abrasador y las inclemencias del tiempo, sino también en conocimientos y sabidurías adquiridas de lejanas generaciones y de naturalezas andadas, logró trascender con su universo y con el acervo de tantos pueblos laboriosos, mágicos, lúdicos, ingenuos y de grandezas humanísticas de proporciones casi empíreas, y hacernos llegar donde su caminar marcó huella, parte de esa carga (su obra) que cual Niño Jesús nos fue obsequiando en forma de “aguinaldo, ñapa o presente”, conociendo ampliamente el sentido de la alteridad.

A continuación, estas sencillas palabras de OTILIO dichas en alguna entrevista, nos da indicios de su constante e inquieto pensamiento si se quiere, “dual”, donde reconoce con su característico humor, la llegada a su mente de letra y música a la vez: “Mis canciones son pedacitos de alegrías por aquí, y pedacitos de tristezas por allá ¿y porque no? de los guayabos también. No tengo necesidad de buscar en libros, ni de escuchar una canción para hacer mis versos; en ocasiones me asusto, porque me vienen las letras con música incluida, y miro a la virgencita y le digo: ¿Madre, tú me estas soplando?”. Agrego yo: simplemente la poiesis en plena acción.  

El fabulador Orlando, nos va conduciendo con afable sencillez a lo que OTILIO, en su particular propuesta melódica, utilizó para decirnos en su también particular poética, la forma de su pensar; donde por supuesto, la especulación al respecto puede aparecer en cualquier momento tanto para uno como para con el otro. Pero, a diferencia de la “critica” que pueda surgir para ambos, el trabajo limpio y acucioso de OTILIO y de Orlando, queda en una especie de blindaje, dada la honestidad y pureza aplicada en ello; lo cual, manifiesta una ética no convencional que nos mantiene rigurosamente apegados, bajo los principios que la saludable literatura-musical nos exige por sí misma. De modo que, descifrar a OTILIO leyendo a Orlando, es un repensar al interpretar sus obras, atreviéndome a decir que entrarían en el contexto correcto.

He aquí otro pequeño párrafo explicativo de la cosa creada, la actividad del pensamiento, la filosofía de la música en palabras de Adolfo Salazar.

“Lo que, sin embargo, diferenciaba a los viejos escritores de fines de la Edad Media de los del siglo pasado es, justamente, el punto de la Poesía. Poesía, la actividad poetizante, el nous poietikós, es lo que se refiere a la actividad creadora. Lo que se refiere a la cosa creada es el nous kritikós, la crítica. ¡Fuera de lo puramente preceptúa!, los viejos escritores se referían, con la agudeza crítica que les permitía el estado de los conocimientos en su época, al resultado de la obra creada, no a la gestación de la obra, a la labor de creación, a la actividad poética. Esta segunda parte de la Filosofía de la Música que examina la obra desde antes de su nacimiento y, una vez nacida, desde el punto de vista de su misión en el mundo abierto, es una actividad del pensamiento filosófico referido al arte, más propia de nuestro tiempo”(*) Subrayado del prologuista.

 

Estamos entonces, ante una actividad (la de Orlando) que va más allá del presente, la cual se perfila como ariete demoledor de muros erráticamente edificados, donde se han cobijado y cobijan aun, quienes mantienen una dura posición ante la cosa creada por el hombre sencillo, humilde, que simplemente vive su cotidianidad y, que medido bajo los falsos preceptos usados por aquellos sesudos cacofónicos quienes creen poseer la verdad absoluta, le desvalorizan de inmediato y establecen límites que hacen pensar al desprevenido, que ese creador no puede avanzar más y ser capaz de sobreponerse a ese cerco que le fuese preceptuado.

Orlando demuestra todo lo interesante que en OTILIO surge, al mirarse en ese marco de investigación el cual trata de ser amplio en todo el factor creativo, pero, acentuándose más en el aspecto literario.

OTILIO ha trascendido todas las barreras, gracias a la autenticidad irrefutable de su obra; aunque, no ha sido el único, por lo menos es el precursor del “lied” venezolano por excelencia, dándose cuenta de ello el compositor y guitarrista Maestro Luis Ochoa, haciendo un elaborado y cuidadoso trabajo para distintas voces solistas con acompañamiento de piano. El resultado fue sorprendente y satisfactorio desde todos los puntos de vista; además, de haber recibido el aval y reconocimiento de músicos y críticos de mayor autoridad y prestigio de nuestra patria grande.

El autor busca conectar al lector con un OTILIO no pasivo en sus escritos, así como tampoco en sus melodías; ambos materiales, poesía y música, obedecen a un logicismo íntimamente ligado a un pensamiento de acción, de compromiso, de preguntas y respuestas que llevan sin remilgos a la reflexión. Por esto, y muchas otras cosas, el lector en su imaginación aclarará y le pondrá orden de acuerdo a su interés y aplicación que crea conveniente; sin duda, llegará a un buen veredicto. Sobre todo, aquellos músicos que han trabajado haciendo arreglos a las obras de OTILIO, les aseguro luego de leerlo, un mejor desempeño al realizar sus nuevos trabajos.

Por último, agradezco a Orlando por compartir su ebriedad. ¡Salud!

ABNER SILVA 

 

 

 

 

Donde el sol brilla, agradecido de tanto amanecer festivo pero siempre en añoranza, por la ausencia de su luna que ha preferido embriagar la oscuridad;  allí, donde se musicalizan las pisadas de héroes que marcan despacito su andar a caballo,  la niñez parece una espuma juguetona, entre montículos y hojarasca. Al fondo, se escucha un instrumento de cuerdas que cristaliza una travesura al ritmo de un alegre danzón. En el paisaje, de tierras yaracuyanas, charquitos dibujan espejos para la seductora Reina de La Montaña, atraída por la soledad de un hombre bueno que bebe el imaginario licor de las letras, en una barra del lejano oeste, según la lectura que él mismo hace a una novela de Don Marcial Lafuente Estefanía, pluma de jean y chaleco de sheriff.

    Como luceros en fiesta nocturna, se apersonan canciones que brotan de las colinas, de los aposentos, de los caseríos donde las sombras conversan sus estilos. Y ese caballero que, solitario, escribe y canta, las retoma para devolvérselas con una magia tan amorosa y pura como la estrella que brilló aquella célebre noche en Belén.

     Acerca de ese hombre bueno, se extienden las alas del discurso reflexivo, epistolar, analítico y viajero de las palabras que salen del alma y prenden la luz aunque no sea diciembre.

Un regalo de Pascuas que rima con Emilio y los Tres Reyes Magos

     Emilio, queridísimo hermano:

     Fíjate una cosa.  Así como recuerdo cuando tú volabas papagayo por los terrenos asoleados de Catia, donde siempre se colaba, de lo más caraqueño, un olorcito a florecitas de manzanilla y aguacate maduro, y yo me acercaba con  mis pantaloncitos cortos para decirte que mi mamá nos llamaba para almorzar, así mismo recuerdo cuando, muchachito, me puse a elaborar mi primer Nacimiento, con la ayuda de Marjorie, la prima que tú también quisiste mucho, en el apartamentico del Bloque 6 de El Silencio, en esa Caracas  -año 1964, aproximadamente-  tan sentida todavía de los efectos del pérezjimenismo, entre otras dictaduras.

     En medio de esa factura artesanal de mi pequeño Belén casero,  Marjorie se puso a cantar, mientras escuchábamos en la radio, un aguinaldo que hablaba de un pescador embustero que, supuestamente, se había ido con una sirena a pasar la Navidad.  Con el tiempo, me enteraría que se trataba de La Restinga, una parranda  -no pocas veces, interpretada como gaita-  escrita por el Maestro Otilio Galindez.

     Pero… te subrayo una particularidad. Tú me conoces y sabes de las ocurrencias que me afloran porque me gusta mucho sacarle provecho a las coincidencias, por llamarlas de alguna manera.    Resulta que, después de tantos años, en medio de las soledades que mi mamá y yo compartimos, ella me cuenta que tú naciste, hermano, muy débil, al punto de que el médico partero no te daba muchas esperanzas de vida. Asegura ella que tu sanación fue un milagro para que luego te convirtieras en el hombre útil, generoso, cariñoso y besucón que siempre fuiste.   Desde esa debilidad  tan tuya, mi mamá te llamaba triponcito. Así le decían las mamás humildes a los chiquiticos. Los tripones eran los bebecitos del corazón maternal del pueblo cuyo despertador eran los pájaros, y las madrugadas tenían el aroma del guayoyito colado. Era la primera fragancia del día.

    Y es precisamente el Maestro Otilio, el autor de Mi tripón.  Una de las canciones de cuna más hermosas que he escuchado.   Allí, nuestro Otilio se atreve, muy de arrullo, cantadito al currutaco, a una clara invitación: engañar al coco porque ya no asusta, como sí asustaba   -y mucho-  dentro de la oscuridad de mi niñez, Y supongo que de la tuya, también.

     El calendario marca sus pasos, querido hermano.   La Navidad pasa a ocupar un espacio muy estelar en mis rincones y oraciones. Juegos, comidas, canciones, bebidas, antojos; estudios de Derecho  -traumáticos y alegres, a la vez-   en la Universidad Católica Andrés Bello, en cuya experiencia orfeónica, como integrante de la Coral, me enamoré mucho más de las Pascuas que ya llevaba en el corazón, gracias a mi mamá y a sus talentosas manos, entusiasmadas, cada temporada decembrina, a elaborar centros de mesa y adornos especiales con los que saturaba el hogar de un olor muy especial,  mezcla de pan de jamón, adhesivo spray y hallacas andinas preparadas por mi madrina. Era todo un elixir universal que llenaba mis vacaciones interminables de una esperanza febril para ser exitoso y feliz para toda la vida.

     Entonces, sin querer, Otilio entraba a mi hogar con las parranderías creadas junto con mis amigos y amigas, para cantar aguinaldos y gaitas, de casa en casa, y así, nos sentíamos inventores de la Navidad. Llegábamos a las puertas de cada hogar visitado, en la Caracas del consumismo y la nocturnidad de la bohemia juvenil, y, muy prendidos, le cantábamos a una cara bonita, lo que pregonaba  Galíndez (1992): “Señorita, póngase una bata. Tráígame una lata para yo tocar” (p. 90)

     ¡Claro!  Era el Maestro Otilio quien nos acompañaba y no lo sabíamos porque cantábamos como si la letra y el episodio fueran nuestros; como genuinos de nuestra voluntad; de nuestras musas callejeras; originales de nuestros trasnochos decembrinos que hacían de las Pascuas,  las nuestras,  una aventura digna de una comedia musical en la pantalla gigante del cine mundial al estilo de The Sound of Music, La Novicia Rebelde,  de mi infancia.

    La marca de Otilio Galíndez (1992) en mi biografía también se posicionaba a través de las voces de Jesús Sevillano  -Son Chispitas a veces tus ojos” (p. 19);   Lilia Vera  -Ahora que el invierno se mece entre las hojas” (p. 16);   Esperanza Márquez –Duerme mi tripón, vamos a engañar la lechuza (p. 27)-  y la sentida poesía, al máximo descriptiva de la pobreza íntima de los caseríos latinoamericanos:   ¿Qué piensa la muchacha que pila y pila? ¿Qué piensa el hombre torvo junto a la vieja?” (p. 13)

    Esa letra última corresponde a Pueblos tristes, danza interpretada por mucha gente, incluidas las voces de estudiantes universitarios. Fíjate, Emilio, que yo no me atrevía a cantarla en público. Yo, estudiante universitario ucabista, no me atrevía. Me parecía una pieza de altísimo respeto que merecía un tributo distinto al mío, en mi canto.

    Sin conocerlo en persona todavía, Otilio se convertía en un integrante de la familia. Era como tú, es decir, como mi hermano, o como mi papá. Alguien sumamente cercano, en consanguinidad y en tránsitos comunes, en la poesía y cantos venezolanos. Por eso, lo quería conocer. Merecía conocerlo. Mi admiración incluía a otros dos grandes de la composición: Luis Laguna y Henry Martínez. Eran los tres. Luis, Henry y Otilio. A los tres, los interpretaba. Con el mayor respeto y dedicación. Desde el paseo cuidadoso por cada una de las letras de sus creaciones. Eran los tres. Los Tres Reyes Magos de las Pascuas mías. 

      Pero Otilio, además, es el sonido que rima perfecto con tu nombre, Emilio.  Otilio  con  Emilio.  Y tú, también te llamabas Manuel.  Manuel Emilio. Y Otilio tuvo un hijo –el tercero-  llamado Manuel. ¡Otra casualidad! ¿Qué te parece? ¿Que si logré conocer a Otilio? ¡Claro! Conocí al Maestro Otilio y al Maestro Henry Martínez. No pude conocer al Maestro Luis Laguna. Cuando me instalé en Maracay, ya el gran compositor había fallecido. Sí pude conocer a su hijo Luis, con quien compartí algunas veladas estelares y, de alguna manera, pude expresar mi admiración al poeta de la triada, dibujado en mis altares de la música popular.   Y es también mi amigo, el Maestro Henry, como lo fue   –y lo “es”- Otilio. Un verdadero regalo de Pascuas.

 

Un pueblo vestido con zapatos para salir decente a la calle.

 

     Ya instalado en Maracay, como periodista, tuve la oportunidad de conocer al guitarrista Luis Ochoa, gran compositor, magnífico intérprete y un extraordinario ser humano.  Me cuenta Luis que se va para la casita de Otilio, a vivir allá, en el Barrio José Félix Ribas, del Municipio Mario Briceño Iragorry, del estado Aragua, porque está dedicado a abordar las composiciones del Maestro para llevarlas a formato más académico, para que sean interpretadas por solitas y piano. Para ese momento, en 1992, Elecentro publica  Las Canciones de Otilio Galíndez,  gracias al apoyo de Luis, quien hace las notaciones musicales de 45 composiciones del Maestro Otilio.

     En esa oportunidad, Luis me indicó que, residenciado en la casita de Otilio, precisamente estaba trabajando en torno a las piezas musicales del compositor de La Restinga, y que, con todo placer, haría la mediación para que yo conociera al Maestro y, además, lo entrevistara con ocasión del libro publicado.

     El primer contacto fue vía telefónica. ¡¿Hablando yo con Otilio Galíndez?!  ¡No me lo podía creer!   Y él… ¡como si me conociera de toda la vida!   ¡Un placer, hermano!” –me dijo.   Y, muy emocionado, lo esperé en la sede del diario El Periodiquito, de Maracay, donde, para entonces, yo prestaba mis servicios como reportero, dedicado con mucha pasión, a los escenarios de la fuente de cultura en la región aragüeña. La cita fue acordada. Y allí se presentó puntual aquel hombre de sencillez fuera de este mundo, de andar rapidito, como si llegara tarde; con su estatura media, gruesa, en la que se estampaba una media sonrisa, muy de gente  a la expectativa; atento, muy atento, con los ojos en apertura espléndida que no era temor sino empeño en conocer nuevas experiencias de diálogo. ¡Era el gran Otilio Galíndez! Y su entrada era la expresión de un pueblo vestido con camisa crema, de cuadros,  y un pantalón clásico gris,  con los zapatos  “…de los señores que cuidan sus cosas para que duren y pueda uno salir decente a la calle”. Así, igualito, se lo escuché decir a tanta gente de la urbanidad cotidiana, la del pueblo que valora, aunque no sea la moda.

        De esa entrevista, Otilio  -desde ese momento, amigo-, en su hablar pausado, con ese cuidado suyo a cada palabra, me dijo algo, a propósito del libro que le publicara Elecentro. Lo dijo con la onda de la melancolía que se desvanece lentamente ante la buena nueva:

     Ay, amigo! Al fin mis canciones serán cantadas como debe ser.

     -Y… ¿Cómo es eso, Maestro?  –enseguida le repliqué extrañado.

     -Es que mucha gente canta mis canciones y le cambia la letra o la interpreta en la nota que no es.

     -Dígame un ejemplo.

     -Por ejemplo, en la pieza La Restinga, la tendencia es cantarla con la letra: “Perdona, amigo”.

     -¿Y no es así?

    Nooo!  La historia que recoge esa parranda es el diálogo que tiene el pescador que regresa a su casita, después de su dura labor todo el día, y le dice a su esposa: “Perdona, mija, que no he pescado nada”

    Para mí, fue todo un descubrimiento. A montones de grupos gaiteros, les escuché interpretar la pieza, y, en efecto, la letra era difundida con ese error. Y yo, desde jovencito, la interpretaba de esa manera, tal y como se la había escuchado a mi prima Marjorie, cuando la cantaba mientras me ayudaba a elaborar mi primer pesebre. Toda una revelación. Comprendí que el Maestro Otilio era un compositor muy celoso de sus obras, realidad que queda sembrada cuando me comenta: “Si te pones a ver,  yo no he compuesto muchas canciones. Si tomamos en cuenta mi edad  -para entonces Otilio, confesaba tranquilo 63 años-  he compuesto, hasta ahora, sólo una canción y media por año, aproximadamente.  Lo que pasa es que yo tardo mucho en mostrar mi trabajo. Hasta que yo no siento que la obra está lista, no la difundo”.

     Así era Otilio, Emilio. Un sensible perfeccionista de su creación.

 

     Un hombre pueblo lleno de pueblos. Un espejo liberador en forma de aguinaldo

 

     Mientras tanto, el Maestro Luis Ochoa, extraordinario compositor, creador tan dedicado y comprometido con la música, lo que le traería, con el tiempo, importantes reconocimientos a nivel nacional y mundial, trabajaba la obra de Galíndez porque creía en él, en ese artista de la palabra y de la música que revolucionaba la difusión del sentimiento de un pueblo. Y desde la propia atmósfera del hogar de Otilio y Felicita, su mamá, Ochoa emprende esa búsqueda de la maestría que respiraba en las composiciones de Otilio, el amigo, el hermano, el poeta de la sencillez, el bohemio de la nocturnidad hogareña. Dos grandes creadores en plena faena dialógica, musical y, especialmente, muy humana.

     La convivencia se presenta como la génesis de un sagrado dualismo creador que se adentra en los amores de un pueblo que se esculpe dentro de un formato académico, muy propio de la incansable labor atrevida, entregada, muy viva, inquebrantable y robusta del Ochoa innovador y travieso, inspirado en la obra de Galíndez que comienza, desde su admiración,  para seguir un disciplinado estudio que amalgama la extraordinaria belleza de lo popular con la gracia estética de la música académica, proyectada en partituras que se visten de piano y de voz.

    Fueron veintisiete canciones de Otilio las consagradas por la magia de Ochoa, y la tarea de un año fue llevada a espectáculo, el miércoles 27 de marzo de 1996, en el Teatro de la Ópera de Maracay, con el auspicio de la, para entonces,  Dirección de Promoción y Difusión del recordado CONAC;  la desaparecida Fundación Teatro de la Ópera de Maracay y el Conversatorio de Música del estado Aragua, todo para alcanzar la publicación del libro 27 CANCIONES DE OTILIO GALÍNDEZ, arregladas para voz y piano por Luis Ochoa, que contaría con el apoyo de la UCV y las Editoriales  Oberture   y   El Aragüeño.

    Esa noche, Emilio, fue de especial significación para la historia musical de Aragua y de todo el país. El ávido espectador y el reportero cultural se unían en la misma persona, para luego dedicarse a la redacción de una nota reportaje que, bajo el titulo OTILIO, AHORA CON VOZ DE SOPRANO, fue publicada en los espacios del diario El Periódico (El Periodiquito), del estado Aragua, el lunes 1 de abril de ese año 1996. No fue un trabajo ni el cumplimiento de un labor periodística; ni siquiera la dedicación narrativa para su lucimiento en una oportunidad mediática impresa. Fue realmente un privilegio, un testimonio de vida inolvidable, una cita de lujo con la poesía musicalizada y la redimensión de la humanización ya construida y revelada.

    La velada transitó por la interpretación de varias obras de Otilio, entre ellas: Pueblos tristes  y  Son Chispitas, a cargo de la soprano Haidée Nieves;  Ahora  y  En Silencio, en la voz soprano de Norma Herrera; Caramba  y  El Niño y la Sombra, en la voz soprano de Lola Linares; Tiene sentido el Joropo   y   Candelaria, con el tenor Luis Reyes;  De una tarde al Alba, Rizos de Ondas  y  El Son de los no Descubiertos, en la voz de bajo de Abner Silva;  y  Mi tripón,  Sin tu mirada  y   En la Primavera,  a  cargo de la mezzosoprano Ingrid García.

    La ocasión inspiró el reconocimiento presentado por Conde (1996), en el reportaje ya referido que se transcribe a continuación:

 

El trabajo de arreglos y dirección musical de Luis Ochoa impacta de una manera definitiva. No sólo ratifica del joven creador su desbordado talento y su disciplina, sino también la dedicación, la entrega de su amor, de su profesión, de sus conocimientos en torno a este nuevo formato que le regala a la composición del Maestro Otilio Galindez. Se evidencia en cada pieza el profundo conocimiento que tiene Ochoa de la música, de la poesía, del sentimiento humano, del alcance social y hasta geográfico de la composición Galideciana”  (p. 10)

 

     Ese dominio de Ochoa en torno a la creación de Galíndez, demostrado en el concierto comentado, lo dispuso a una labor de mucho respeto a la obra del autor yaracuyano: “Se ha intentado  -expresó Ochoa en el tríptico programa de mano del concierto-   un tratamiento armónico-contrapuntístico acorde con las infinitas posibilidades que estas canciones ofrecen a cualquier músico deseoso de recrearlas, respetando las intenciones primigenias del compositor”. (Idem)

   Sin embargo, la valoración del trabajo expuesto por Conde, en esa oportunidad, dio pie a una importante reflexión:

Las piezas de Otilio experimentan una nueva proyección alejada (…) de su esencia popular, lo que desde este punto de vista y, por supuesto, insistiendo en el invulnerable respeto que siento por Ochoa, podría resultar una distorsión de la pieza conforme a la idea inicial (…) concebida (Ibidem)

 

     Es decir que el tratamiento musical que Ochoa le inyecta a la propuesta otiliana, podría alejarlo un tanto de la esencia popular, corazón y plataforma medular de la composición de Galíndez, y presentarse una suerte de desviación de la pieza, conforme a su génesis, tan importante en la obra de Otilio. No obstante, la aprobación del autor a esa transformación, resultado de una labor de convivencia y jornada mutua, significó la consideración de un visto bueno por parte del gran Maestro de la evocación del alma y geografía del pueblo, desde esa identidad que lo marca y que muy bien supo entender y dibujar el creador en su obra. Ochoa lo entendió. Otilio lo aprobó.

     En ese mismo reportaje, Otilio fue calificado como un hombre pueblo lleno de pueblos, fundamentado en que el Maestro hace recordar al poeta Antonio Machado  –autor español que influye, en alguna medida, en Galíndez como compositor,  lectura admitida en el trabajo elaborado por el poeta Pedro Ruiz (2007).  Son de Machado  los versos de  La Copla -algunos cantautores aseguran que no son de Antonio sino de su hermano Manuel-   y la máxima: “de tu poesía se adueñe el pueblo, lo que en propiedad hayas perdido, lo ganarás en eternidad”. Divino gozo del poeta Machado (consulta en línea, 2018), expresado de la siguiente manera:

Hasta que el pueblo las canta,

las coplas, coplas no son,

y cuando las canta el pueblo,

ya nadie sabe el autor.

Tal es la gloria, Guillén,

de los que escriben cantares:

oír decir a la gente

que no los ha escrito nadie.

Procura tú que tus coplas

vayan al pueblo a parar,

aunque dejen de ser tuyas

para ser de los demás.

Que, al fundir el corazón

en el alma popular,

lo que se pierde de nombre

se gana de eternidad. (s/p)

 

     Y eso es lo que ha ocurrido con Otilio. El pueblo se adueñó de su poesía tan amorosa y Otilio se eternizó. Pero se abre la puerta a una inquietud: ¿Realmente Otilio fue absoluto propietario de su obra? ¿O acaso fue que supo ser espejo transparente, limpio, puro del alma del pueblo? Probablemente, nunca Otilio se adueñó de alma alguna; nunca quitó, ni tomó prestado. Todo lo contrario. Otilio reveló, desnudó, transparentó la realidad popular de una manera poético-musical muy especial. Otilio lo que presenta es una propuesta de liberación a través de la canción popular. Creo que Otilio fue un espejo liberador que se regaló al pueblo como aguinaldo. En eso, se parece mucho a ti, Emilio, porque tú también fuiste un regalo popular de unas Pascuas que logramos fueran permanentes.

 

En Otilio, la sencillez es metáfora de sí misma

 

     Dentro de ese proceso de conocer a Otilio Galindez, a través de su obra musical; de su familia;  de sus amigos; y del trato directo con él, en ese discurso expresado en el marco del diálogo alcanzado en ocasiones cortas pero significativas, se levanta la teoría de las dos almas.

     Se trata de la hipótesis que defiende la idea de la confabulación de  dos seres internizados en un solo hombre; dos naturalezas que, además, se confrontan; emprenden una suerte de batalla muy a lo Florentino y el Diablo, el famoso texto poético de Alberto Arvelo Torrealba, en esa desnudez muy adulta, o, acaso, también la simpática colisión de la fuerza física y básica de Tío Tigre frente a la astucia e inteligencia roedora de Tío Conejo, plasmada en los cuentos del querido Rafael Rivero Oramas, el Tío Nicolás, disfrutada por los niños y niñas de mediados del siglo XX. Ese dualismo se condensa, se complementa, se fusiona, en la personalidad del Maestro Otilio, el querido autor yaritagüense, protagonista activo en su mocedad, en los campos de su tierra natal, nutrida de leyendas, de espantos, de visiones; del encanto de la naturaleza, donde la fauna y la flora se humanizan y hacen travesuras. Y así queda reflejado también en su obra musical.

     Para entender mejor esta reflexión acerca de la obra otiliana, conviene revisar un poco lo que Rodolfo Modern explica acerca de la obra de Herman Hesse, autor que formó parte de las lecturas realizadas y analizadas por Otilio, dentro de su desarrollo como ser humano, sensibilizado hacia la realidad social de su entorno y del cual se nutren sus composiciones.   Modern (1979) asegura que:

Fidelidad, sobre todo a sí mismo, es la suprema consigna hessiana. Pues el reconocimiento honrado y a fondo del Yo se convierte en el único supuesto válido para salvar la vida y, en consecuencia, el mundo dentro del cual cada vida se halla inscrita y ello mediante la adquisición de la conciencia lúcida del abismo que cada uno es. Como también de allí parte la posibilidad de tender el puente hacia los otros, hacia ese universo soñado de una armonía universal, (…). Sólo cada hombre, y nadie más que él, podrá, siempre que cuente con el necesario coraje espiritual, romper las falsas ataduras, las convenciones vacías o caducas. (p. XI)

 

      Encuentra uno en Otilio esa especie de paralelismo hessiano, pues en la obra del Maestro yaracuyano se advierte esa necesidad de nutrirse de los demás, de los episodios del pueblo al cual él pertenece en total protagonismo y lo hace partiendo de esa revisión, ese agite, esa confrontación consigo mismo, realizada permanentemente con la mayor honestidad y autenticidad, al punto de sincerar dolores y despechos, presentados siempre, en mayor o menor grado, como motivación de sus obras, aun en las más alegres. Por ejemplo, en el aguinaldo de parranda tan contagiosa, tan pícara, tan sabrosita  ¡Ay, qué maravilla! (Galíndez, 1992):

Coro:

Entre pecho y espalda un picante

Si en los tragos no se me desmanda

Usted puede también ser cantante

Y acompañarnos en esta parranda

 

¡Ay qué maravilla, si yo despertara

¡Ay, qué maravilla, si yo despertara

Y al abrir los ojos, tus ojos mirara

 

¡Ay qué maravilla, mi boca en tu boca

¡Ay qué maravilla, tu boca en la mía

Porque así las Pascuas más Pascuas serían (p. 113)

 

     El Maestro Otilio, en esta pieza, presenta quejas, expuestas con la sencillez tan característica, espontánea, auténtica y vigorosa de su obra, pero que se cuelan resbaladizas, como jaboncito en agua de río, y pasan sin fracturar la esencia de la fiesta decembrina, presentada como jolgorio del pueblo, a quien invita a participar, siempre que no se haya pasado de traguitos.

     En una primera mirada, Otilio se asoma al mundo con una imagen de hombre propietario de una sencillez conmovedora y envolvente; fresca, muy honesta; es una marca que lo delata, lo define; le da presencia instantánea. No sabe uno quien llega primero, si esa sencillez, en una especie de cantar que anuncia la cercanía del alma del poeta, o si es Otilio quien llega como haciendo lobby magistral a la sencillez. Será, entonces, que son la misma cosa. Otilio reencarna la sencillez en su figura, en su andar, en su discurso accesible, liviano; en su lenguaje pausado; en el barítono cálido del timbre de su voz. Esa sencillez del Maestro es el alma de alguien que sabe escuchar; de quien prefiere callar antes de hablar impulsivo, desmedido, y evitar así, en lo posible, las heridas.

    En su obra musical,  Otilio, el compositor, mantiene su sencillez en las formas, en el lenguaje, en la descripción sintética de la localidad, de la geografía escogida; también la mantiene en la melodía, pero el alma expuesta, difundida, es fácilmente comparable con un bisturí: sencillo, pero directo; desgarrador, profundo, inclemente; en actitud de reclamo; muy sobrio y elegante, pero incisivo, apasionado y alejado del temor al golpe, se muestra dispuesto, franco y resuelto en coraje para mostrar su angustia en ataque.

     Entonces, Emilio. No es un Otilio. Son dos los Otilio que se integran al estudio. Son dos. Comedido, el primero; Otilio, el dócil;  el ser del diálogo de calle; el cercano, el modesto paisano de la discreción como regla.  Y Otilio, el segundo, es el  combativo y desgarrador; el alma inconmensurable que agita, conmueve, estremece, sin medida ni consideración alguna, y en el que siempre se cuela un pedacito de tragedia. En ese enfrentamiento, permanece inquebrantable, invulnerable, la sencillez elevada como metáfora de sí misma, y, en esa  lucha, el diálogo se abre paso consigo mismo, lo que produce luego un casamiento entre ambos seres y, acto seguido, es la poesía la que siempre sale victoriosa.

     En la obra El lobo estepario, leída también por Galíndez, dentro de sus preferencias literarias, Hesse (1979), al referirse al personaje de Harry, indica que

…muchos artistas principalmente pertenecen a esta especie. Estos hombres tienen todos dentro de sí dos almas, dos naturalezas, en ellos existe lo divino y lo demoníaco, la sangre materna y la paterna, la capacidad de ventura y la capacidad de sufrimiento, tan hostiles y confusos lo uno junto y dentro de lo otro, (…). Y estas personas, cuya existencia es muy agitada, viven a veces en sus raros momentos de felicidad alto tan fuerte y tan indeciblemente hermoso, la espuma de la dicha momentánea salta con frecuencia tan alta y deslumbrante por encima del mar del sufrimiento, que este breve relámpago de ventura alcanza y encanta radiante a otras personas. Así se producen, como preciosa y fugitiva espuma de felicidad sobre el mar de sufrimiento, todas aquellas obras de arte, en las cuales un solo hombre atormentado se eleva por un momento tan alto sobre su propio destino, que su dicha luce como una estrella, y a todos aquellos que la ven, les parece algo eterno y como su propio sueño de felicidad. (p. 29 y 260)

 

     Esta valoración presentada puede ser advertida en alguno de los textos de las canciones de Otilio. En  Mi tripón, por ejemplo, debajo de esa dulzura de la melodía típica de un arrullo para un pequeñito, se presenta la invitación, de lo más atrevida, a engañar a la lechuza,  ave emblema de la oscuridad, y al  coco,  figura del imaginario colectivo, presente en el folklore de varios países de América Latina y de Europa, especialmente, de España y Portugal, que se remonta desde el siglo XV, es decir, desde hace más de cinco siglos, amenazando a los pequeños que se portan mal o no quieren ir a dormir, para castigarlos o para llevárselos; el propio emblema del temor, del acecho en contra de los niños y niñas desobedientes, en la famosa canción de cuna Duérmete niño, duérmete ya, que viene el Coco y te comerá,   pero que Otilio, muy a su estilo, se le enfrenta como un desafío, una actitud en contra de ese enemigo invasor, a quien ya se le ha perdido el miedo, según lo expuesto en su propuesta poético-musical (Galíndez, 1992).

Duerme mi tripón

vamos a engañar la lechuza

y a engañar al coco que ya no asusta

Duerme mi tripón (p.27)

 

     El combate reflejado, en esa invitación al engaño como estrategia de lucha hacia la liberación, hacia el rompimiento de ataduras coloniales, herencia cultural de la invasión europea, tan imperialista y castradora,  dominio al que ya se le ha perdido el miedo,  expone también una tragedia, en la imagen muy romántica         -retrato lorquiano en negativo, es decir, positiva y encantadora-   desarrollada por Galíndez (1992) en su canción de cuna, cuando describe que el sol perdió la luna

Que mañana el sol

Brillará en tu cuna

Y te contará

cómo fue que un día

perdió la luna

Duerme mi tripón (p. 27)

 

     En la parranda oriental Vaya un pecado,  Otilio muestra la cultura del chisme, de los comentarios malsanos, en perjuicio de las parejas que tienen todo el derecho a buscar la intimidad para quererse, bajo una luna grandota como la que tiene la Isla de Margarita. Galíndez (1992):

Vaya un pecado, digo yo

que Margarita tenga una luna grandota

Y bajo esa luna hermosa

Salir a tomar la brisa

Dicen que a Pedro y a Juana

Los cargan de boca en boca en boca

Y dicen que Juana es loca

Y Pedro es un tarambana (p.37)

 

      De lo más atrevido, “Otilio 2”,  en su faceta de poeta compositor, delata lo que no haría, en principio, “Otilio 1”,  el ser humano comedido, la palabra cuentagotas, monumento extremo a la sencillez, invadido por las limitaciones agresivas impuestas por la sociedad que debe habitar y que le obligan a cuidar sus dichos, pareceres, opiniones.  Esa expresión poética otiliana encuentra su materia prima en la gracia y sabiduría del pueblo, desde donde el creador la extrae en toda su verdad, la expone, después de filtrarla con la magia de su verbo y música, y ocurre el milagro de la fusión, del casamiento, del acuerdo entre “los dos Otilio”; entre el Tío Tigre  y  Tío Conejo, para plasmar esa creación única que atrae y envuelve y que se constituye en un canto de liberación, de rompimiento de la estructura tradicional para registrar, fotografiar, dignificar, eternizar el alma del pueblo.

     A propósito de la canción liberadora,  la propuesta musical difundida como estandarte que intenta romper, desanimar, fracturar elementos y valores heredados de otras culturas o inmersos en el sentir de un pueblo sometido a imposiciones o dictaduras de culturas foráneas, en perjuicio de su identidad, conviene atender lo expuesto por Santos (2011) citado por González (2016) y su tesis de la dialogicidad que se presenta en el canto popular:

Este canto, esta voz emanada desde el interior, revela no pocas cosas del individuo. El ser individual tiene un universo interno en constante e indisoluble relación con el mundo exterior donde se desenvuelve. Es necesariamente individuo al tiempo que forma parte del colectivo que lo contiene. Se produce entonces, cuando cantamos, un ejercicio dialógico en distintos niveles y dimensiones en las que se involucran, en su sentido más amplio, diversas cosmovisiones que, sin embargo, pueden referirse a sistemas similares de comprensión de los procesos humanos y entenderse a través de la traducción intercultural (p. 1 y 2)

 

     Conforme a esta reflexión, se refuerza la tesis del dualismo del ser, la hipótesis de las dos almas, expuesta y defendida para explicar la visión dialógica del Maestro Otilio Galíndez, en su creación como compositor.  Ese dualismo encuentra su base en el canto, la interpretación vocal, como ese instrumento que posee el individuo para expresar el sentimiento descrito, construido en el texto de su obra.

    Pero ese instrumento es considerado como la voz emanada del  universo interno del ser en constante relación con su entorno, al punto de que sólo puede ser considerado individuo cuando es valorado como parte del colectivo donde se encuentra inmerso. Es por ello que, forzosamente debe producirse, consciente o inconscientemente, un diálogo entre esa voz interna y el colectivo, lo que significa la interrelación cultural del ser humano.

     En el caso de Otilio, de acuerdo a la tesis aquí pretendida, esa interrelación de su canto, de esa su voz interna con el exterior, toda su composición es la condensación poético-musical de dos seres que, en una primera fase, entran en conflicto puesto que se trata de dos visiones o cosmovisiones:   una, el  resultado del proceso selectivo del creador Otilio 1, empoderado  de los elementos culturales que definen o se dinamizan en la sabiduría de un pueblo, empoderamiento del que siempre ha sido partícipe protagónico puesto que el Maestro viene de esa alma popular que nunca abandonó,  para que después sean filtrados por la otra cosmovisión, la de  Otilio 2,  en su impactante proceso de gran creador crítico que activa  -segunda fase-  todo un proceso hermenéutico de los signos expuestos en esa plataforma colectiva, a través de una acción dialógica impulsada y hasta dibujada con preguntas, despechos, evaluaciones, calificaciones, enfrentamientos con  Otilio 1  hasta entrar    -tercera y última fase-  en una suerte de amalgamiento de los “dos seres” que da como resultado una propuesta cargada de poesía y armonía musical que conmueve en grado extremo, a niveles de genialidad puesto que se trata de una creación que viene del alma popular sometida a una especie de agudo e inclemente purgatorio crítico, revolucionario, que conduce a una propuesta liberadora, depuración y elevación de ese sentimiento colectivo, con la permanencia, aun más transparente de la sencillez que caracteriza la obra otiliana.

     Es decir, Emilio, entrañable hermano, que la obra de Otilio Galíndez es el producto de la sagrada e impactante mezcla  sencillez-profundidad,  que tanto se admira en la creación del autor yaritagüense y digna de la atención analítica que valora su gran legado a la historia musical del país.

 

Alma de pueblo + Genio dialógico = Otilio Libertador

 

     Todo canto liberador, entonces, tomando como premisa la propuesta musical otiliana, está constituido por los siguientes elementos:

     1) La sabiduría del pueblo creada a partir de sus experiencias de vida, a través de los valores aprendidos en la familia, en la escuela, los vecinos (costumbres, tradiciones, interrelaciones).

     2) El conocimiento, la aplicación de lo aprendido sistemáticamente a nivel de la formación académica, a lo que se agregan comportamientos que se accionan a lo largo de esa formación y que se interconectan o, incluso, se enfrentan con ese saber popular

    3) La expresión, es decir, el resultado de la integración especial de los dos elementos anteriores: una importante heterogeneidad, dibujada en la definitiva expresión del arte vocal, enmarcada dentro de la idea de la transformación social, ese camino hacia la ruptura de estructuras cuasigastadas y sobrevivientes, que responden a las aspiraciones de la cultura de un pueblo que, al verla cristalizada en la propuesta poético-musical, interpretada vocalmente, se identifica con ella, la eterniza, la hace suya totalmente, la populariza, la difunde con todo el éxito que, en efecto, se logra.

      La reflexión obliga a sintonizarse  con lo defendido por González (ídem):

el canto liberador, esas formas de ver(nos) y de crear(nos) que involucran, por un lado el saber popular que nos transmite nuestro entorno, que se ve reflejado en la música elaborada por el pueblo basada en sus tradiciones -y sus modos de relacionarnos- que se escuchan generalmente en la infancia y la adolescencia en un ambiente familiar y, por el otro, la enseñanza de la academia, que tiene una visión más bien escolástica del tema, y que reproduce esquemas eurocéntricos tanto en la producción como en la enseñanza de la música. A estas se adicionan las prácticas liberadoras que se van produciendo a lo largo del trayecto primero formativo y luego profesional. En el caso de la enseñanza para el canto liberador hay fuentes de conocimiento que interconectan, relacionan, facilitan y transversalizan las mencionadas, manifestando distintas cosmovisiones o maneras de ver/entender el mundo desde la gran diversidad que lo contiene. El ejercicio que se intenta plasmar aquí es el de integrar esas fuentes de conocimiento de diverso origen, tamizadas por las visiones y experiencias que se suceden a lo largo de un aprendizaje que está lejos de acabar y que va enriqueciéndose y transformándose a medida que se produce en diferentes tiempos y espacios. Este ejercicio no es otro que el de hacernos preguntas permanentemente intentando encontrar respuestas, entendiendo que tanto las respuestas como las preguntas son siempre provisorias (p. 3)

 

    La obra de Otilio Galíndez es continente, sin duda, de todos los elementos explicados: sabiduría popular (experiencias con valores familia, amigos, vecinos); conocimiento (académico y experiencias nuevas) y   expresión del arte (composiciones y canto), hacia la transformación social). Pero, además, la propuesta poético-musical otiliana ha sido instrumento de aprendizaje colectivo, en virtud de las inquietudes e interrogantes que se revelan y que buscan incesantemente respuestas, todo al ritmo de la indetenible dinámica social.

    Ese canto liberador de Otilio Galíndez puede apreciarse en varias de sus piezas.  En Mi tripón, comentado ut supra, esa canción de cuna se presenta, en primer lugar, como un espejo del saber del pueblo, cuando habla del  coco, figura heredada y divulgada por el grupo primario constituido por la familia, la escuela, los vecinos, influidos, a su vez, determinantemente por la cultura europea y africana que define la condición multiétnica, intercultural, pluricultural y diversa del pueblo venezolano, su identidad y sentido de pertenencia, y se muestra como un símbolo de terror, de castigo, de temor y miedo, que Otilio, desde ese sentir del pueblo, pretende romper, desaparecer, humillar con la indicación muy clara de que “…ya no asusta”.

     Mi tripón  constituye una composición poético-musical, con una dosis de ternura sin límites, en la que  Otilio alma de pueblo, en un primer paso, se empodera  (o re-empodera)  de los elementos culturales propios, muy propios de la sabiduría de esa gran comunidad y alma a la que él pertenece. Desde ese rol, el Maestro observa, evalúa, se identifica aun más con el sentimiento que aspira proyectar. Luego, en un segundo paso, Otilio genio dialógico asume el rol del creador que, con su poesía, eleva pero también emplaza, critica, desnuda, confronta el resultado de la evaluación realizada. Se trata, entonces, del encuentro entre Otilio 1, alma del pueblo, y Otilio 2, genio dialógico, enfrentamiento con desenfadados misiles de preguntas, de nostalgias que ríen y alegrías que lamentan; de despechos que no piden permiso ni escuchan clemencia para poder  alcanzar la llaga desde donde saldrán, libres y aventureros, versos, canciones, serenatas, danzas, aguinaldos, parrandas, después de que ambos seres se integren para regalarle al mundo una obra de asombrosa fusión de sencillez con  profundidad.

     Desde la perspectiva simbólica, ¿No es el coco, dentro del lenguaje o discurso infantil, la representación de la transculturización; del dominio de la cultura foránea; restos de la inyección cultural del siglo XV; una expresión conservadora que refuerza la imposición de elementos culturales que se han colado inteligentemente dentro de la dinámica de las tradiciones venezolanas? ¿No se trata, acaso, de una forma de dominio cultural que el pueblo aspira exterminar y liberarse  y que el Maestro Otilio, desde una visión dialógica y de confrontación, expone, denuncia, critica esa realidad y lo hace a través de su propuesta, cuya sencillez más cruda de esa verdad invasiva, mantiene inquebrantable, a la vez, que la eleva a las dimensiones del arte poético-musical?

     En el aguinaldo a lo divino  ¿Dónde vives?, el Maestro yaritagüense (Galíndez, 1992), parte de la pregunta, de la inquietud que va expresada directamente en interrogantes que reflejan un reclamo: la búsqueda de un niño que, dormido, lo va a despertar con una serenata.

¿Dónde vives niño hermoso?

¿Dónde tienes tu mirada?

¿Dónde se cierran tus ojos

Para despertarte con mi serenata (p. 98)

 

     ¿Y quién es ese niño?  Pues, en una primera instancia, la respuesta es la figura de Jesús, el personaje bíblico del Cristianismo, recién nacido, imagen central de la celebración navideña en el mundo. Si esa es la búsqueda, quiere decir, entonces, que ese Niño se encuentra perdido. Es decir, es la manera muy sintética de Otilio de presentar la realidad actual del extravío de la verdadera celebración de la Natividad, festejo que, al parecer, se ha olvidado del homenaje al Niño Jesús, para desviarse hacia otros destinos que rompen con el verdadero motivo.

     Dicho de otra manera, el Otilio alma de pueblo observa la realidad del Niño Jesús perdido, desaparecido, dormido, y  el Otilio  genio dialógico pregunta, reclama, pide, a modo de crítica social, la respuesta que le señale la presencia del Niño Jesús “vivo”  pues, siente el temor de que haya “muerto”. Pero el acuerdo, la integración, la fusión de ambos seres logra que el gran Maestro de la Navidad venezolana concluya, en su propuesta poético-musical, que el Niño Jesús no está “muerto” sino que está “dormido” y será despertado con una serenata.

     Esa interpretación se evidencia en los versos asignados a la voz solista:

La noche colmada de tanto lucero

Se presenta linda y clara

Para alumbrar la llegada

Del Niño Jesús que quiero

La noche es de mirra, de incienso y de pino

es de hallaca y de aguardiente

y está el mundo reverente

para recibir al Niño  (idem)

 

     Se aprecia en las estrofas transcritas que el autor encuentra al Niño que busca, al que quiere, gracias a la claridad y transparencia de la noche colmada de luceros que no sólo lo despierta sino que el Niño llega y que el mundo lo recibe reverente, entre mirra, incienso y pino, y también entre hallacas y aguardiente.

     De una manera asombrosamente sencilla y de una síntesis y profundidad inmejorables, Otilio rescata, revive no sólo la imagen del Niño Jesús del mundo cristiano sino del Niño Jesús que él quiere, el mismo que quiere el pueblo, rodeado de sus tradiciones que, además, frente a la reverencia al Niño que llega, lo recibe de una manera descrita con una mezcla o simbiosis abrupta, realista, muy irreverente y desinhibida: mirra, incienso, pino, hallacas y aguardiente, es decir, todos los símbolos extraídos, por una parte, de la historia bíblica y los presentes de los Reyes Magos; de la tradición europea y del famoso pino de invierno;  y, por la otra, de  la comida y bebida de la tradición nacional decembrina.

      Otro ejemplo muy revelador se advierte en la pieza  Dime si es Pascua.  En ese conocido aguinaldo a lo divino, el proceso creativo responde al esquema del canto liberador, cuando el autor (Galíndez, 1992),  en primer lugar, desde la acción del re-empoderamiento del sentir del pueblo, comienza a emplazar a José y a María, la famosa pareja de la sagrada familia bíblica, para preguntarles, a modo de ironía, dentro del mismo perfil que se cumple en el aguinaldo ¿Dónde vives?, ya analizado, que si es posible calificar de Pascua a una fiesta, una celebración, donde no se menciona al Mesías ni se le canta al Niño Jesús

Pascua donde no se nombra el Mesías

Dime si es Pascua, José

Si no le cantan al Niño Jesús

Dime si es Pascua, preciosa María (p. 96)

 

     Nuevamente, el Maestro Otilio alma de pueblo, observa la realidad que le lastima, desde el pueblo,  allí ubicado y empoderado porque es allí donde siempre ha pertenecido, y luego, Otilio genio dialógico,  parte del esquema o formato interrogativo y de intercambio, cuando conversa, con José y María, inteligentemente presentados desde la ambigüedad que los identifica, o bien con los íconos principales de la historia génesis de la Natividad, o bien con la gente sencilla del pueblo, representada con esos mismos nombres, tan queridos y populares en nuestra cultura, y  después Otilio  -integración de “los dos Otilio”-   repite el cuestionamiento social a la celebración navideña que se olvida o descuida la imagen central y motivación medular de la gran fiesta decembrina, como lo es Jesús Niño, en la idea muy dramatizada de que se trata de recordar su Natalicio, en virtud de la trascendencia histórica de su vida, episodio que se enfrenta al desbordamiento del consumismo, la frivolidad; la música comercial alejada de esas tradiciones más genuinas, más representativas de la época decembrina.   

    La genialidad del cantautor yaracuyano, en esta pieza,  se encuentra en ese provecho que el Maestro alcanza de la síntesis y la sencillez más elemental y, a la vez, más profunda, experiencia poético-musical que se repite en toda la obra de Otilio y la identifica como una de sus más sobresalientes características. Se trata de un manejo excepcional de los signos engendrados en personajes, geografías, expresiones, lo que hace de Galíndez, una importante referencia para el análisis semiológico, estudio que también se percibe en los personajes que aparecen en la siguiente estrofa, también incluida en el famoso aguinaldo Dime si es Pascua

Allá va la mula, allá va la mula

Allá va la mula llorando el olvido

Allá va la estrella que llora también

Allá van los Reyes dejando a Belén (idem)

 

     El creador aguinaldero describe una sentida nostalgia, casi tangible materialmente,  a través de los principales protagonistas de la conocida historia de Belén que dividió el tiempo.  Otilio  dibuja el paso resignado de la mula que llora el olvido al igual que la estrella también. Después incorpora a los Reyes que se alejan tristes de la famosa ciudad de Palestina.

     Se trata de la selección de elementos de la elaboración del Nacimiento tradicional, representación del Natalicio de Jesús, para el mundo católico, infaltables en todo pesebre tradicional: María, José y Jesús Niño; la mula (acompañante en la peregrinación de la pareja); el buey (fuerte y laborioso); la estrella (la luz guía) y los Tres Reyes Magos (la humanidad visitante). ¿A qué olvido se refiere el autor? ¿Por parte de quién o de quiénes se presenta ese supuesto olvido?

    De una manera asombrosamente sintética, simbólica, extremadamente sencilla y profunda, el Maestro Otilio, como artífice del canto liberador, insiste en la denuncia de la imposición mercantilista que logra en la sociedad, la supremacía en perjuicio de las tradiciones más sentidas del pueblo que afectan su identidad y sentido de pertenencia, y lo hace a través de la genialidad reflejada en el uso inteligente de los símbolos que se proyectan en todo el pesebre decembrino. Para ello, Otilio sólo acude a tres elementos fundamentales y que son sempiternos en la elaboración de todo Nacimiento, por muy modesto que sea. En primer lugar, escoge a la mula, representación de lealtad, servicio y humildad, y en su evocación parece describir su exclusión, su despido, cuando señala la lejanía expresada con el término “Allá va” y describe el llanto que no es otra cosa que el dolor del pueblo creyente, representado en esa figura.

    En segundo lugar, la estrella, luz conductora, guía y brillo del suceso histórico trascendental, que también llora la exclusión que experimenta en la lejanía y distanciamiento similar al de la  mula.

    Se trata, entonces, de esa suerte de tratamiento igualitario para dos elementos de la tradición navideña, proyectados en dos dimensiones distintas: el pueblo humilde, leal y servicial, representado en la mula, humanizada en la prosa otiliana; y la entidad suprema, brillante, orientadora representada en la estrella que también llora el destierro.

     Los Reyes Magos constituyen el tercer elemento escogido por el compositor. El trío constituye la representación de la diversidad de pueblos y razas que, en el marco del panorama desalentador, llegan a su destino pero lo dejan, y, de acuerdo al perfil de la melodía empleada por el compositor, lo hacen resignados, decepcionados, desesperanzados. Es el pueblo humanidad, testigo de esa otra celebración pseudonavideña que venera la imagen nórdica de un Santo que entrega regalos montados en un trineo movido por renos.

     El canto liberador advertido en las piezas escogidas, analizadas anteriormente y que forman parte de la obra poético musical del Maestro Otilio, responde al esquema dialógico, muy utilizado en el discurso otiliano, no sólo como recurso para describir un determinado episodio que el compositor desea redimensionar  -el diálogo expresado en los aguinaldos de parranda  La Restinga  y en  Muchacha, por ejemplo-   sino también como puente que impulsa la interacción entre el compositor-creador genio dialógico y el compositor-creador alma popular (hallada en sí mismo por cuanto él es engendrado en ella), a quien dirige su mensaje, no con la verticalidad de un emisor marcado por la visión comunicacional conductista que apuesta al receptor pasivo sino como un comunicador que se ubica dentro del esquema del empoderamiento del pueblo, convertido en emisor horizontal dentro del verbo y melodía presentado por Galíndez en su propuesta.

     Dicho de otra manera, la mirada galindeciana, a través de su creación  -una creación colectiva en la que alma popular y genio dialógico participan activamente- muestra la integración de un diálogo permisivo al pueblo para que, junto al poeta, asuma también la responsabilidad emisora y construyan juntos, a través del discurso poético de Otilio, esa propuesta que dialoga con el mundo. Allí se encuentra la clave de su trascendencia, su impacto social y su repercusión en el mundo de la canción popular que logra, incluso, dosificar un poco el discurso académico.

 

¡La participación crítica y el canto liberador!

 

    Esta perspectiva del estudio que aborda el canto liberador que se encuentra en el discurso de Otilio recuerda inevitablemente al discurso freireano de la educación como práctica de la libertad. 

     Freire (2010), en su concepción de la educación como un proceso co-responsable entre educador y educando, como una actividad que se asume con la participación activa y protagónica tanto del educando como del educador; como un escenario para la transformación del individuo y,  por tanto, de la sociedad misma, explica lo siguiente:

…la posición normal del hombre (…) no sólo (es) estar en el mundo sino con él, trabar relaciones permanentes con este mundo, que surgen de la creación y recreación o del enriquecimiento que él hace del mundo natural representado en la realidad cultural (p. 98)

 

     La postura del maestro brasileño expresada en el texto transcrito revela el proceso dialógico que se desarrolla conforme a la fórmula  estar   en el mundo   y estar   con el mundo;  lo que plantea, entonces, el diálogo, no como un intercambio o interacción  con el receptor  sino  desde el receptor,  lo que convierte a éste en otro escritor, corresponsable del proceso comunicacional presentado.

     ¿No es eso, acaso, lo que se advierte en la creación galindeciana? Otilio, en su obra poético-musical ¿no es el alma del pueblo reflejada en sus costumbres, tradiciones, términos coloquiales, quejas, reclamos, lo que él proyecta, difunde, transmite, fotografía, a través de sus composiciones, al punto de hacer del pueblo protagonista de esa responsabilidad compartida? ¿No es precisamente Otilio, en su composición, quien transparenta y traduce el sentimiento más sencillo y profundo del colectivo popular al que evoca, redimensiona, eleva más que representar, a través de su creación?

     Esa visión Otilio-freireana puede observarse en varias piezas del cantautor yaritagüeño. En  Dime si es Pascua,  no sólo es el diálogo que el autor presenta con José y con María, máximos representantes bíblicos del acontecimiento del Natalicio de Jesús, sino que es también el diálogo con José y con María, la gente del pueblo venezolano, puesto que el aguinaldo no indica directamente que se trata de los padres del Redentor. Otilio presenta la ambigüedad, el dualismo basado en esa realidad cultural que el Maestro re-crea y enriquece con sus versos.

     Y la otra manera de dialogar, muy a lo Otilio, es embriagarse de esa nostalgia del pueblo, al punto de dejarse empoderar por el alma del pueblo para que se proyecte, en los personajes de la mula, la estrella y los Reyes, ese reclamo y esa crítica social, sin que se fracture la sencillez de esa condición colectiva y humana. Todo lo contrario, la redimensiona y la convierte en metáfora de sí misma.  

     En  Muchacha, el autor de Yaritagua (Galíndez, 1992) dialoga con una representante joven alegre de cualquier hogar de un pueblo. Pero también dialoga  con la señora de la casa que se anda escondiendo, típica conducta de las amas de casa que afloran su timidez ante el grupo de parranderos que sorpresivamente llega a la casa.

La señora de la casa

que no se me ande escondiendo

Y traiga el palito que le estoy pidiendo

Porque ya nos…

Vamos a Belén, Muchacha

Que allá una linda estrella que brilla

Alumbra el camino

Vamos a Belén (p. 101)

 

     En el diálogo planteado en  ¿Dónde vives?,  Otilio hace una importante crítica social ante el hecho del Niño dormido que es necesario despertar con una serenata. Se refleja una sentida crítica social a la exclusión de la figura central de la celebración navideña, muy parecido a la crítica reflejada en  Dime si es Pascua, ya analizada.   El genio de Otilio Galindez pareciera basarse en la filosofía de Mannheim, citado por Freire (idem), cuando se refiere a la democratización de la cultura,  fundamentada en esa participación colectiva y creativa conjunta que parte principalmente de las bases populares. “En la medida en que los procesos de democratización –enfatiza Mannheim-  se hacen generales, se hace también más difícil dejar que las masas permanezcan en su estado de ignorancia” (p. 96)

     Explica Freire (2010) también que la participación crítica es una “forma de sabiduría”, y que esa democratización de la cultura “sólo le sería posible transformarse en pueblo, capaz de optar y decidir por medio de la participación crítica” (idem).

     Como corolario de todo lo expuesto, forzoso es concluir que el verdadero ejercicio de libertad comienza a partir del diálogo y de la participación protagónica que entraña la criticidad como garantía de la democratización de la cultura.  Es decir, que todo canto verdaderamente liberador debe basarse en esa sabiduría popular que encuentra sus raíces en las tradiciones tejidas en la niñez y mocedad que se forman dentro de la familia, sabiduría que se proyecta a través de la oportunidad que otorga todo proceso dialógico, dinámica interactiva, caldo de cultivo ideal para el desarrollo de la crítica. Esa influencia familiar se combina con la enseñanza formal y sistemática de la academia, invadida por los valores coloniales.

“Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar”

 

     La incidencia familiar, en el Maestro Otilio, encuentra su energía medular en Santiago Galíndez, su papá, carpintero; y, muy especialmente, en su mamá, Felicita Gutiérrez, costurera, quienes inciden, de manera determinante, en el amor del cantautor por la música. Así lo expone el propio Otilio, conforme a entrevista registrada por Ruiz (2007):  ”Fue mi papá y mucho más mi mamá quienes me indujeron a tener amor a la música, a la naturaleza y a todo el trabajo del ser humano” (p. 12).

     Es el mismo Ruiz (1990) quien logra dibujar el verbo de Rosa Felicita:

“Desde niñita  dice Felicita-  la música y la poesía me han fascinado. Me gusta cantar aunque no sé y también me aplico a la poesía. Yo me levanto cantando. Es que la música es tan importante para los seres humanos, es tal vez como el pan, es alimento del espíritu, en esta casa diariamente se canta” (p. 72)

 

     ¿Te fijas, Emilio? ¡Otra coincidencia, hermano!   Felicita, la mamá de Otilio, era costurera y se la pasaba cantando.  Igualito que mi mamá. ¿Recuerdas?  Ella cosía en su máquina de pedal y con su voz de soprano modesta, todo era una propuesta para la difusión de tangos gardelianos. Y la “novia” de Otilio   -así se refería el Maestro, cuando hablaba de su mamá,  la bella dama, invidente que enseñaba a mirar con el alma-  cosía y cantaba, pero, además, escribía. Así lo explica Ruiz (idem):

Y es que sorprende la capacidad de recordar de Felicita en cuya voz escuchamos canciones antiguas, que a su vez escuchó, allá en su niñez pueblerina. Luego va hasta la máquina de coser y allí, junto al dedal, agujas y lazos de colores que teje para sus nietas, encontró (…) versos escritos “en los momentos en que me llega algo” (p. 73)

 

    Pero la familia en Otilio no es sólo la consanguínea. También están unidos a su existencia otros integrantes muy especiales. Es una familia muy extensa y, desde luego, también influye en su tarea de gran creador. El poeta Ruiz (ibidem) lo refleja:

 “Me recuerdo jugando con la tierra y el conuco. Siempre ha habido ríos, caños, acequias, de antes y de ahora, porque mi infancia esto llena de mucho amor. Cuando se es niño no se extrae esa estela que forma las cosas desagradables. Por eso soy campesino, no se me ha quitado ni se me quitará. Tengo el orgullo de haber vivido con los animales, con las matas y con la gente. (idem)

 

     Y esa vinculación familiar marcada por su Sebastián y Felicita y por sus queridos parientes de la naturaleza, corresponsables de su crianza, se manifiesta en su obra musical.

     En Mi Bella Dama, danzón dedicado a su mamá, el cantautor yaracuyano (Galíndez, 1992) serenatea a Felicita y reconoce la gracia de la influencia maternal que se gestó desde las canciones de cuna y en las historias que seguramente esa dama le narró. El siguiente fragmento de la pieza lo revela:

Oye

Tesoro mío

Este danzón robado

Del viejo libro

De tus recuerdos,

De tus arrullos

Y de tus cuentos” (p.  78)

 

       La naturaleza es la otra familia de Otilio. Esa suerte de consanguinidad y fraternidad con el medio ambiente siembra las bases para que el Maestro pueda ser calificado como  cantautor ecológico. No son pocas las piezas que revelan esa realidad.

     En el romántico y conmovedor vals titulado Ahora, Galíndez (1992) acude al entorno ambiental para evocar y reclamar al ser querido, a quien se extraña y se desea el regreso, en razón del cambio atmosférico que, en el fondo no es, en realidad, sino una nueva disposición del corazón enamorado:

Ahora que el invierno se prende de las hojas

Ahora que amanecen charquitos en el patio

Ahora que los caños rebosan de agua clara

Mira el conuco verde oí los turpiales”

Vaya paisano dígale que canto solo

que ya rompí con el silencio del verano

Ahora que el invierno se prende de las hojas

Ahora que amanecen charquitos en el patio

Ahora que los caños rebosan de agua clara

mira el conuco verde oí los turpiales (p. 16)

 

     Nuevamente, el célebre cantautor de Yaritagua se luce con el juego inteligente de los signos que convierte en verdaderos íconos que representan un estado emocional. El protagonista narrador celebra la despedida del verano que lo había encerrado en un silencio que logra romper con el canto que necesita compartir con el ser querido. Es decir, un alma callada, seca, agotada, consumida,  el silencio del verano;    observa que el tiempo, el ahora, le brinda una nueva oportunidad, con un cambio extremo, opuesto, distinto   -“el invierno se prende de las hojas”; luminoso, fresco   -“amanecen charquitos en el patio”;   abundante, transparente      -“los caños rebosan de agua clara”;   y el alegre, festivo, colorido renacimiento         -“mira el conuco verde, oí  los turupiales”. 

      En una pieza muy breve, expresada en una descripción poética con versos libres, sin rima alguna, Otilio narra, en primera persona, el sentimiento del protagonista que se siente solo y dialoga con el coterráneo para aspirar el regreso del afecto añorado, distante, ausente, perdido   –“Vaya, paisano, dígale que canto solo”-   y le expresa la transformación percibida, a través de sus “hermanos”,  su “familia”, la naturaleza.

     De la misma manera, el proceso se repite en Caramba, donde el querido autor (Galíndez, 1992) pregona y expresa su queja al ser que no ha correspondido con sus expectativas amatorias y, para ello, el invierno y la lluvia son ahora elementos presentes en una escena para la tristeza y la información dialógica, respectivamente.

Caramba, mi amor, caramba

lo bello que hubiera sido

Si tanto como te quise

así me hubieras querido

Caramba, mi amor, caramba

Pasar el invierno triste

Mirando caer la lluvia

Que tantas cosas me dice

Caramba, mi amor, caramba

Caramba, mi amor caramba (p. 22)

 

       El reproche del protagonista revela también la pérdida de cosas que hubieran ocurrido de haberse ejercido el romance aspirado.

Caramba, mi amor, caramba

Las cosas que nos perdimos

Los chismes que tanto escucho

Entre las piedras y el río

Caramba, mi amor, caramba

El viento con las espigas

aromas de caña fresca y

amargos de mandarina”(idem)

     El poeta recurre a su querida familia del campo para incluir  las habladurías que surgen del choque entre lo que se encuentra detenido  -las piedras-  y lo que corre  y fluye -el río;  entre lo que se desliza en escape fugitivo y lo que se queda conmovido, agitado, pero sin desplazamiento  -el viento con las espigas;   y el remate de la combinación de fragancias dulces, refrescantes, con la acidez que viene de lo que dulce fue  amargos de mandarina.  Encuentra así. Otilio, en la naturaleza, una complicidad en favor de la poesía elevada desde la sencillez que le rodea.

     ¿Y qué se advierte en el aguinaldo El poncho andino? En esa pieza, Otilio hace gala de su capacidad descriptiva de una ternura muy elevada y de unas dimensiones gráficas tan gigantes y palpables que no sólo es música. Es pintura, también. En ese aguinaldo,  Otilio proyecta una imagen fácilmente comparable a un óleo sobre el lienzo donde se desborda el paisaje de los queridos páramos andinos. Y no es exageración decir que hasta el frío se cuela en el alma porque el Maestro (Galíndez, 1992) logra nuestra incorporación a “su obra pictórica”,  abrigados, al lado del “Niño Jesús  “…de mejillas coloradas”.

Coro

Con un poncho andino y un sombrero,

muy alegre por el páramo cantando

Con un poncho andino y un sombrero,

cabizbajo por el páramo llorando

Estrofas

El niño Jesús de bellos frailejones

lindos ramos pone al pie de una cruz

y en medio del frío solo y tiritando, caminaba

El niño Jesús el que sonríe y llora

ése niño adora y tiene la virtud

de reír llorando de llorar riendo, en la vida

El niño Jesús mejillas coloradas

vive en la montaña bajo el cielo azul

tiene por amigos vientos y quebradas, que murmuran (p. 94 )

 

     Alegrías y tristezas se amalgaman en este hermoso aguinaldo pictórico, en el que el Maestro Galíndez vuelve a acudir a su familia Naturaleza para identificar al Niño Jesús, “de bellos frailejones”, que “vive en la montaña bajo el cielo azul” solito y tiritando en medio de los fríos parameños que le ponen las mejillas coloradas y… “tiene por amigos vientos y quebradas que murmuran”.  Para Otilio, definitivamente, el Niño Jesús está en todas partes. Su poesía, su pluma y su “pincel”, lo ubican, especialmente, en los muchachitos libres y protegidos por esa atractiva inmensidad de los campos sureños, cuyo techo es el cielo y el abrigo es un poncho.

     Pero la exquisitez de la ecología, de la flora, de la fauna, combinadas con las leyendas que, de tanto nombrarlas, se hacen verdad, se aprecia en la conmovedora tonada Flor de Mayo, en la que la “pluma-pincel” de “Otilio ecológico” (Galíndez, 1992), vuelve a lucirse para rendirle honores espléndidos a la querida Naturaleza. Se aprecia en el paisaje: “Mañana que vas llegando rayito de sol que siento. Llévame por la sabana; llévame sabana adentro” (p. 32);   en las gotas de lluvia: “Agüita de hojitas verdes, perlitas madrugadoras” (idem);  en la humanización del campo: “Cabalgando en mi rucio paraulato, brota mi copla y responde el llano (idem); y en la escena de las ánimas en fuga al escuchar el canto madrugador: “Fantasmas de sombra y luna, espantos y aparecíos. El gallo de mi totumo ahuyenta con su cantío” (idem)

    En el merengue Mariana, el Maestro Otilio campesino (Galíndez, 1992)  regresa de manera imponente, definitiva y con un gran convencimiento al campo, a su origen que hace lucir en un particular ejercicio comparativo: los vehículos automotores, “toros que son ruedas ojos de diablo y metal” (p  46) y los edificios, “un montón de palomares que al cielo quieren llegar”.(p 46) Y la comunicación dialógica se presenta para mostrar su amor por el ambiente natural de su tierra:

¿Es que ya no te gusta

La niebla y el solecito?

¿Es que ya no te gustan

Los viejos en sus burritos?

¿Es que ya no te acuerdas, Mariana

Del agua fresca

De las flores Mariana

Ni de la huerta?

¿Es que ya no te gusta el maizal? (p 46)

 

            Y son otras muchas las frases en las que el Maestro de Yaritagua (Galíndez, 1992) rinde homenaje al entorno ambiental, incluido como elemento comparativo brillante, entre su música y sus versos. “… el bongocito de mi corazón” (p. 75), del danzón El Bongocito, imagen que aparece en Tiene sentido el joropo, en cuyos versos se tributa al género musical con el ejercicio de ilustres símiles extraídos de la naturaleza y de esa especial vinculación de los seres vivos con el medio ambiente: 

“…el joropo es la tormenta

y tú eres bongo ligero

dice que el viento llanero

juega con tu pelo hermoso,

cuando lo bailo contigo

tiene sentido el joropo” (p.49 )

 

    El gigante océano es humanizado por Galíndez (1992) en la danza  Ese mar.   ¿Acaso no logra el Maestro la visualización tangencial del azul como una persona que observa, que sabe, que reflexiona y hasta responde?

Ese mar parece como si supiera

que las noches todas

me las paso en vela.

Ese mar parece

rumorar tu olvido

como si supiera (p. 42 )

 

     En el vals, Son Chispitas, las comparaciones utilizadas por Otilio (Galíndez, 1992), estremecen al mismo ecosistema:

Estrellitas fugaces parecen

Tus ojos que a veces

Me miran mezquinos

Cual palomas

Que inquietan volaran

Cual chispitas

Cual cocuyos

Así miras tú

Así miras tú (p.19)

 

     En el danzón  Suelo Buscarte, el entrañable autor yaracuyano (Galíndez 1992) no disimula para emprender una búsqueda singular por el medio ambiente y le otorga un rol protagónico a las hormigas, al humo, a las garúas, a la neblina, a las nubes y hasta de los soles que ya no alumbran

Suelo buscarte, amor,

En las hormigas

En el inquieto volver

Sobre mis pasos

Suelo buscarte, amor,

detrás del humo

En el silencio

Y en la tristeza

De las garúas

Suelo buscarte, amor.

En la neblina

Mirar febril un punto

En el espacio

Suelo buscarte

en las mil  formas

De las nubes

Y en la distancia

De aquellos soles

Que no te alumbran (p.68)

 

     El ejercicio comparativo que hace el Maestro Galíndez (1992) con el uso inteligente del entorno ambiental se muestra muy romántico en el son  Es la primavera, en cuyos versos el compositor humaniza el agua clara y la verde montaña con quienes dialoga en una suerte de confesión de amor y dolor de ausencia por el ser amado

Unos me dicen

Que yo no tengo porvenir

Otros que vivo tan solo

Para contemplarla

Ay, agua clara

Que juegas por su cuerpo tibio

Cómo ignorar su hermosura

Para no adorarla

………

Unos me dicen que la razón

Ya la perdí

Otros que en vano me empeño

Para conquistarla

Verde montaña que escuchas

Desgranar su risa

Cómo saberla tan libre

Para no desearla (p.72)

 

         Con el sol, con la luna; con la tarde cansada y la noche fresquita y muda; con la luz del alba; con ríos y caminos, con la montaña, Otilio busca complicidad para poder dormir a su carricito, en Mi tripón  Y para honrar a Ernesto Che Guevara, el Maestro (Galíndez, 1992) encuentra connivencia con la naturaleza que rodeó la vida guerrillera del famoso comandante   -aguas, grillos, liebres, pájaros, lluvia, follaje y el verde oliva. 

Y dijeron las aguas

De sus anhelos

Y los grillos

De su sueño ligero

Y las liebres

De sus ágiles pasos

Remedaron su canto

Los pajarillos

Y la lluvia

Le dispuso al follaje

En su nombre

El color verde oliva (p.59)

 

     Se trata de la canción Al Che. La magia galindeciana muestra su destreza con la simbología que determina la descripción poética y muy sinóptica del héroe revolucionario, dentro del marco de la sencillez que tanto caracteriza la obra de Otilio y que, sin duda alguna, embelesa.

         Atención muy especial, merece el aguinaldo de parranda El Niño Jesús de Ahora (Galíndez, 1992) puesto que se trata de una pieza en la que se percibe una interesante cantidad de elementos en torno a los cuales el análisis semiológico encuentra un interesante panorama que no tiene desperdicio, amén de las figuras que hacen un altar a la Naturaleza.

El Niño Jesús de ahora

Tiene asombro en la mirada

Alza las manos al cielo

Viendo la tierra sin nada

El Niño Jesús de ahora

Tiene asombro en la mirada (p. 104)

 

    Otilio, en su rol alma de pueblo ha observado la imagen tradicional del Niño Jesús, ícono expuesto en muchos espacios, localidades, hogares, con sus ojos muy abiertos y sus manos alzadas, con la piernita izquierda levantada y la barriguita prominente, típica de los neonatos. De allí, parte el poeta de Yaritagüa para “humanizarlo” e interpretar su manera de mirar como sorpresiva, de estupor, de susto, cuando Jesús chiquitico observa ante sí un panorama desolado, vacío, seco, lo que representa una reflexión muy crítica del compositor hacia el entorno social que le ha tocado vivir, el que va describiendo a lo largo de todas las estrofas que le sigue, y lo hace a través de la imagen símbolo de la Natividad cristiana, así como también entiende que la imagen de las manitas alzadas del recién nacido representa   -aquí aparece Otilio, como genio dialógico-   una suerte de invocación al cielo, una elevación, una imploración o rogativa hacia el Ser Supremo, al percibir un escenario que lo conmueve porque lo advierte en condiciones alejadas de sus expectativas sociales.

      Esa desolación se reafirma en la estrofa siguiente en la que Galíndez (1992) insiste, pregunta, emplaza:

¿Qué quieren, señores míos,

Mañana esperar de mí?

Si me está matando el frío

Como frailejón de aquí

¿Qué quieren, señores míos

Mañana esperar de mí? (p.104)

 

          Otilio, Maestro, en su postura de genio dialógico, se dirige a señores míos, lo que puede entenderse a alguna autoridad, instancia, poder público, en una especie de reclamo por parte del niño, niña  -o cualquier ser humano pueblo o la humanidad entera-   que siente el dolor de la desatención   -“matando el frío”. El aguinaldo utiliza el símil “como frailejón de aquí”, lo que podría, entonces, ubicar el paisaje descrito en la localidad de los andes venezolanos.

     La crítica se empecina, en la siguiente estrofa, en la que el protagonista responde y hace una advertencia, y para ello, el creador utiliza nuevos símbolos vinculados con elementos del medio ambiente:

No busques agüita clara

Donde metiste los pies

Si quieres limpiarte el alma

Y también saciar la sed

No busques agüita clara

Donde metiste los pies (Idem)

 

          Es decir, Otilio genio dialógico, acude al “agüita clara” para representar conductas comprensivas, tolerantes, pasivas;  “los pies” para el irrespeto o la intromisión sin permiso;  y la frase “si quieres limpiarte el alma y también saciar tu sed” para significar la simultaneidad del ejercicio de acciones generosas para desarrollar ambiciones desmedidas, a modo de correspondencia.

         Nuestro Otilio  -la integración de alma pueblo con genio dialógico- se presenta como creador de un aguinaldo de parranda donde la sabiduría de un pueblo expresada, en el caso de El Niño Jesús de Ahora, en las descripciones del entorno social que rodea a ese Niño que se muestra conmovido, triste, confundido, decepcionado ante esa realidad, se amalgama con la dialogicidad que el autor construye entre ese Niño y la humanidad, para dar como resultado una propuesta poética, que se combina perfecta con la musicalidad del género aguinaldo, típica para la expansión de la temporada navideña venezolana,  pero, además, con un nivel muy crítico que delata esa intensidad de canto liberador. Así se observa en los siguientes versos finales, en los que también resaltan el uso del símil a partir de “sus hermanos” de la Naturaleza, y todo, como siempre, con el lucimiento genial de la sencillez y la profundidad, cabalgando simultáneas.

Pobrecito el campo mío

No quiere reverdecer

Porque le han secado el río

Que lo hiciera florecer

Pobrecito el campo mío

No quiere reverdecer

El Niño Jesús de ahora

Tiene mucho en qué pensar

Levantarse con la aurora

Y ponerse a trabajar

El Niño Jesús de ahora

Tiene mucho en qué pensar (Idem)

 

     Toda esta divina cualidad del Maestro Galíndez, en la que se evidencia la notable y sentida incidencia de su familia heredada o consanguínea, y su familia escogida, cristalizada en la biodiversidad del medio ambiente, expresada en los ríos, en los charcos, en las nubes, en el viento; en los campos, en la tierra,  en el sol y la luna y en la flora y la fauna, todos protagonistas en su obra musical, hace recordar Los Hermanos, una linda milonga del gran folklorista argentino: Héctor Roberto Chavero Aramburo, conocido como Atahualpa Yupanqui, referido por el Maestro Jesús Soto, citado por Ruiz (2007), precisamente para valorar la trascendencia del trabajo poético-musical del Maestro de Yaritagua:

He tratado de descifrar el original fenómeno de Galíndez para terminar aceptando que los milagros no se descifran, ellos nos envían destellos orientadores en dirección de un futuro de gracia. Otilio Galíndez pertenece al elenco  de los elegidos: Guti Cárdenas, Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, entre otros”. (p. 94)

 

     Los Hermanos (consulta en línea, 2018) es una pieza revestida también de una sencillez y hondo sentido humano, y en la que el querido Atahualpa (consulta en línea 2018)   - “el que viene de lejanas tierras”, en quechua-  arropa con un altísimo sentimiento fraternal a toda la humanidad y lo refleja de la siguiente manera: 

Yo tengo tantos hermanos,

que no los puedo contar,

en el valle, la montaña,

en la pampa y en el mar.

Cada cual con sus trabajos,

con sus sueños cada cual,

con la esperanza delante,

con los recuerdos, detrás.

Yo tengo tantos hermanos,

que no los puedo contar.

Gente de mano caliente

por eso de la amistad,

con un rezo pa’ rezarlo,

con un llanto pa’ llorar.

Con un horizonte abierto,

que siempre está más allá,

y esa fuerza pa’ buscarlo

con tesón y voluntad.

Cuando parece más cerca

es cuando se aleja más.

Yo tengo tantos hermanos,

que no los puedo contar.

Y así seguimos andando

curtidos de soledad,

nos perdemos por el mundo,

nos volvemos a encontrar.

Y así nos reconocemos

por el lejano mirar,

por las coplas que mordemos,

semillas de inmensidad.

Y así seguimos andando

curtidos de soledad,

y en nosotros nuestros muertos

pa’ que naide quede atrás.

Yo tengo tantos hermanos,

que no los puedo contar,

y una novia muy hermosa

que se llama libertad. (s/p)

 

     Sin duda, la pieza referida se parece mucho al sentir que se advierte en la obra de Otilio porque el Maestro de Yaritagüa permanentemente incluye en su poesía, en sus cantares y versos, a sus “hermanos” y “hermanas” esparcidos por el mundo de la ecología y con quienes compartió crianza y a quienes siempre rinde homenaje con el recuerdo, la protagonización estelar de la gente, incluidos “nuestros muertos”,  quienes partieron antes que él, como ocurre, por ejemplo, con la pieza A Víctor (consulta en línea, 2018), tributo al gran cantautor chileno Víctor Jara, mártir de la dictadura militar que derrocó al Presidente Salvador Allende, en cuya letra se divisa claramente la participación de los pájaros, del viento, del río, del mar, integrados todos en una melodía muy imponente, exquisita, gloriosa, eterna, corresponsabilidad con el Maestro Roberto Todd. Una de sus mejores composiciones, sin duda.

No puede borrarse el canto

con sangre del buen cantor

después que ha silbado el aire

los tonos de su canción.

Los pájaros llevan notas

a casa del trovador;

tendrán que matar el viento

que dice lucha y amor. ( )

Tendrán que callar el río,

tendrán que secar el mar

que inspiran y dan al hombre

motivos para cantar.

No puede borrarse el canto

con sangre del buen cantor,

tendrán que matar el viento

que dice lucha y amor.

Tendrán que callar el río,

tendrán que secar el mar

que inspiran y dan al hombre

motivos para cantar.

Tendrán que parar la lluvia,

tendrán que apagar el sol,

tendrán que matar el canto

para que olviden tu voz (s/p)

 

El “blandurómetro” de Otilio

 

     Y toda esa maravillosa complicidad familiar, de alianza estratégica ecológica que muy bien sabe Otilio hilvanar con una destreza semiológica admirable, también se observa, de manera muy particular, en sus canciones para niños y niñas, concentradas en  Aprender de tu magia, libro que hipnotiza porque se lee y se escucha. Son veinte canciones breves, su letra y partitura, que, como muy bien señala el poeta Hernández en el prólogo, constituyen  “… un recorrido por el país de los sueños donde es posible toda invención, todo sonido salido de un ramaje, de la flor invencible del trópico, de la verdura reveladora de Yaracuy, del incesante baile aéreo del tucusito”. (p. 5)

           En esa divina colección de canciones es importante aclarar lo siguiente. En primer lugar, de acuerdo a su autor, son veinte canciones breves, en virtud de la restricción de cada uno de sus versos y la extensión y duración de cada una de  las piezas musicales, expresadas en diferentes géneros, pero, en realidad, como dice el poeta Hernández, citado por Conde (1999)

“Son veinte los milagros que Otilio nos baja de su cielo. Son veinte suficientes milagros, escritos e inscritos para que desde hoy los leamos, y más, mucho más allá del diario testimonio, los cantemos, como se canta a Dios desde su altura” (p. 17)

 

     Si se aprecian en profundidad, son veinte canciones inmensas, ilimitadas, no sólo por el sentido invalorable de su poesía, sino porque se trata de piezas que seducen al punto que motivan cantarlas montones de veces,  y, en sus letras,  la semiología es una cátedra referencial de altura, en la pluma de Otilio, y, además, se trata de la incorporación mágica, muy mágica, de la fauna universal, en especial, la de los pájaros que, en esa selección, el Maestro escogió, en su gran mayoría, aves cantoras: la paraulata, el periquito, el arrendajo, la urraca, el canario, el jilguero, el turpial, el sinsonte, el ruiseñor, la gaviota, la lechuza, el cardenal, el azulejo, el picaflor. El colibrí. El resto de los protagonistas lo complementan, hermanos y hermanas muy entrañables: el caballo, la gacela y el elefante, como cuadrúpedos de estampa señorial y de estelar fortaleza;  la iguana y la pereza, asombrosos seres que habitan entre los árboles, con envidiable placidez;  el comején, gracioso: y  la mariposa y el cocuyo,  encantadores insectos, muy apreciados por el autor a lo largo de sus propuestas literarias;  el ratón y el lirón, en su especial travesura roedora; y hasta la serpiente, de atrevida y exclusiva mención en esas canciones, escritas para toda la humanidad. Como lo dice su autor: “…pretende llegar con su letra y su música al corazón de niños y adultos (p. 4).

     El compañero Otilio (Galíndez, 1999) le canta a la paraulata, en una especie de confesión que comparte con el árbol. Y es tanta la admiración que tiene por su magia, que le sirve de inspiración definitiva para que el libro y los versos, aires de llanura,  tengan el mismo título.

Aprender De Tu Magia

Avecilla de tierna serenata

¡quién pudiera tenerte el año entero!

Y abrazado del árbol compañero

Aprender de tu magia

Aprender de tu magia,

Paraulata (p.6)

 

         Otilio, con este repertorio tan singular, se presenta como el Dr. Dolittle de la canción popular puesto que se muestra como el gran Maestro del diálogo con la fauna. Lo hizo con la paraulata y con el periquito también, seducido por el verde de su estampa

Alas Esmeralda

Trúa, trúa, trúa capitancito jade

Trúa periquito esmeralda

Dame la patica trúa

Que la tormenta allá viene y viene y viene

Que la tormenta me abraza

Que la tormenta me abraza

Que la tormenta cesó trúa (p.8)

 

         Esa dialogicidad con la fauna, se refleja igualmente en la canción infantil Caballito De Esperanza: ¡Arre caballito blanco que llevas a mi abuelo encima” (p.10); en el Bambuco A Todas Las Flores. “Lloriqueando por ahí, a todas las flores dejas ¡picaflor de tantas quejas! Inconstante colibrí” (p.38) y en el son Don Lirón.

Parecen cosas de algún farsante

-díjome Don Lirón

Que un elefante corra y se espante por un ratón

-díjome Don Lirón

Pero no sufra ni se confunda Don Paquidermo

-díjome Don Lirón

Y no se asombre si el chisme zumba mientras yo duermo

-díjome Don Lirón

-díjome Don Lirón (p.44)

 

      En cuanto al ejercicio de la dialogicidad con sus semejantes, de manera individual o colectiva, el compendio de canciones incluye  a Serpentino, Canción Infantil: “Está resplandeciente la mañana, subamos la montaña, la brisa es un derroche de frescura; nos vamos a internar en la espesura ¿Pancho detente no agarres la serpiente! (p.14); el vals Trinos Amarillos: “Aquí se vino a estar la primavera, Es el campo su reino, su santuario. Si amor es compartir ven compañera ¡aquí que tanto trinas los canarios!” (p.20); la canción Serenata Tímida: “Me apena un poco tu desvelo; me apena el tono de mi voz; por ti quisiera ser jilguero, turpial, sinsonte o ruiseñor” (p.24); la canción FruFrú. “Las gaviotas al volar son remedios de tu olvido, de tu garbo al caminar y el frufrú de tu vestido”(p.26); y el danzón Si Se Pierde El Maíz: “Sólo piensas huir, sólo sabes decir que la siembra te mata. ¿Qué será de mi vida sin ti si se pierde el maíz o se muere la vaca?(p.42)

     En todas las piezas comentadas, pertenecientes al querido muestrario Aprender De Tu Magia, se cumple la teoría del dualismo galindeciano que advierte en Otilio Galíndez el alma de pueblo y el genio dialógico, para luego integrarse los dos en una propuesta musical de canto crítico, liberador y muy educativo

     Con la imagen de la paraulata, Otilio describe –alma de pueblo-  el talento vocal de esa ave típica de los llanos venezolanos: avecilla de tierna serenata; le confiesa  -genio dialógico-  su admiración: ¡Quién pudiera tenerte el año entero!; y luego, se integran en un delicioso aire de llanuras, para evaluar, redimensionar, sentenciar de mágica, la energía de esta virtuosa ave de canto variado y bien modulado, de timbre relajante, musa de tantos escritores, poetas, músicos: “Y abrazado del árbol compañero Aprender de tu magia Aprender de tu magia, paraulata”.

     El esquema se repite en la Canción Infantil Alas De Esmeralda.  El Otilio alma de pueblo se presenta con el sonido onomatopéyico del periquito para dibujar su figura y su color verdecito: “Trúa, trúa, trúa capitancito jade Trúa periquito esmeralda”(p. 8); Otilio genio dialógico se asoma también con el mismo uso de la onomatopeya: “Dame la patica trúa Que la tormenta allá viene y viene y viene”(Idem). Y luego, Otilio aparece integrado para saludar a esa especie que es excelente como compañero y mascota: “Que la tormenta me abraza Que la tormenta me abraza Que la tormenta cesó trúa”(Idem)

     En la Canción Infantil Caballito De Esperanza, el alma pueblo de Otilio describe la imagen de un caballo blanco   -ícono que se relaciona, en la mayoría de las veces, con héroes guerreros-    identificado con un evento muy especial:  “…llevas a mi abuelo encima”(p.10)) El genio dialógico  le solicita avanzar más rápido, a través de la expresión arre. Para luego presentar una linda propuesta musical, a través de la cual rinde homenaje, de una manera extremadamente sencilla y sintética, a ese héroe, ese paladín, hombre insigne y valiente, que para la admiración de los niños, suelen ser sus abuelos, hombres adultos mayores o personajes que marcaron historia como los grandes próceres. De allí que la canción muy bien podría ser referencia musical para la imagen ecuestre de Simón Bolívar o Francisco de Miranda, como ejemplos.  

     En la Canción Infantil Serpentino, el alma pueblo de Otilio describe la atmósfera de un paseo campestre: “Está resplandeciente la mañana” “...la brisa es un derroche de frescura..” (p.14) El genio dialógico se dirige a un grupo, a un colectivo: “subamos la montaña”! “nos vamos a internar en la espesura” (Idem) Y luego se dirige a alguien en particular para prevenir la amenaza ¡Pancho detente. No agarres la serpiente”! (Idem)

     En Trinos Amarillos, vals, el alma pueblo del autor hace una pintura del paisaje visitado por una estación del año: “Aquí se vino a estar la primavera Es el campo su reino, su santuario” (p.20). El genio dialógico invita al amor, a la compañera y lo hace a través de la especie de pájaros cantores: “Si amor es compartir, ven compañera aquí que tanto trinan los canarios” (Idem)

     El alma pueblo, en la canción Serenata Tímida, describe el dolor causado por el desvelo de alguien y por el tono de la voz, como probable causa de esa vigilia: El genio dialógico se desarrolla durante toda la propuesta para concluir en un símil que resuelve, al final, una dulce canción en la que el autor repite la inmensidad de sus dotes de sencillez, síntesis y profundidad, tejida bajo un título inmejorable.

Me apena un poco tu desvelo

Me apena el tono de mi voz

Por ti quisiera ser jilguero,

Turpial, sinsonte o ruiseñor (p.24)

 

     El alma pueblo  y genio dialógico de Otilio en su canción Frufrú, se presentan de manera simultánea: descripción, comparación y diálogo, en apenas cuatro líneas, donde las gaviotas constituyen la principal referencia en su vuelo, en su caminar y ese detalle onomatopéyico del sonido que hacen las plumíferas marinas muy parecido al roce de telas de seda. Toda la canción en un símil, muy sencillo y encantador, nueva demostración del Maestro de su admirable ingenio para expresar tanto en poquísimas palabras.

Las gaviotas la volar

Son remedos de tu olvido

De tu garbo al caminar

Y el frufrú de tu vestido (p.26)

 

     En la canción Caprichos De Estrellas, Otilio Galíndez como alma pueblo describe cartas de amor  para su ser querido con el uso del símil, para lo cual la protagonización esta vez la asumen las palomas (vuelo, mensaje) y las gacelas (rapidez, agilidad,  recorrido, mucha distancia). El genio dialógico del Maestro se plasma en la respuesta directa que, según, impone su estrella: ¡que no volvieran!  “...ni las palomas ni las gacelas”. (p.28). Con la pieza, el autor estremece la distancia, el olvido y destierro para siempre.

     Para presentar una crítica singular al caballero, encantador de oficio, seductor en colectivo, Otilio, alma de pueblo, en el simpático bambuco A Todas Las Flores, utiliza la imagen del pájaro picaflor y así describe su faena: ¡picaflor de tantas quejas, inconstante colibrí! (p.38) Y, a la vez, el genio dialógico denuncia al vibrón: “Lloriqueando por ahí a todas las flores dejas”. (Idem)

     Si Se Pierde El Maíz, es un divino danzón que transparenta una declaración de amor muy particular, en la que el alma pueblo percibe un escape del ser pretendido quien declara su rechazo a la siembra. El genio dialógico del compositor declara, con una pregunta, la sospecha de la fatalidad por la posible ausencia. Para todo eso, utiliza el maíz y la vaca, alimentos que podrían desaparecer por culpa de esa huida.

Sólo piensas huir

Sólo sabes decir

Que la siembra te mata

¿qué será de mi vida sin ti

Si se pierde el maíz

o se muere la vaca? (p.42)

 

     Y toda una propuesta educativa, muy didáctica y graciosa constituye el son Don Lirón, en el que el alma pueblo describe la imagen, que parece falsa, de un elefante espantado por un ratón pero el genio dialógico, desarrollado también a lo largo de toda la pieza, logra que sea el propio Lirón quien reconozca  y le diga al Paquidermo que él es un gran dormilón.

     Todos los análisis expuestos, en torno a las canciones incluidas en Aprender de tu Magia, revelan la gran Maestría y genialidad del gran autor “yaracuyaragüeño” en el manejo inteligente de la semiología para alcanzar la síntesis del mensaje deseado, con expresiones poéticas  y musicales que alientan la profundidad del pensamiento y el sentido educativo por construcción sin abandonar la sencillez del creador plasmada en toda la obra como un gran estandarte agitado para el encanto de infantes y adultos. Esa realidad, ha sido inspiración para presentar la siguiente descripción,  levantada dentro del mismo marco en que se presentan esos maravillosos versos, y para la que no se ha pedido permiso alguno porque la musa es así, caprichosa y mágica:

De haber existido

un medidor de ternuras,

seguro que Otilio lo hubiera inventado

pero, con esas canciones,

el  “blandurómetro”, de tanta dulzura,

hubiera explotado.

 

 

 

 

La luna grandota, brillante, parrandera y liberadora de Otilio

 

          En casi todo el universo de sus piezas musicales, el Maestro Otilio Galíndez deja colar una huella de nostalgia, de añoranzas; de vacíos; de una tristeza que se disfraza o se cuela bajo la inmensidad de colores rítmicos, de signos encantadores, de gracia muy conmovedora que reflejan comparaciones o símiles que mucho ayudan a la síntesis y la sencillez que corona el estilo del gran compositor, cuyas propuestas son casi una pintura. Uno escucha o canta a Otilio y observa su obra como si fuera un lienzo, un paisaje en acuarela.

            Esa tristeza del cantautor de Yaritagua adquiere un brillo especial cuando en su “paisaje” se incorpora la luna. Desde esa perspectiva, pareciera advertirse una ligera influencia del gran poeta de España, Federico García Lorca, que formó parte de las lecturas realizadas por el Maestro y cuya poesía presenta una fuerte vinculación con la magia del enigmático satélite a modo de una fuerza exterior muy poderosa pero que siempre gira alrededor de eventos fatídicos. Gamboa (2013) explica que la luna en la obra de García Lorca:

“…simboliza la fuerza externa, ajena a la voluntad humana que guía sus caminos. La luna lorquiana es tan poderosa como macabra. Uno de los mitos que él mismo desarrolló es el de la luna como una bailarina de la muerte” (20).

 

 

 

      Para Cooper citado por Gamboa (idem):

la luna simboliza el poder femenino, la Diosa Madre, y es la oposición del sol que simboliza el poder masculino. La luna es el ojo de la noche y el sol es el ojo del día. La luna representa las fases del nacimiento y la muerte por la razón de su resurrección. Simboliza también la inmortalidad y la eternidad. (…). La luna llena significa la totalidad, plenitud, fuerza y poder espiritual. El cuarto menguante es funeral, la luna menguante representa el aspecto siniestro y demoníaco, mientras que el cuarto creciente o la luna creciente es la luz, el crecimiento y la regeneración”. (21)

 

     Importa, entonces, hacer referencia a alguna muestra de la obra de Lorca para recordar su vinculación con la luna, esa visionaria de la muerte, compañera del desenlace fatídico. Así se puede apreciar en el Romancero Gitano (consulta en línea 2018)entre las lecturas realizadas por el Maestro Galíndez- concretamente en el Romance de la Luna:

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.

Cómo canta la zumaya,
¡ay, cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando (p. 2)

 

     Claramente, en este bello Romance, de Lorca, la luna se ajusta a la muerte de un niño,  junto a otros símbolos como el nardo, de perfume penetrante, envolvente y hasta venenoso, y la zumaya, ave nocturna, de canto silbón, vinculada a presagios. La luna “va por el cielo con el niño de la mano”.

     En Bodas de Sangre, Acto Tercero, Cuadro Primero (consulta en línea, 2018), la luna habla y se transparenta como artífice de la muerte: “…deja un cuchillo abandonado en el aire que siendo acecho de plomo quiere ser dolor de sangre; “…esta noche mis mejillas tendrán roja sangre”; “¡Que quiero entrar en un pecho para poder calentarme! ¡Un corazón para mí!  ¡Caliente!, que se derrame por los montes de mi pecho”.

                                                       Luna:

Cisne redondo en el río,
ojo de las catedrales,
alba fingida en las hojas
soy; ¡no podrán escaparse!

¿Quién se oculta? ¿Quién solloza
por la maleza del valle?
La luna deja un cuchillo
abandonado en el aire,
que siendo acecho de plomo
quiere ser dolor de sangre.
¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada
por paredes y cristales!
¡Abrid tejados y pechos
donde pueda calentarme!
¡Tengo frío! Mis cenizas
de soñolientos metales
buscan la cresta del fuego
por los montes y las calles.
Pero me lleva la nieve
sobre su espalda de jaspe,
y me anega, dura y fría,
el agua de los estanques.
Pues esta noche tendrán
mis mejillas roja sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¡No haya sombra ni emboscada.
que no puedan escaparse!
¡Que quiero entrar en un pecho
para poder calentarme!
¡Un corazón para mí!
¡Caliente!, que se derrame
por los montes de mi pecho;
dejadme entrar, ¡ay, dejadme!

(A las ramas.)
No quiero sombras. Mis rayos
han de entrar en todas partes,
y haya en los troncos oscuros
un rumor de claridades,
para que esta noche tengan
mis mejillas dulce sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¿Quién se oculta? ¡Afuera digo!
¡No! ¡No podrán escaparse!
Yo haré lucir al caballo
una fiebre de diamante.(s/p)

 

     La obra de Galíndez proyecta la fuerza, muy autónoma e integral de la luna llena. Pero, a diferencia del gran poeta de Granada, para Galíndez la luna brilla, alumbra; la luna amanece, deslumbra. Es una luna parrandera. Es la luna grandota,  poder espiritual para los enamorados. Es decir, que la luna galindeciana es una luna antilorquiana. A diferencia de la luna de Lorca, la luna de Galíndez es un símbolo de nacimiento, de anuncios precursores, de esperanza, de transparencia universal muy humana. Eso puede advertirse en muchas de sus obras.

     En la danza Pueblos Tristes, la luna se presenta como una luz que amanece para alumbrar ese mundo de oscuridad que rodea, en términos generales, el panorama descrito en la poesía de Otilio, que revela, de una manera muy sencilla, directa, desgarradora y sin anestesia, la realidad de muchos pueblos no sólo de Venezuela sino de nuestra América. Es una luna elocuente. No es cómplice ni culpable: Es demostrativa puesto que declara, denuncia, delata, evidencia. El alma pueblo de Otilio se combina maravillosamente con el genio dialógico para integrarse en el Otilio como cantor liberador y crítico social y hasta religioso. La luna transparenta la verdad de la mujer que labora incansable; del hombre indolente a la vejez; huraño, violento frente al tiempo que corre implacable; al sonido de las campanas, calificadas de quejas; a la imagen barata de un santo cualquiera, iluminado por una vela desgastada en aceite salpicado de polvo y mugre; al perro desgarbado, flaco y masilento, imagen del hambre, impuesta por el Creador. 

¿Qué piensa la muchacha que pila y pila?

¿Qué piensa el hombre torvo junto a la vieja?

¿Qué dicen campanas de la capilla?

Con sus notas ¡qué tristes! Parecen quejas

Y esa luna que amanece

Alumbrando pueblos tristes

Qué de historias

Qué de penas

Qué de lágrimas me dicen

En el fondo hay santo de a medio peso

Una vela que muere en aceite sucio

Más allá viene un perro que es puro hueso

Con ladridos del hambre que Dios le puso (p.13)

 

   En la canción de cuna Mi tripón, la luna se presenta como símbolo de la mujer en el drama de su separación del hombre  -el sol-,  expuesta como elemento vital, en virtud de que el sol confiesa haberla “perdido”, y ahora, según se aprecia en las frases construidas como parte fundamental de la dulzura de la canción, se responsabiliza de atender al infante cuando amanezca, para enseñarle el paisaje natural que algún día emprenderá en su tarea de vivir.

Que mañana el sol brillará en tu cuna

Y te contará como fue que un día

perdió la luna

Duerme mi tripón

Abrirá tus ojos la luz del alba

Y te enseñará ríos y caminos y la montaña

Duerme mi tripón (p.27 )

 

     Pedro y Juana se dejan embriagar por la luna llena de la Isla de Margarita, “mar adentro en una piragua”. En este episodio expuesto en la parranda oriental Vaya un pecado, Otilio (Galíndez, 1992) acude a la luna como símbolo del amor y cómplice del “pecado”, ante la encantadora realidad de que a “Juana le gusta el mar y ese Pedro es pescador”, y su relación, condenada a las habladurías de la vecindad, es absolutamente reivindicada por el autor… y  la luna grandota y hermosa de Margarita

Vaya un pecado

Digo yo

Que Margarita tenga una luna grandota

Y bajo esa luna hermosa

Salir a tomar la brisa (p. 37)

 

     En Vienes cual luna, merengue oriental, el Maestro (Galíndez, 1992) vuelve al símbolo lunar, tan oriental como lo es en Vaya un pecado, para referirse a la mujer enamorada, en un símil que, además, la reivindica como un elemento cargado de esperanza, dentro del escenario del hombre que sueña y ansía pasar la noche con el ser amado para darle calor y compañía a su soledad.

No sabes corazón

No sabes corazón

Que cuando el sol se pierde en lontananza

Vienes cual luna de Oriente enamorada

Para llenar mi pecho de esperanza (p. 84)

 

     En Luna decembrina, el Maestro Otilio (Galíndez, 1992) le rinde un homenaje a la luna de Caracas, en Navidad. Se trata de un célebre aguinaldo de parranda que el cantautor de Yaritagua dibuja, estima y emplaza a la luna llena que en Diciembre brilla como “reina caraqueña”; parrandea, se emborracha y hasta engaña, en  tiempos de Pascua, porque ha estado, según, “escondida siempre detrás de la loma”  y.. “allí fíngese dormida”.

     La luna decembrina, de Otilio es una luna que ilumina la llegada del último mes del año donde todo se despierta en la Navidad. Otilio destaca el sabroso valor tradicional de la parranda callejera,  testigo de la apertura de las flores; del hablar de los tambores y, sobre todo, es la luna que destaca la invitación que hace cualquier grupo de aguinalderos a la gente, a la señorita para que se incorpore a los cantores parranderos, con cualquier objeto para tocar porque nada se escapa con la Navidad.

Prendan la luz que es diciembre

Son las doce abran la puerta

Todo se despierta con la Navidad

Mi parranda está mirando

Cómo se abrieron las flores

Y hasta los tambores

Pretenden hablar

Señorita póngase una lata

Tráigame una lata

Para yo tocar

Cualquier palo sirve de charrasca

Pues nada se escapa

Con la Navidad

Oye luna decembrina

Mi pueblo sale de ronda

Oye luna no te escondas

Siendo su mejor vecina

Mi lunita navideña

Brilla con tu redondez

Porque en diciembre te ves

Como reina caraqueña

Esa luna parrandera

va conmigo casa en casa

Y por eso se la pasa

En constante borrachera

Está la luna escondida

Siempre detrás de la loma

Allí fíngese escondida

Y cuando es pasca se asoma (p. 90)

 

     Para Otilio definitivamente, la Navidad es la ocasión bendita para renacer; para cultivar la alegría máxima y colectiva, y la luna es un inmenso farol que ilumina, que libera y acompaña de casa en casa

     Y muy agradecido a Dios, Otilio tiene como protagonista a una niña con ojitos rayados, a  quien le pide cumpla el mismo agradecimiento y le de un beso a su pobre amado en diciembre. En esa historia, aparece la luna como símbolo de luz, en tal magnitud que parece ser que deslumbra en la noche navideña, para poner ante los ojos de la niña, el amor: “a un rendido amante”. 

Dale gracias Dios

Dale gracias Dios

Dale gracias Dios

Dale gracias Dios

Dale gracias Dios

Dale gracias

Niña de ojitos rayados

Un beso en diciembre

A tu pobre amado

Una luna deslumbrante

En la noche navideña

A tu balcón caía

Era el astro que ponía

Ante tus ojos

A un rendido amante

Era el astro que ponía

Ante tus ojos

a un rendido amante (p. 121)

 

Diciembre se vino con el poeta de Yaracuy

 

      Mi siempre recordado Emilio:

       Hablar con Otilio, fue siempre un homenaje a la vida. Tanto como lo fue tu existencia en la fraternidad de la familia y en los laberintos del corazón. Donde tanta gente cabe. No es casual recordar nuestros encuentros de amor dentro de la magia de la Navidad, en la que Otilio siempre estuvo y está presente. Con su poesía, su música, sus canciones, su conversación que traspasaba los límites de la calidez; su esencia de caballero gentil, de sencillez sobre humana, de diálogo pausado, meticuloso y transparente.

     Otilio amaba la Navidad como se ama lo que guardamos en las páginas de un libro que nos vigila el sueño en la noche; como se registran las muñecas de trapo en la memoria. Su amor a las Pascuas se reflejaba en sus espacios habitacionales con el Niño Jesús permanente, vivo; rodeado de la liviandad de Felicita y alumbrado por las anécdotas de los amigos y amigas que hicimos visita, alguna vez, para libar sueños, entre las ilusiones de festejar, encuentros musicales llenos de nuevas historias y aplausos

     Tanto fue Otilio, en su casita, en el Barrio José Félix Ribas, muy cerquita de la Urbanización Caña de Azúcar, del Municipio Mario Briceño Iragorry, del estado Aragua, que siempre lo recuerdo dulce en su mención a Felicita, bautizada como “mi novia” y la manera tan especial de referirse a esa distinguida dama. En esos espacios tan hogareños, Otilio recibía a los amigos y amigas, y allí todas y todos hacíamos Navidad en ese Diciembre que él se había traído de su pueblo Yaritagua. El Niño Jesús estaba permanente, aun en Semana Santa, en su casa, con esa sonrisa y esa mirada serena de agradecimiento. Las serenatas eran una fija y así estimo que se debe a Otilio el verbo aguinaldear, punto departida para su eternidad. Eran los momentos ideales para ejercitar la memoria en la que Yaritagua y su luna, siempre eran protagonistas estelares. Ir a visitar a Otilio, era bañarse de azúcar y cabalgar sueños hasta el amanecer.

     Encontrarse con el Maestro en su casa del Barrio Ribas era la oportunidad para ejercer el imaginario. Como el pesebre era cálida figura endémica y vital, sólida, arraigada y muy compañera, durante todo el año, era como una especie de nuevo Belén, una bendita posada para el abrazo, iluminada por Felicita, la propia estrella de ese Nacimiento. Y, por supuesto, era la convocatoria ideal para parrandear hasta al día siguiente. Y si se trataba del tiempo decembrino, pues, la celebración llegaba hasta los cielos, con hallacas y vino que todo el mundo llevaba.

      Se le ocurre, entonces, al ahora creador de estas páginas en su honor, crear una canción merengueada y llena de aguinaldo gustoso, en la que Otilio se parece al pescador que se enamoró de una sirena, según el relato de su enojada mujer, en Nochebuena (La Restinga).  Y se parece a la historia de Pedro y Juana, “pecadores” en el malecón de “laila”. (Vaya un pecado).  Y también se parece al trovador que arrulla y duerme a su muchachito (Mi tripón) Por eso, algunas propuestas del Maestro Otilio, aparecen combinadas en esa pieza. Fragmentos de: Niña de ojitos rayados; Dime si es Pascua; El Poncho Andino; ¡Ay, qué maravilla!; Luna decembrina; Son Chispitas;  el Son de los No Descubiertos;  Sin tu mirada; Pueblos Tristes   y   Caramba, se pueden apreciar en la letra, del aguinaldo titulado Se parece a Otilio. que enseguida se transcribe:

Diciembre se vino

con el poeta de Yaracauy

En este pesebre

sonríe siempre el Niño Jesús

Canta serenata

que aguinaldean la eternidad

Yaritagua, luna, memoria y paz

Aragua de azúcar para soñar

Dicen que José

se atrevió a contarle

al Ángel Gabriel

para que su casa

fuera posada como Belén

Cantar parrandas y tamborear hasta amanecer

Hallacas, roncito, verso y clavel

Para celebrarlo junto con él

(Coro)

Se parece a ti ese pescador

Que de una sirena,

en la Nochebuena,

Se enamoró

Se parece a ti, en el malecón

Vaya un pecado, digo yo

Se parece a ti ese trovador

Que arrulla la mar

para descansar

Duerme mi tripón

Se parece a ti toda la ciudad

Se parece a Otilio la Navidad

Se parece a Otilio la Navidad

Ojitos rayados

tiene la niña que yo pinté

Dime si es pascua

o es por la gracia de mi pincel

Con un pocho andino

¡Ay, qué maravilla, tu corazón

Con un beso dale gracias a Dios

Y prendan la luz porque ya llegó

Esas estrellas que son chispitas

Son lo que son

Sin tu mirada  los pueblos tristes

lloran de amor

Caramba, caramba, cantor, caramba

qué te pasó

El vuelo amarillo que madrugó

campanas se quejan por el adiós

(Coro)

 

     Fue en diciembre de 2017, en el escenario del Teatro de la Ópera de Maracay, cuando fue estrenado Se parece a Otilio, dentro del evento organizado por la Núcleo Arsenal El Limón, del Sistema de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Aragua, bajo la dirección de Daniel González, en homenaje a Simón Díaz y Otilio Galíndez, encuentro navideño en el que participaron Coro Sinfónico Juvenil de Aragua; Orquesta Alma Llanera Cumbre Azul, Coros del Núcleo Arsenal El Limón; Coral Polifónica de la Universidad de Carabobo, núcleo Aragua; Los Madrigalistas de Aragua; Grupo Aragua En Cantos; el Colectivo de Fabuladores de Aragua; el Tío Pascuas, el cuentero de la Navidad venezolana, y la Camerata de Aragua, bajo la dirección de Jhíbaro Rodríguez, quien asume la corresponsabilidad del arreglo vocal de la pieza, junto con el Maestro Abner Silva. Antes de esa brillante ocasión, la pieza fue objeto de un preestreno en la Tercera Edición del Festival de Fabuladores y Narradores Populares, celebrado en el mes de junio de 2017, en el Teatro de la Escuela de Arte Dramático de Aragua, ubicada en La Barraca, de Maracay. Allí, la pieza fue interpretada por el Tío Pascuas, cuenticantor, con el acompañamiento de la Camerata de Aragua, bajo la dirección del Maestro Jhíbaro Rodríguez.

     Tener la mágica convicción de que el Maestro alma de pueblo y genio dialógico escuchó, desde su nuevo plano, ese aguinaldo, completaría la enorme satisfacción de que ese sentimiento interno vivido en la composición e interpretación de la propuesta, reafirma la poesía ecológica  de Otilio Galindez, colmada de una profundidad patria que merece la gloria de su canto, interpretado en cada verbo venezolano. En ese vuelo de palabras que son caminos de praderas al cielo, la sencillez y la dulzura compiten para tener la primicia y el mismo o mayor brillo que esa luna decembrina, cuya luz especial y radiante, ilumina durante el año completo los corazones de los pueblos que no quieren ser más nunca tristes.

 

 

 

Otilio aguinaldea todo el año, una y otra vez

 

     El vuelo de Otilio a otras dimensiones fue un sábado. El 13 de junio de 2009. Fue un golpe, un estallido, una fractura impactante y sorpresiva.  Fue como si, de repente, todo quedara en silencio, mudo; sin brisa y sin pájaros. Costaba respirar porque Otilio era oxígeno. Con Otilio se fue una parte de nosotros.  Y, entonces, montones de voces nos reunimos, el domingo 14 de junio,  alrededor de su figura inerte. Pero resulta que Otilio estaba vivo en cada una de las voces. Todos cantábamos como si lo hubiéramos ensayado. Era un concierto magnífico, en el que las lágrimas lamentaban la partida del Maestro pero, a la vez, se ratificaba la eterna presencia de un ser cultivado y germinado desde el pueblo y absolutamente lleno de los pueblos que se asomaban en cada uno de sus versos y su música. Todo fluía exactamente como fluía Otilio, expandido, de manera simultánea,  por los aires del despecho y la alegría, porque el Maestro derramaba sus letras y su musicalidad en el mismo obelisco por donde circulaba hacia la cima, su alma y su genio de trovador libertario.

    Una y otra vez, cantamos sus canciones. Una y otra vez. Como colectivo que grita consignas para subrayar su creencia y su fe. Una y otra vez para sentir a Otilio hasta siempre. Lo miramos, lo aplaudimos; lo lloramos y lo recordábamos con alegría, con orgullo, con una satisfacción sin precedentes.

     Al día siguiente, llevamos sus restos al cementerio de San Joaquín, estado Carabobo. Y en esa generosidad de la Naturaleza, ya no éramos tantos. Entre las tristezas, estaban los abrazos de dos célebres intérpretes de la obra otiliana: Lilia Vera y Cecilia Todd.  Fue Lilia quien habló por todo el universo de cantores y cantoras. Le habló directamente al Maestro y le agradeció su entrega, su amor, su inteligencia de hombre pueblo.

     Comprendimos todas y todos, que la esencia del canto de Otilio es una lucha por la libertad, internizada en quienes hicimos de su historia un mapa hecho de niños, niñas, paisajes, árboles, ríos, animales y sueños que protagonizaron las historias de cada uno de sus manifiestos poéticos-musicales y que siguen en esa misma ruta educativa y aleccionadora que pone a brillar a la luna sin necesidad de que sea diciembre, desde cuyos días de tanto amor supo inventar el verbo aguinaldear.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Referencias

 

1.- Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/bodas-de-sangre-

775113/html/e32c9cf0-6208-4769-8961-485fac1ebf7b_2.html

 

2.- Biografía de Atahualpa Yupanqui.

https://www.plusesmas.com/nostalgia/biografias/atahualpa_yupanqui/

 

3.- Canciones. Com.  diario digital de música de autor

https://www.cancioneros.com/nc/4465/0/a-victor-otilio-galindez-roberto-todd

 

4.- Conde, Orlando. Otilio, ahora con voz de soprano. El Periódico. Diario de Aragua... Maracay, Ciudad Jardín, Estado Aragua.  1 de abril de 1996.

 

5.- Conde, Orlando. Son veinte milagros, por eso Otilio no puede ser breve. Diario El Periodiquito. Maracay, Ciudad Jardín, 19 de enero de 1999.

 

6.- Freire, Paulo. La educación como práctica de la libertad. Siglo veintiuno editores. Buenos Aires. 2010.

 

7.- Freire, Paulo       Cartas a quien pretende enseñar. 5ta. Edición. siglo veintiuno Editores. México. 1995                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              

 

8.- Galíndez, Otilio. Las canciones de Otilio Galíndez. Elecentro C.A. Electricidad del Centro. Filial de CADAFE. Febrero 1992.

 

9.- Galíndez, Otilio. Aprender de tu magia. Editorial Canora. Julio 1999. Pág. 4

10.- Gamboa, José. La luna en tres obras poéticas de Federico García Lorca. https://www.diva-portal.org/smash/get/diva2:620732/FULLTEXT01.pdf

 

11.- García Lorca, Federico. Romancero Gitano Selección Poética

http://www.paginadepoesia.com.ar/escritos_pdf/lorca_rg.pdf

 

12.- González, Fabiola José. Canto liberador. Una propuesta descolonizadora. https://issuu.com/cantoliberadorotiliogalindez/docs/ensayo_cr__tico_mayo 2012

   

13.- Hernández, Alberto. Magia. Prólogo Aprender de tu magia, Otilio Galíndez. Editorial Canora. Julio 1999.

 

14.- Hesse, Herman. El Lobo Estepario. Obras selectas Herman Hesse. Dimían. Siddharta. El Lobo Estepario Círculo de Lectores. España. 1979.

 

15.- Letras. Com https://www.letras.com.br/atahualpa-yupanqui/los-hermanos

 

 

16.- Machado, Manuel. La Copla. Poetas Andaluces.

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17.- Modern Rodolfo E. Introducción. Obras selectas Herman Hesse. Demian Siddharta. El Lobo Estepario. Círculo de Lectores. España. 1979.

 

18.- Peralta, Sara y otros   Otilio Galíndez: Exponente de la Música Popular de Raíz Tradicional. Universidad de Carabobo. Área de Estudios de Postgrado. Maestría en Cultura Popular Venezolana. Maracay. Diciembre 1992

 

20.- Ruiz, Pedro. Otilio Galíndez. Poeta que canta a la Patria. Gobernación Bolivariana de Trujillo. Coordinación Trujillana de Cultura. Fondo Editorial Arturo Cardozo. 2007. Fundación Editorial el perro y la rana.

 

21.- Ruiz, Pedro. La Memoria de Aragua. Volumen I. Colección El Periodiquito.             Maracay, Venezuela. 1990.

 

22.- Ruiz, Pedro. Dos poetas cantan la patria. Ramón Palomares y Otilio Galíndez. Biblioteca Popular para los Consejos Comunales. Serie Las artes y Los oficios. Fundación Editorial el perro y la rana. Marzo 2018. www.elperroylarana.gob.ve/dos-poetas-cantan-la-patria/  Caracas. Venezuela.

 

 

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