Crónicas



LAS GEMELAS DE MAMÁ ANA  O…

  ¿CUÁNTAS TOMASAS CABEN AQUÍ?

 

     Un Altar del Divino Niño alumbra la quietud que habita en el jardín de las Residencias Cannes. Paraíso chiquito, en la Urbanización El Centro. Sur de Maracay, estado Aragua. Dicen que el Santo es milagroso porque ha sido protector de esa vecindad desde que la Junta de Condominio decidió colocarlo rodeado de palmeras, sábila y la incorporación de una luz blanca en su gruta, redimensionada en la época decembrina, con el arcoíris de lucecitas navideñas.

     Del apartamento, en la misma planta baja, pero de las Residencias Niza, se proyecta una luz amarillo-fuego. Resplandor de una lámpara que ilumina a la dama que apoltrona su edad centenaria, permanentemente en un sofá de tres puestos, desde donde brota una magia definida en una mujer que rechaza la impertinencia de los malos augurios y la oratoria negativa.  Es tan cierta que la puedes tocar. La magia. Tan conmovedora que, a distancia, la puedes sentir. La dama.

     Un caballero convive con ellas. Con la dama y con su magia. Escritor, a tono con la ceremonia eternizada, en ese sagrado trono de Jesús muchachito, testigo de una historia donde las mujeres son protagonistas de la faena que, a diario, definen, dinamizan, resuelven. La envuelven de compromiso, amor y patria.  El Dios Infante pareciera caminar con sus manos alzadas y su vista hacia el Supremo. Por eso, la vecindad confía en su amparo.

    Ella es Ana. Ana Emilia. Aragüeña, del pueblo San Francisco de Asís, Municipio Zamora. Es Mamá Ana, por la gracia de sus órdenes, irrefutables y definitivas. Desconoce todo lo que tenga que ver con vejez. Abuela, suegra, doña son calificativos excluidos de su vocabulario. “Cumplir años es normal; envejecer es opcional”. Frase que pregona y ejerce plenamente. Propietaria de una entereza invulnerable, nutrida de recuerdos, de amaneceres en los que organiza proyectos de tejido, de viajes y negocios por emprender, Mamá Ana arriba a su tercer año después de los cien. Nunca lo confiesa. Ni lo hará. Pero todo el mundo lo sabe.

     Orlando, soy yo. Presto servicios en la Contraloría del estado Aragua. Soy el cuarto de los cinco hijos de Mamá Ana. Convivo con ella y me he encargado de difundir su edad, por las redes sociales y a todo a quien pregunta. Traición. Sí, lo sé. Pero es que el mensaje provoca asombro y comentarios positivos en la gente: “¡Dios mío! ¡Qué bendición!”. Entonces, sonrío y narro ocurrencias de Mamá Ana como aquella en la que, impactada por la explosión que obligó a inquilinos a desalojar el edificio, fue ella la última en abandonar el sitio porque… “¡Es que no encuentro mis zarcillos!”. Mamá Ana combina su coquetería con vacíos, contradicciones, figuras imaginarias. Típica actitud, según especialistas, de las personas que traspasan la Cuarta Edad. Mamá Ana tiene limitaciones auditivas y discapacidad motora. No escucha con claridad y sus piernas ya no responden. Desde el sillón, ve televisión; come, canta, duerme y demás necesidades. La vejez no tiene permiso para entrar. Lo imposible, sí. Y, para ella, todo es posible.

     Mamá Ana y yo, nos acompañamos, en ese tipo estudio arrendado. En portarretratos, atesoramos fotos familiares. Colgados, muestran reconocimientos y premios: ella, como funcionaria, ya jubilada, del Ministerio del Poder Popular para Vivienda y Hábitat, y servidora en educación de adultos. Yo, como abogado, periodista, profesor, cantor y cuentacuentos, de trayectoria a nivel nacional y regional.

     A Mamá Ana y a mí nos ampara el Divino Niño. El milagroso infante maracayero que envía emisarias al espacio de la luz amarillo-fuego de las Residencias Niza, para ofrecer ayuda espontánea y cotidiana. Son sus ángeles. Las verdaderas protagonistas de la historia.

Nuestra hermana gemela

     De Choroní, de la tierra costeña de Aragua, donde nace la gente milagrosa, viene Tomasa.  Nació hace 60 años, génesis de la creación y prodigio de sus manos: tejidos, lencería, ropa; costura en general. Todo concebido a la par de sus conocimientos medicinales y del arte de la cocina. Su nombre es la variante femenina de Tomás, del arameo Thomas que significa gemelo.  De manera que Tomasa es  la hermana gemela. 

     Tomasa Vásquez vive en La Cooperativa, del mismo Municipio Girardot, de Aragua, con dos de sus cuatro hijos. Todos Sifontes: David Tomas y Ney Mar. Ambos con discapacidad visual. Su hija mayor, Lucy Mar vive en el extranjero, con su familia. Se llevó a su papá, David, para encontrar la atención requerida al Mal de Parkinson, grado 3_4. Su hijo menor, Reynaldo, funcionario policial,

 

con 5 años de servicio, cumplía con su deber cuando fue asesinado por la Banda del Abuelo. Salía de Santa Rosalía, en La Victoria.

     A pesar de los eventos que le han marcado su vida, saturada de afanes y amores, Tomasa siempre viene dominguera, con una bolsa de productos para Mamá Ana: arroz, pasta, azúcar; avena, café. Una cremita de apio, calientica. Vitamina B12 en inyecciones; un blíster de pastillas de diclofenac potásico; una botellita de alcohol; una cajita de algodón; crema hidratante para las manos; bolsitas de manzanilla y yerbabuena 

     Y si Mamá Ana cumple años, Tomasa trae la torta, preparada por ella misma. Globos con avisos. Galletas, también de su propia factura, y un exquisito arroz con pollo, muy al estilo Tomasa, con un sabor a hogar de domingo en familia, atrapado en un envase de comida rápida. Junto con ella, su hija, su nieta; su sonrisa; su mágica disposición para resolver, para encantar; para ayudar a Mamá Ana, a quien tanto quiere y tiene tanto que agradecer por su apoyo en las tareas de la costura y el tejido. Ambas se han complementado.

    Cuando yo tengo dudas acerca de la aplicación de algún medicamento, llamo a Tomasa. Si encuentra a Mamá Ana con actitudes nerviosas y extrañas, llamo a Tomasa. Si hay que celebrar la Nochebuena en la calidez de una mesa pascual, cuento con Tomasa. No hay distancia que detenga a la morena. Tomasa es tan firme y puntual como las 12 m de la Catedral.

La milagrosa aparición de las Tomasas

     Emocionada, Aracelis recordaba a Orlando, agradecida porque él había sido profesor de su hija en el Instituto Universitario Carlos Soublette, de Maracay, en la carrera de Relaciones Públicas.

    -¡Profe, mi cariño y mi respeto! –exclamó. Me he enterado del problema eléctrico que tiene su apartamento. ¡¿Cómo pueden estar a oscuras?! Déjeme ver qué puedo hacer por usted.

     La amiga se presentó con un cable de extensión con el que tomó prestada la electricidad que ilumina la gruta del Divino Niño milagroso. ¡Regresó la luz al apartamento! Pero eso no fue todo. El ángel trajo unas arepas rellenas de queso blanco y una avena para que Mamá Ana y yo comiéramos calientito. Sabía Aracelis que yo preparo alimentos con una cocinita eléctrica. Llevaba una semana con dieta de frutas y casabe, por culpa de ese descalabro que experimentaron los cables eléctricos del inmueble. Todo el mundo tenía luz menos el apartamento de Mamá Ana y Orlando.

     Florinda trae una cremita de apio, después de que, junto a David, el conserje del edificio Cannes, rescató a Mamá Ana de las aguas limpias que alfombraron el piso del apartamentico de planta baja. Mamá estaba solita. Yo estaba ausente. Al fin, llego y Florinda, la elegante señora del piso 3, con la lozanía del tono andino en su voz, me dice:

     -Señor Orlando, su apartamento se inundó

     Cristo! ¿Qué pasó?  -pregunto alarmado, con la imagen de mi mamá en abandono y con la vergüenza que me batía el alma.

     -Imagino que estaban las llaves abiertas y el agua llegó y se derramó –explicó la linda señora. Pero ya controlamos todo. Su mamá está tomando la cremita que le traje. Pobrecita. La conseguimos, asustadita. No deje de revisar las llaves.

     No sabía cómo agradecer tanto. Lamenté, por segundos, mi soledad, pero enseguida supe que el episodio fue la oportunidad de abrazar la solidaridad de quienes menos se espera. Había ganado una nueva amistad, como, por ejemplo, la de Betty, el ángel evangélico, de las mismas Residencias, quien compartió arepas con queso y se ofreció para lavar sábanas, siempre con la bendición por delante.

     Aparecen otros ángeles. Nuevas Tomasas. Esta vez, de las Residencias Niza: Nereida, del piso 5, representante de la Comunidad. “Hola, mi niño”, así me dice. “Mi hija Sergia y yo estamos a tu orden para cualquier cosa. Pendiente que ya viene la caja de alimentación”.  Olga  -menudita, servicial y muy católica- del piso 6, quien, religiosamente, acude a llevarle a Mamá Ana un poquito de comida para almorzar. Alba, del piso 8, al final de las tardes, fielmente, me obsequia botellas de agua potable, extraída de un manantial de Mariara.

          Gabriela, la arrendadora, dueña del apartamentico, no obstante sus necesidades personales, por el cuidado que asume también con su mamá, se ha vestido de una paciencia suprema para hacer flexible el cobro del alquiler, y sin cuya consideración, Mamá Ana y yo tendríamos por techo el cálido cielo maracayero.

     Yoly, de la Urbanización San José, se acerca al recinto, al menos dos veces al mes, con atenciones alimentarias y, algo que significa mucho para Mamá Ana: ¡el toquecito de colores vivos para sus uñas! La mamá de Yoly, ya fallecida, era entrañable amiga de Mamá Ana. Yoly se quedó sola con su hermano. Su única hija, está fuera del país.

      Isawa, de Caña de Azúcar, Municipio Mario Briceño Iragorry, leal y agradecida con Mamá Ana. Se hace notar con sus visitas frecuentes a nuestro rinconcito. No se detuvo, a pesar del gran dolor experimentado por el asesinato de su único hijo, a punto de graduarse de médico, de manos de unos delincuentes que se atrevieron, delante de ella, a dispararle, para apoderarse de su equipo celular.  

     Pero también otros ángeles vinieron en familia: los Silva, de Palo Negro, extremadamente atentos con Mamá Ana, agradecidos por las atenciones que tuvo Mamá Ana con Ninoska y Madyuri, cuando, por razones de estudio, tuvieron que alojarse en su vivienda, en Caracas. Los Fernández, amantes de la flora y la fauna, de La Fundación Maracay, estupendos amigos ecológicos, gente clave para las alegrías, la música; cuentos, baile y mucho amor, sembrado por la hermandad liderizada por sus padres, Fénix y Ernesto, que partieron hacia otros planos de vida, para dejar un hermoso legado de amistad.

El Divino Niño mandó la luz y la luz se hizo

     Por orden inflexible de las Directivos de las Juntas de Condominio de las residencias, las extensiones de apoyo eléctrico fueron retiradas. Mi mamá y yo volvimos a estar a obscuras. Pero la fe en el Divino Niño es antorcha inextinguible. Acudo a la Alcaldía de Maracay; a la Oficina Pueblo Soberano; al Gabinete de Cultura de Aragua y hasta hablé con amigos(as) cultores populares, del Colectivo de Fabuladores de Aragua. Todos esos ángeles se pronuncian a través de las redes sociales, pidiendo ayuda para Mamá Ana y Orlando, no sólo en cuanto a la solución del problema eléctrico del inmueble sino la petición de una opción habitacional para los dos. La campaña fue llamada Una casita para el Tío Pascuas, personaje que yo popularizo en la región, con la narración de cuentos y la creación de canciones para todo público.

     El impacto tiene sus efectos. Se abre una cuenta. Amigos(as) del exterior dieron su colaboración, firme y solidaria: Marisela Sánchez, en representación de la familia Sánchez, de la Urbanización Girardot, de Maracay, quien se encuentra en Estados Unidos con su hijo, su nuera y su nieto. Elvis Vilchez, el conocido locutor y periodista de Maracay, se reporta desde Miami. Lo mismo hicieron, ex discípulos míos, en las aulas universitarias, como Claudy Morales. Y también su colega Francis Bolívar, por ejemplo, ex funcionaria del Consejo Legislativo aragüeño.

     La historia llega a oídos del Gobernador del estado Aragua, Rodolfo Marcos Torres. Yo mismo atendí la llamada desde mi celular. “¡Qué tal, mi profe!”  -dice el primer mandatario regional. ¡Yo no lo podía creer! Prometió Marcos Torres resolver el problema eléctrico del inmueble, después de explicar que le había llamado la atención la solidaridad expuesta, unánime y enfática, por parte de periodistas de Aragua, en reunión celebrada con ellos(as).

     A la semana, ingenieros de Construaragua se presentaron en la Residencia de Mamá Ana y Orlando. Se inicia el arreglo de la brekera que había entrado en crisis. Los obreros tuvieron que fracturar un poco la pared frontera entre ese inmueble y el apartamento asignado a la conserjería. Después de más de tres meses a oscuras, pudimos encender el aparato de televisión y probar la crema de auyama elaborada en la licuadora. Pero la alegría tuvo que celebrarse con agua natural. La refrigeradora se había dañado. El microondas, también. Pero todo se mostraba espléndido, gracias a la llegada de la luz. “Así debió sentirse Dios –pensé-  cuando acabó con las tinieblas”

¿Cuántas Tomasas caben en mi tierra?

     Traiciones, carencias, despechos, han formado parte de la vida de Mamá Ana. Sus padres fracturan sus aspiraciones de ser médico. Fue víctima de violencia intrafamiliar. Mueren sus tres hermanos; tres de sus cinco hijos; y muchas de sus amigas y amigos. Por una insensatez de su familia, ligada con la trampa indolente de los negocios, pierde su vivienda propia, en Caracas, lograda con altísimo sacrificio. Mamá Ana tiene que irse a vivir conmigo, con serias limitaciones económicas; vivienda en alquiler y en condiciones habitacionales indeseables.

     Afectada su salud por la terquedad de sus piernas de clausurar su encuentro con el mundo, a enseñar, a construir, a dialogar, Mamá Ana se aferra más al Divino Niño maracayero. Se alimenta de la fuerza que le brindan las Tomasas de su tierra. Canta tangos; teje lienzos de hamaca. Planifica desde el sofá convertido en su domicilio y cárcel principal. Ordena, critica, reclama, extraña. Aporta ideas para resolver los problemas que a diario tengo que enfrentar: dejarla sola, para cumplir con sus labores; falta de apoyo del resto de la familia; ingreso económico que sólo alcanza para la alimentación básica; deuda del arrendamiento; inoperancia del refrigerador, el microondas y el excusado.

     Más guerrera que nunca, Mamá Ana se desentiende de su limitación física: “¡Virgen de Coromoto, Santísima Trinidad. José Gregorio, Virgen del Carmen. Ah! ¡Divino Niño, de las Cannes! ¡Sáquenme de aquí! Las Tomasas continúan su diaria procesión en favor del prójimo. Se acercan al refugio de Mamá Ana, como pastores de la Natividad cristiana, convencidas de la opción solidaria para enfrentar barreras, conscientes de que es tiempo de combatir, sin dilación ni flaquezas. Yo, atento a la lección, trabajo con optimismo y fe en el país. Lucho por la solución a nuestro problema habitacional y calidad de vida de Mamá Ana: “¡Cuántos milagros y Tomasas caben en más de 100 años de vida!

 

 

 

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